La mayoría de las mujeres sirias no están luchando en la guerra sino intentando salir de ella para sobrevivir y sacar sus familias adelante. El 75% de los dos millones de refugiados sirios son mujeres con niños. La mayoría de ellas han cruzado la frontera solas con sus hijos para llegar a alguno de los países vecinos como el Líbano, Jordania y Turquía.
Muchas de ellas
han huido de la guerra solas para sacar adelante a sus hijos ya que en la mayoría de los casos su marido está luchando, ha fallecido o si tiene suerte cruzará la frontera más adelante de forma ilegal para no tener problemas con las autoridades. Incluso las hay que se han atrevido a llegar al hospital militar Israelí en los Altos del Golán para salvar la vida de sus hijos, un acto de valentía ya que se trata de un país oficialmente enemigo.
AYA, BUSCANDO REFUGIO EN CAMPO ENEMIGO
Aya
llegó caminando al hospital de la frontera con Israel para pedir ayuda pues la mayoría de los centros médicos del sur de Siria han sido destruidos o se encuentran en muy precarias condiciones. Con lágrimas contaba que
ha perdido a sus padres y a su hermano durante un bombardeo que destruyó el pueblo en el que vivían.
Tiene 26 años y acaba de dar a luz a su séptimo hijo, en cuanto se recupere volverá a Siria donde le esperan sus seis hijos y su marido en una tienda de campaña dónde sobreviven a base de arroz y agua. Aya está contenta de haber dado al luz a su séptimo hijo por cesárea pero tiene miedo de lo que vaya a pasar cuando regrese a su país, en Israel no pueden quedarse pues es un país oficialmente enemigo.
Ella, como muchos otros pacientes que llegan a los hospitales de la frontera con Israel, Jordania o el Líbano, ni siquiera puede contar toda la historia, ni dar nombres pues tiene miedo que alguien conozca su identidad y eso pueda afectar a su familia en Siria.
ANNAN, LA LUCHA POR SALVAR A SU FAMILIA
Annan tiene 25 años, vive en Mafraq con sus tres hijos. Cuando llegamos a la habitación dónde viven, Joseph, el bebe de 8 meses está llorando, acaban de venir del hospital pues vuelve a estar enfermo.
Antes de la guerra vivían en Homs, intentaron quedarse pero la situación empeoraba y su marido pasó a estar en la lista de los rebeldes buscados por el gobierno de Assad así que decidieron marcharse de Siria.
El cuatro de febrero del 2013, Annan llego al puesto de control sirio con la frontera jordana, con sus documentos, dinero y sus tres niños. El plan era conseguir llegar al campo de refugiados de Al Zaatari esa noche y que su marido se reuniera con ellos más adelante cuando pudiera cruzar de forma ilegal la frontera. Pero lo que no esperaba era que los soldados sirios le quitaran todo lo que tenía incluyendo al bebé Joseph, que tenía solamente un mes.
Annan cuenta como le pegaron, y a consecuencia de la paliza, la lesión en las costillas le ha causado un problema en el riñón y ahora necesita tratamiento médico. Con la ayuda de personal de Naciones Unidas que trabaja en la frontera consiguieron llegar al campamento de refugiados. Era invierno y hacía mucho frio en las tiendas de campaña dónde solo tenían mantas, y al final de esa noche, su bebe Joseph sufrió hipotermia.
Después de 10 días de sufrimiento, ella y Joseph terminaron en un hospital jordano, y desde entonces la salud de ambos es muy frágil y para conseguir el tratamiento tiene que ir a Amman.
Le han caducado los papeles de ACNUR como refugiada y tiene que ir a la capital a renovarlos, hay mucha burocracia para conseguirlos, tiene que volver pero no se encuentra bien y el viaje a la capital le cuesta 40 dinars, un dinero que no tienen. Con voz suave nos dice que “espera que Dios provea”. De momento ellos no pueden volver a Siria, necesitan tratamiento médico y esperan poder conseguirlo.
Antes de irnos, Annan quiere invitarnos a té o café, aunque sea en una tienda en el desierto, impresiona ver que no han perdido esa costumbre de compartir lo que tienen.
Donde quiera que vayas, te ofrecen lo que tienen, café árabe, té con azúcar, limonada... la hospitalidad es parte de su cultura y es una buena costumbre que no han perdido aunque sean refugiados de guerra en un país extranjero.
Ser refugiado implica haber perdido casi todo, lo que sorprende positivamente en entre la comunidad siria es que aunque están viviendo una guerra civil,
muchos de ellos se han visto traicionados por gente de su propia etnia y religión aun así no han perdido su dignidad, ni su identidad nacional y ni las ganas por volver a su país con la voluntad de reconstruirlo.
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