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En Argentina la Iglesia Católica Romana sigue siendo la religión dominante. Pero una encuesta del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) refleja que el porcentaje de católicos argentinos ha caído del 76,5% al 62,9% entre 2008 y 2019, mientras que la proporción de evangélicos ha crecido del 9% al 15,3% en el mismo periodo de tiempo.

El avance evangélico en Argentina se ha dado, como en la mayoría de los países de América latina, en todos los sectores pero especialmente en los “más vulnerables, entre ellos los presidiarios”, considera la investigadora del CONICET Verónica Giménez.

Como ejemplo, un 40% de los aproximadamente 6.900 reclusos de la provincia de Santa Fe viven en pabellones evangélicos, calcula Walter Gálvez, subsecretario de Asuntos Penitenciarios, quien también es pentecostal.

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De asesino a sueldo a pastor

Estamos en Rosario, que tiene unos 1,3 millones de habitantes y también tiene altos niveles de pobreza y delincuencia. La violencia entre pandillas que buscan controlar el territorio y los mercados de drogas ha ayudado a llenar sus cárceles.

El 80% de los crímenes en Rosario son ejecutados por sicarios jóvenes que prestan servicios a las bandas de narcotraficantes, cuyos jefes están presos y mantienen el dominio del negocio criminal desde las cárceles.

Jorge Anguilante, del penal de Piñero (Rosario) se dirige a casa cada fin de semana para ministrar en una pequeña iglesia evangélica que comenzó en un garaje en la ciudad más violenta de Argentina. Al salir, el antiguo delincuente convertido en pastor, saluda a los guardas con una sola palabra: “Bendiciones”.

Su historia, de un asesino convicto que abraza una fe evangélica tras las rejas, es común en los calabozos de la provincia argentina de Santa Fe y su ciudad capital, Rosario. Muchos comenzaron a vender drogas cuando eran adolescentes y quedaron atrapados en una espiral de violencia que llevó a algunos a sus tumbas y a otros a cárceles superpobladas divididas entre dos fuerzas: los evangélicos y los narcotraficantes.

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Anguilante promete que su vida violenta quedó atrás, que la “palabra” de Dios lo hizo “un hombre nuevo”. Fue condenado en 2014 a 12 años de prisión por asesinar a Jesús Trigo, de 24 años.

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Oasis dentro de la cárcel

Durante los últimos 20 años, las autoridades penitenciarias argentinas han alentado, de una forma u otra, la creación de unidades efectivamente dirigidas por reclusos evangélicos, otorgándoles a veces algunos privilegios especiales adicionales, como más tiempo al aire libre.

Los pabellones son muy parecidos a los del resto de la prisión: limpios y pintados en colores pastel, azul claro o verde. Tienen cocinas, televisores y equipos de radio, aquí utilizados para los servicios de oración. Pero son más seguros y tranquilos que las unidades regulares.

Violar las reglas que prohíben las peleas, fumar, consumir alcohol o drogas puede hacer que un recluso sea devuelto a la prisión normal.

“Llevamos la paz a las cárceles. Nunca hubo disturbios dentro de los pabellones evangélicos. Y eso es mejor para las autoridades”, dice el reverendo David Sensini, de la Iglesia Redil de Cristo, una de las iglesias pentecostales más grandes de Rosario.

El acceso está controlado tanto por los funcionarios de la prisión como por los líderes de los pabellones que funcionan como pastores y que desconfían de los intentos de las pandillas de infiltrarse.

Eric Gallardo, uno de los líderes del penal de Piñero, dice que deben mantener un control permanente sobre quién ingresa.