La obsesión de Santiago por sellar las ventanas de su casa no es nueva. Al médico y la trabajadora social que acudieron al piso de Sevilla en el que abusó de su hija les llamó la atención lo mismo. El juez Rafael Tirado recordó esta descripción en su sentencia condenatoria contra Santiago y su mujer por los abusos a su hija. El matrimonio no quería que se supiera lo que pasaba dentro.
Aunque su hermana Catalina añade otra explicación, cree que la ponía para que no lo vieran mirar a las niñas.
Desde el año 2001, ha estado implicado en cinco causas por abusar sexualmente de niñas. Nunca pisó la cárcel por estos delitos.
Su hermana Catalina sufrió sus abusos durante años. "Santiago me toqueteaba. Era por las noches cuando mis padres y mis hermanos estaban dormidos. Esperaba a que todos estuvieran dormidos y se ponía a mi lado y me empezaba a toquetear hasta que me despertaba. Cuando me despertaba le decía que me dejara en paz y él me decía que me callara porque iba a despertar a todo el mundo. Tenía cinco años y jamás se lo dije a mi padre. A mi madre, años después, sí".
Los abusos, a los que a veces se sumaba Juan, otro de los hermanos Del Valle, ya fallecido, se prolongaron hasta que Catalina tuvo 11 o 12 años.
El historial delictivo de Del Valle evidencia que sentía especial atracción por las crías de corta edad. Cinco años tenía su hermana cuando empezó a abusar de ella. Los mismos que Mari Luz. Y los mismos que su hija en 1998, cuando la obligó por primera vez a masturbarle.
Como en el caso de Catalina, los abusos a la hija solían también ser de noche. Casi siempre en el dormitorio del matrimonio, al que Santiago obligaba a entrar a la niña. "Yo no quería ir, pero mi padre me decía que si no me iba a pegar", confesó la pequeña a una de las psicólogas que la examinó.
La terapeuta encontró en la niña claros rasgos depresivos y numerosos indicadores de desajustes emocionales: baja autoestima, sentimiento de culpa, tendencias autoinculpatorias, ansiedad, inseguridad, necesidades afectivas insatisfechas y ausencia de vínculos significativos.
La infancia de Santiago transcurrió en Huelva, donde nació en 1965. Eran nueve hermanos: tres chicas y seis chicos. Él era el cuarto, Catalina la séptima y Rosa, la benjamina. Rosa está ahora detenida por colaborar con Santiago en la desaparición del cadáver de Mari Luz.
Juan, el padre, se dedicaba a la venta ambulante. La madre, María, limpiaba en una oficina. A María se le vino el mundo encima cuando, muchos años después, vio por televisión que a Santiago le acusaban de abusar de su propia hija. Además de afectarle lo de la hija, se daría cuenta de que lo que Catalina le había contado era verdad.
Los únicos ingresos que percibía regularmente Santiago eran los de la pensión por invalidez que le concedieron cuando era muy joven. La Consejería de Asuntos Sociales andaluza le tiene reconocida una minusvalía del 75% y un diagnóstico de esquizofrenia. Pero su historial clínico no le sirvió de eximente en el juicio por abusar de su hija porque el juez consideró que actuó "conscientemente" y "sabía lo que hacía".
A Catalina nunca le gustó su cuñada Isabel. "Es muy mala persona, no se podía tener una conversación con ella. Todo eran insultos y decir que nuestra familia era un desastre. Decía que estábamos muertos y pisoteados", cuenta Catalina.
Entre los vecinos de El Torrejón, Isabel también tiene fama de "extraña" y recuerdan que a menudo lanzaba objetos desde la ventana a los jóvenes que se congregaban junto a su edificio. La esposa de Santiago asistió a muchas de aquellas escenas de abusos a los que su marido sometió a la hija. El juez concluyó que "nunca hizo nada" para impedirlo. Su cociente intelectual es de 47, lo que, según los expertos, equivale a un retraso mental de "moderado o leve".
Los terapeutas que la trataron creen que sus limitaciones intelectuales la hacen "más vulnerable" a la influencia y manipulación por parte de su marido. A pesar de ello, el magistrado consideró que Isabel tenía "pleno conocimiento" de lo que Santiago le hacía a su hija y la condenó como autora por omisión de los abusos, aunque admitió su minusvalía como atenuante.
Su única deslealtad, no se sabe si voluntaria o no, la cometió en el interrogatorio policial cuando contó que, el día que desapareció Mari Luz, su marido llegó a casa con la ropa manchada de barro. Este dato fue clave para que la policía acorralara a Santiago y él acabara confesando su implicación en la muerte de la niña.
Santiago e Isabel han vivido a caballo entre Huelva y Sevilla. Tras un conflicto en Cazalla de la Sierra, volvieron a la capital onubense y se alojaron en la casa de la madre de él en El Torrejón. Allí se quedaron hasta que la hija mayor del matrimonio murió atropellada por un camión. Con los 120.000 euros que cobraron de indemnización, se compraron un piso en las Tres Mil Viviendas de Sevilla, el barrio más desfavorecido de la capital. Lo vendieron poco después de que la Audiencia hiciera firme la sentencia por abusos sexuales a la hija del matrimonio.
Para escapar de Sevilla eligieron Gijón, donde vivía la adolescente de 13 años a la que Santiago había conocido a través de un anuncio y que era su nueva obsesión. Para acercarse a ella, se apuntó a clases de adultos en el instituto en el que estudiaba la joven. Lo mismo hizo unos meses más tarde, cuando llegó a Sevilla después de que un juez asturiano le dictara una orden de alejamiento de la menor a la que acosaba.
Los hermanos se reunieron y decidieron permitir al matrimonio alojarse en la que había sido la vivienda familiar. Unas semanas después, Santiago ya había colmado dos de sus obsesiones: había tapado las ventanas y estaba matriculado en los cursos de adultos del colegio de Mari Luz. Una niña de cinco años.
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