Para muchos refugiados ucranianos, las dificultades no terminan con salir del país. Los procesos de acogida son una circunstancia en la que la fe y la cosmovisión bíblicas aportan un elemento imprescindible. “Si no crees en Dios, ante las dificultades volverás a Ucrania”, dice uno de ellos.
Empujando con energía el carrito de su hijo Liev, de apenas dos años, y bajo ese sol de principios de septiembre, que sigue chamuscando a todo aquel que osa detenerse ante él más de lo debido, aparece Volodymyr (‘Bobby’) en el jardín de la Iglesia Evangélica de Castelldefels. Su presencia desafía cualquier imagen y construcción que habitualmente se relaciona con el concepto de lo que es un refugiado. Pero Bobby lo es. Es uno de los 5,6 millones de ucranianos refugiados en todo el continente europeo desde que comenzó la guerra.
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En realidad es muchas más cosas antes que refugiado. Eso sería, de hecho, lo circunstancial. Bobby es ingeniero eléctrico con experiencia de trabajo en puertos y barcos. También es padre. Y un ciudadano de Ucrania, país al que no ha podido regresar a causa de la guerra.
Pasados unos pocos minutos aparece Tetiana (‘Tanya’), su mujer. “¡Qué calor!”, dice sonriendo. Y, de nuevo, cualquier idea que uno pueda hacerse en relación con el concepto de refugiado se desmorona ante esta joven madre, alegre y expresiva. “No tenemos una historia de haber perdido a alguien en nuestras familias. Estamos a salvo y nadie en nuestra familia ha muerto en esta horrible situación, como en otros casos y lugares en Ucrania”, explica Tanya.
Sin embargo, la suya es una historia de huidas precipitadas y de búsqueda de asilo en un país extraño, con todas las dificultades que ello puede conllevar. Una historia en la que la fe y la cosmovisión bíblicas aportan un elemento imprescindible, según dicen. “En todo esto hemos visto la mano de Dios obrando, en todas nuestras situaciones y a lo largo de nuestro camino”, añade.
[photo_footer]Tanya llegó a Castelldefels a mediados de marzo, y se reencontró con Bobby en mayo, ya que él venía desde Emiratos Árabes Unidos. / J. Soriano[/photo_footer]
Bobby y Tanya, de Odessa, siguieron caminos diferentes hasta llegar a España. Para ella y su hijo Liev, el viaje comenzó la mañana del 24 de febrero. “Me levanté y en seguida comprendía que algo ocurría […] Miré por la ventana y vi una bandada de pájaros volar, pero era extraño. Volaban de forma diferente. Comprendí que había algo que no iba bien”, dice.
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“Escuché unas explosiones y vi humo a lo lejos. Estaba asustada. Comencé a llamar a mi madre y a mis amigos. No sabía si era una bomba o algo que se había averiado. Todos esperábamos algo [por la tensión previa al inicio de la invasión rusa], pero no esto. No esperaba la guerra”, señala. “Muchos entendimos entonces que la guerra había comenzado, pero pensábamos que quizá podría ser algo como lo de Crimea, tan solo algunos días. No sabíamos qué pasaría después. Así que decidimos irnos. Yo estaba sola en nuestro piso con nuestro bebé. Liev había dejado sus juguetes. No hablaba, pero parecía entender lo que estaba ocurriendo. Fui a hacer la maleta y vi que había metido algunos juguetes dentro”, añade Tanya.
“Yo estaba en el extranjero”, apunta Bobby. En concreto, se encontraba entre Emiratos Árabes Unidos y Omán, adonde había llegado apenas un mes antes, en enero, para trabajar. “Yo no quería volver a ir al extranjero para trabajar, pero los salarios en Ucrania no son muy altos. No sé qué fue lo que ocurrió, pero hablamos de nuevo sobre el tema y simplemente decidimos que esta sería la última vez que iría a trabajar fuera. Es como si alguien hubiese puesto esa idea en nuestras mentes”, asegura.
Mientras Bobby seguía, como podía, la situación de su familia desde Oriente Medio, con “gran estrés”, Tanya y su bebé se reunían con Anna, su madre, y su hermana pequeña, Veronika, para salir de Ucrania, juntamente con una caravana de personas de la iglesia en la que se congregaban los padres (la iglesia ‘Vida que trae victoria’, según la traducen del ruso). “El otoño anterior habíamos visitado la iglesia, en la cual yo crecí, y nos acogieron muy bien. También sentimos que nos transmitían un mensaje de parte de Dios, para comenzar una iglesia en España, en concreto en Alicante. Así que comenzamos a orar aunque imaginábamos que tomaría años”, explica Tanya.
De hecho, apunta Bobby, “teníamos planes de venir a España”. “Me hice amigo del pastor y de la gente de aquella iglesia, y recibí una designación para hacer algo más que servir en la alabanza de nuestra iglesia”, añade.
Pero lo de Tanya y su familia estaba lejos de ser un viaje misionero convencional, según se pueda imaginar. De alguna manera, señala, “pensamos que Dios nos estaba diciendo que si no salíamos de Ucrania en ese momento, no lo haríamos en ningún otro”. “Así que comenzamos nuestro viaje. No sabíamos dónde iríamos, si a España o a otro lugar. Mi madre cogió solamente una maleta para ella y otra para mi hermana. Pensaban que estaríamos fuera por una semana, como mucho. Ahora nos damos cuenta de que toda nuestra vida puede caber en una maleta”, agrega.
[photo_footer]La familia viajó en una caravana con otros miembros de una iglesia ucraniana. / J. Soriano[/photo_footer]
Junto con el resto de personas de la iglesia con las que viajaban, en su éxodo particular, llegaron primero a la frontera con Moldavia. “Fueron muy agradables. Nos dijeron que quizá el día de mañana estarían como nosotros, y que también les gustaría que alguien les ayudase”, dice. Moldavia fue, de hecho, ese primer lugar de misión, ya que Tanya explica que conocieron a otra madre con su hija y que les compartieron el evangelio y luego se unieron a su caravana. Tanya sonríe cuando utilizamos esta palabra en la conversación ya que es el término (en inglés, caravan) con el que nombraron el grupo de WhatsApp que comparten con el resto de las familias de la iglesia con las que viajaron.
Los problemas llegaron en la frontera con Rumanía (territorio de la Unión Europea). Todo el grupo pudo pasar el control excepto Tanya, con su hijo, su madre y su hermana, quien no tenía pasaporte sino solo el certificado de nacimiento. “No teníamos internet. No sabíamos adónde ir ni qué hacer […] Nos dijeron que no podíamos estar allí y que podíamos ir a la embajada y hacer los papeles, pero hubiera tomado mucho tiempo. Ya estábamos en nuestro coche, llorando, cuando algunos trabajadores del control fronterizo nos llamaron. Volvieron a revisar todos nuestros documentos y simplemente nos dejaron pasar. No entendemos qué ocurrió allí. Comenzamos a buscar al resto de nuestro grupo y, al final, lo encontramos en lugar provisional de descanso para los refugiados”, explica.
“Fue una obra de Dios”, dice Bobby, que seguía el transcurso del viaje desde Oriente Medio. “En algún momento sentí como si Dios me dijera que no debía preocuparme porque mi familia estaba en sus manos. Es un milagro. La hermana de Tanya pudo salir sin pasaporte”, añade.
El viaje continúa hasta España, pero Tanya y Bobby concentran las diferentes etapas en el momento en el que, según consideran, han percibido con más evidencia la presencia de Dios. “La manera en la que Dios hace su obra es maravilloso. No puedes esperar de ninguna manera la forma en la que Él te ayudará, o a través de quién lo hará”, remarca Tanya.
Ha sido en España donde Tanya (desde mediados de marzo) y Bobby (desde mayo) se han reencontrado, después de que él también se desplazase a Bélgica para ayudar a su madre a llegar a casa de su hermana, que vive en Bruselas. Aquí, ambos han comenzado ya juntos la etapa de la acogida, que tampoco está exenta de dificultades.
Al llegar a la península, junto con el resto de personas de la iglesia con las que Tanya y su familia habían viajado, fueron alojados por la Cruz Roja en distintos hoteles de Castelldefels y otros municipios del área metropolitana de Barcelona. Muchos de ellos comenzaron a visitar la iglesia evangélica en la localidad de Castelldefels, incluido el que fue pastor de Tanya y Bobby en Ucrania. “La de la iglesia es también otra gran historia”, señala Tanya.
Pero en el proceso, Bobby y el resto de la familia fueron reubicados por la Cruz Roja en Ejea de los Caballeros, en Zaragoza. Algo que recuerdan con cierta delicadeza, ya que el resto del grupo con el que habían llegado permaneció en la zona de Castelldefels, y algunos de ellos habían encontrado trabajos puntuales y se estaban implicando en la comunidad de la iglesia en el municipio. Por eso, decidieron regresar por su propia cuenta a Castelldefels, donde han encontrado algunas oportunidades laborales. Anna, la madre de Tanya, ha podido dar algunas clases de ruso, y Bobby ha hecho trabajos puntuales en alguna embarcación. Además, han podido alojarse en varios domicilios gracias a la ayuda de la iglesia local.
[photo_footer]A la Iglesia Evangélica de Castelldefels han llegado varios refugiados ucranianos. Desde la comunidad se han volcado en su proceso de acogida. / J. Soriano[/photo_footer]
“La implicación para ayudarles ha ido viniendo por parte de iniciativas de miembros en particular, y la iglesia los ha respaldado. No es que hubiese un plan definido, sino que ha sido un proceso natural”, explica Dorcas González, miembro del consejo de la Iglesia Evangélica de Castelldefels.
Uno de esos primeros contactos con la iglesia fue a través de Roger Marshall, un miembro de la comunidad que organiza unos grupos de conversación para aprender a hablar inglés en el municipio. “Pensando en la perspectiva de un equipo, es una parte de la cooperación”, dice.
“La iglesia en seguida se volcó. Pero si no hubiera tenido claro que a la iglesia le encantaría la idea de invitarles, no lo hubiera hecho. Sabía que la respuesta sería de acogida, con los brazos abiertos. Tampoco hubiera podido continuar sin el hecho de saber que había una comunidad que estaba dispuesta a colaborar en todo lo posible”, añade.
Haciendo alusión al aspecto de Dorcas y Roger, Tanya asegura que “los ángeles no solo tienen alas, sino que también llevan gafas y no tienen pelo”. Todos ellos ríen.
En realidad, el contacto con la iglesia comenzó con el hecho en sí de llegar a Castelldefels, en el sentido de lo arraigada que está la misión de la iglesia local en el municipio. “La iglesia comenzó a ayudarnos no en sus instalaciones, sino desde que llegamos a Castelldefels. En la ciudad hemos conocido a personas que nos han ayudado de muchas maneras”, asegura Bobby. Y hace referencia al ejemplo que vivió su suegra.
A Anna le presentaron la oportunidad de someterse a una intervención bucodental sin ningún coste. Para esta profesora de primaria, fueron llamativos los ojos de la persona que la atendió. “Solo podía verle los ojos porque llevaba una mascarilla, pero veía que estaba sonriendo”, explica. Un domingo, mientras estaba en la iglesia, alguien tocó su mano para ofrecerle participar en la Cena del Señor. “Entonces vi aquellos ojos”, recuerda con una sonrisa.
Es así como, en parte, las iglesias evangélicas se han convertido en un espacio fundamental en el proceso de acogida de los refugiados que llegan de Ucrania, con la capacidad no solo de proveer asistencia en las necesidades más urgentes, sino también elementos comunes de la identidad cristiana que ayudan a las personas a establecerse en el lugar. “La primera vez que vinimos a visitar la iglesia escuché un himno que conocemos de nuestra comunidad en Ucrania, Solo en Jesús”, señala Bobby.
[photo_footer]Anna, la madre de Tanya y Veronika, en el centro de la imagen, con el resto de la familia y Roger Marshall (a la izquierda de todo). / Cedida.[/photo_footer]
Desde que comenzó la guerra, en Ucrania han muerto unos 5.700 civiles, según Naciones Unidas. Tanto Bobby como Tanya tienen cada uno a su padre en Ucrania, además de otros seres queridos y amigos. “Ahora Odessa no está bajo sitio ni tampoco es bombardeada. La situación es mejor, pero aún hay muchos barcos esperando a poder partir del puerto. Creo que está relacionado con la polémica del ‘corredor del grano’. Por eso no están atacando mucho la ciudad”, explica Bobby.
“Pero en la región de Odessa ha habido bombardeos pesados a menudo. En Ucrania uno no sabe en qué parte del país puede estar a salvo”, puntualiza Tanya. “Toda la gente que permanece allí no acepta que la guerra sea una realidad. Están viviendo en otra realidad”, añade.
De haberse quedado en el país, posiblemente Bobby habría tenido que combatir con el ejército ucraniano. De hecho, por una formación militar previa que realizó en el pasado, lo habría hecho con galones de sargento, según afirma. “Creo que es la obra de Dios”, dice. “Siento que Dios me dice en todo momento que tengo que cuidar a mi familia antes. En toda nuestra condición aquí, en España, veo cómo Dios nos ha cuidado. No tengo sentimientos mezclados en cuanto a escoger entre el ejército o mi familia. Dios ha ido guiando así las cosas. Todo lo que necesito es confiar en Dios. Si comenzase a pensar en cada detalle, podría pasar así el resto de mi vida”, confiesa.
La familia también es consciente de la labor que las iglesias que han permanecido en Ucrania están llevando a cabo. “El ministerio en nuestra iglesia ha continuado”, explica Anna. “Las personas que han permanecido en el país son miembros, sobre todo, no líderes. Son muy activos en el ministerio. Ahora se han convertido en los líderes y pastores. Están organizando ayuda a las personas más necesitadas por causa de la guerra. Preparan paquetes de alimentos. En nuestro caso, la iglesia está creciendo. Han formado una alianza con otras iglesias para ampliar su impacto”, señala.
[photo_footer]La necesidad de encontrar trabajo y las posibilidades ministeriales marcan el desarrollo del futuro a corto plazo para esta familia. / J. Soriano[/photo_footer]
En el presente, la guerra sigue siendo algo totalmente carente de sentido para esta familia. “No podemos entender lo que está ocurriendo porque todas las familias en Ucrania tienen, al menos, un familiar en Rusia, y lo mismo les ocurre a los rusos”, dice.
Para el futuro más cercano, señala Bobby, se enfocan en “buscar un empleo” y desarrollar su ministerio en la ciudad que les acoge. “Queremos organizar una iglesia para las personas de habla rusa en Castelldefels. Queremos cuidarlas porque hay muchas aquí”, remarca.
Un futuro que vinculan por completo a un elemento que ha resultado indispensable para ellos en su viaje camino aquí: la fe. “En Ucrania tenemos un dicho que dice: ‘si ocurre algo terrible, todo el mundo se dirige a Dios’. Pero es cierto. Ahora, muchos ucranianos no sabemos qué pasará y todos necesitamos ayuda. Pero muchas personas encarnan este dicho. Nosotros, como cristianos, estamos en una mejor posición. Tenemos a nuestro Padre celestial, que cuida de nosotros. Y también cuida de nuestra nación, incluso sin que ella lo sepa”, asegura Tanya.
Para Bobby no es una cuestión únicamente de confianza, sino que remarca el elemento de la fe. “Confiar no es suficiente para la persona que no cree en Dios. Conocemos a muchos ucranianos que estaban aquí en España y que han regresado porque no podían fiarse de nadie. Simplemente veían otro idioma y otra cultura. Esto es algo duro para la mayoría de ellos, a pesar de que son personas con educación y de que tenían su trabajo. Si no crees en Dios, ante las dificultades vas a volver a Ucrania” subraya.
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