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Manuel López
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Muerte y vida, fidelidad y corona

Testimonio compartido por Manuel López el pasado 5 de octubre en la Primera Iglesia Bautista de Madrid.

AUTOR Manuel López , Redacción P+D 12 DE DICIEMBRE DE 2014 11:23 h
manuel lopez Manuel López, en diciembre de 2013.

Aún en medio de la lucha contra el cáncer, Manuel López nunca dejó de lado su pasión comunicadora. A sus artículos semanales en Protestante Digital añadía informes personales en los que nos daba detalles sobre cómo afrontaba su día a día.



El pasado 5 de octubre, quiso contarlo en primera persona a la Primera Iglesia Evangélica Bautista de Madrid de Lacy, de la que era miembro. Compartirmos este texto, en el que explica la importancia de la fe en Cristo en medio de la enfermedad, y su esperanza. “Damos las gracias a Dios -decía Manuel López- por vivir en este tiempo en que podemos vivir vidas plenas en Él, en la confianza en su Palabra, en su cuidado, en la esperanza ciertísima de esa vida venturosa de triunfo que nos espera cuando el cáncer, o un infarto, un accidente de carretera, o la caída de la rama de un árbol marquen el antes y el después de nuestras vidas aquí”. Una vida venturosa de la que ya disfruta Manuel López, en la presencia del Señor.



 



TESTIMONIO. 5 DE OCTUBRE DE 2014. POR MANUEL LÓPEZ.



¡Estamos bien! Gracias a Dios, estamos bien. En realidad quien debería haber subido aquí es María Rosa, pues si el cáncer no es buena cosa para el que lo padece, para el que tiene que cuidar al que lo padece sí que es trabajo, fatiga y dolor vicario o delegado añadido.



Digo que estamos bien, ella con su tratamiento crónico de ocho pastillas diarias para el corazón, su artrosis en la rodilla –una de las enfermedades más dolorosas e incapacitantes– y ahora con la carga añadida de cuidar a un marido canceroso; yo, solo con un cáncer de esófago ramificado al hígado.



Estamos bien y damos a Dios muchas gracias por ello. Hoy, además, le damos gracias por poder estar aquí en nuestra iglesia con todos vosotros.



Dar las gracias a Dios. Se dice que rezar es “elevar el corazón a Dios y pedirle mercedes”. Cierto, pero solo a medias. Orar, mejor expresión, voz activa, que la pasiva rezar, es, efecto, elevar a Dios el corazón, pero también la mente. Y no solo para pedirle “qué hay de lo mío”, sino, bien al contrario, para pedirle qué hay de lo suyo, para pedirle que se haga su voluntad.



Me ha recordado el pastor que no tengo límite de tiempo, que hable todo lo que quiera, que vosotros a las doce os vais a vuestras clases y que solo no me olvide de tirar de la puerta al salir…



 



Bien, pues allá voy a ver si consigo contaros mi testimonio con vosotros presentes aquí en el templo.



Todo empezó con un dolor en una pierna un buen día de enero de este año al levantarme. O mejor dicho, pongamos que todo empezó el 28 de junio del año pasado. Ese día, un viernes, habíamos estado en un acto cultural en la ciudad de Dénia, donde residimos, y al llegar de vuelta a casa nos encontramos con la vivienda completamente arrasada, todo tirado por los suelos. Nos habían entrado a robar y se llevaron cuanto de valor había en la casa –fundamentalmente, los recuerdos de toda una vida–.



Estábamos cerrando entonces el número del periódico de la iglesia, nuestro querido PuertA<bierta, y con una mano adelante y otra atrás como quien dice esa fue la urgencia que nos quedó por delante en la agenda para los días siguientes. No importa tanto que te quiten todas las cosas con tal de que dejen el oficio en la cabeza y las manos libres para desempeñarlo.



Justo por eso, cuando un buen día de enero de este año al levantarme, como iba a decir, sentí un dolor punzante en una pierna estaba preparado para afrontar lo que se me iba a venir encima. Lo de la pierna era un trombo, una flebitis, que a Dios gracias, y a la ciencia médica, ha remitido, pero un dolor en el costado que sentí en una de las pruebas que me hicieron en el hospital resultó ser un cáncer con mala pinta contra el que estoy luchando.



Cuando de repente te diagnostican un cáncer se te vienen encima una serie de pensamientos y no precisamente en la línea de que los pajaritos cantan, las nubes se levantan… Pero en la vida hemos de aprender la lección de afrontar las cosas como nos vienen dadas; hemos de ir asimilándolas. Dios está ahí arriba al control de todo lo que nos pasa.



En mi caso, pensé de inmediato en dos pasajes de la Biblia que me servirían –me sirven, me están sirviendo– de ancla para sobrellevar la lucha contra el cáncer. Son como dos muros infranqueables entre los que me siento seguro y confiado.



 



Uno está en el capítulo 3, versículos 17 y 18 del libro de Habacuc. Dice así:




Aunque la higuera no florezca,



Ni en las vides haya frutos,



Aunque falte el producto del olivo,



Y los labrados no den mantenimiento,



Y las ovejas sean quitadas de la majada,



Y no haya vacas en los corrales;



 



Con todo, yo me alegraré en Jehová,



Y me gozaré en el Dios de mi salvación.




 



El otro es el Salmo 23:




Jehová es mi pastor; nada me faltará.



En lugares de delicados pastos me hará descansar;



Junto a aguas de reposo me pastoreará.



Confortará mi alma;



Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.



 



Aunque ande en valle de sombra de muerte,



}}} [ahí me ha pillado]



No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;



Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.



 



Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores;



Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.



 



Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,



Y en la casa de Jehová moraré por largos días.




 



Dicho y hecho, María Rosa y yo nos pusimos a orar.



Le dimos gracias a Dios por los 43 años que llevamos juntos con nuestro proyecto de vida en común, gracias por los tres hijos maravillosos que tenemos –el ‘pequeñín’, Pablo, ahora todo un señor profesor doctorando en Literatura en la Universidad Complutense, nos acompaña aquí esta mañana–, gracias por los cinco nietos maravillosos que tenemos, en Alicante y en Estados Unidos. Gracias por nuestra familia, los hermanos en Madrid, La Coruña y Estepona…



También dimos gracias por cuantas cosas buenas nos dio Dios. Para mí, una muy importante es la de haber podido ayudar a echar a andar un periódico para mi iglesia, PuertAbierta.



Dimos gracias también porque aunque la crisis nos echó literalmente de Madrid hace cinco años, hemos podido rehacer la vida en Dénia, donde estamos plenamente integrados… excepto en una cosa: seguimos siendo miembros de esta iglesia, nuestra iglesia ‘de toda la vida’ aquí en Madrid.



Acudimos con regularidad a los cultos en la iglesia bautista de Dénia, colaboramos con los pastores en temas de comunicación, con la campaña del Centenario 1914-2014, pero seguimos siendo los miembros números 11 y 14 de esta querida iglesia de Lacy. Como visitantes de “Madrid Primera” venimos acudiendo cada año a la Convención Bautista, la próxima dentro de tres semanas en Gandía.



Como digo, damos a Dios las gracias por tantas cosas buenas, y una de ellas es la de ser miembros de esta iglesia.



 



La primera decisión que tomé fue la de dar la vuelta a la pregunta de ‘por qué’ para cambiarla en ‘para qué’.



No importaba darle vueltas a por qué me tenía que pasar esto precisamente a mí, por qué el cáncer, sino que la cuestión era buscar la respuesta a para qué me pasa esto a mí, para qué me vino el cáncer.



“Lo que importa”, reza uno de los apuntes que tengo en mi Biblia, “no es lo que nos pasa, sino lo que hacemos con lo que nos pasa”.



De este modo, la segunda decisión vino dada por sí sola, así en caliente: hacernos voluntarios de la Asociación Española Contra el Cáncer, AECC. “Si de algo puede servir nuestra fe en ti para el alivio de otras personas a las que les descubran un cáncer y no te conozcan”, dijimos a Dios en oración, “aquí nos tienes, Señor. Úsanos.”



Y aquí estamos, ocho meses después. ¡Estamos bien!, dije al principio. Cierto que la quimioterapia es durilla y los efectos secundarios, latosos a fuer de impredecibles. Ahora mismo estoy terminando un segundo ciclo de sesiones de quimio y solo Dios sabe lo que me espera, pero aquí estamos.



No estamos solos en la lucha contra el cáncer. Cientos de hermanos de dentro y fuera de España han estado, están orando al Señor por mí como se viene haciendo aquí en nuestra iglesia en el culto de oración de los jueves. Y esto es realmente muy hermoso. Saberte querido, saberte querida es lo mejor que nos puede pasar en la vida.



 



No todo son tristezas. Cierto que uno de los médicos que me atendieron al principio le preguntó a María Rosa al encontrarse con ella unas semanas después si su esposo ya había fallecido, pero la vida, incluso la vida con cáncer, nos da alegrías.



La de vivir el día a día, ahora bajo una nueva dimensión, es motivo de grande alegría. Doy las gracias a Dios porque al lado de mi trabajo en Periodistas en Español me mantengo en activo colaborando con el periódico de la iglesia, PuertA<bierta, con la entrevista y el “Café para todos” en nuestra revista denominacional El Eco Bautista, mi colaboración revisando textos en la Revista Protestante de Teología que edita nuestra Facultad de Alcobendas, con mi sección semanal “Leyendo Fotos” en Periodistas y en Protestante Digital y revisando textos para la Iglesia Bautista de Dénia.



Saberte querido, que hay gente que le pide a Dios por ti, ya digo, es algo realmente muy hermoso. El TAC que me hicieron al poco de ponerme el tratamiento de quimioterapia en el Hospital de Dénia donde me atienden dio tan buenos resultados que el doctor exclamó exultante “Mejoría asombrosa”. El cáncer había dejado de avanzar; estaba o parecía estar cercado.



Pero para que no me subiera al ego y me pusiera a dar saltos de alegría por la victoria sobre el cáncer, se me puso una polineuritis en los pies, que es algo así como unas sandalias de plomo cargado de electricidad de baja intensidad. Es lo que me obliga a moverme con dificultad y andar con bastón.



Otra alegría, y no pequeña, es la que me fue dado celebrar el pasado 30 de agosto en que, como podéis leer en el Boletín, se cumplieron 50 años de mi bautismo en la Friedenskirche, iglesia de la Paz, la iglesia bautista del centro de Colonia, Alemania. Todavía recuerdo con meridiana claridad las palabras de la Biblia que me dedicó el pastor Francisco Robles. Están en la segunda parte del versículo 10 del segundo capítulo del libro de Apocalipsis:




Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.”




 



Muerte y vida; fidelidad y corona.



Muerte y vida, por este orden –y no como habitualmente los ponemos–. Fidelidad igual a corona. ¿Qué nos quiere decir hoy, aquí y ahora, este versículo?



En primer lugar, es una invitación a nosotros los creyentes a permanecer firmes en nuestra fe.



En el contexto en el que fueron escritas esas palabras, la fe de los primeros creyentes cristianos no era infrecuente que acabase en el martirio. Por eso debemos interpretar la palabra muerte no como el tránsito plácido al más allá en nuestras camitas una vez cumplidos los noventa años, sino la disposición del creyente a poner su vida por delante: “Sé fiel, mantente fiel aunque ello te vaya a costar la vida”.



Esto lo entendemos hoy perfectamente con la persecución a los cristianos y el martirio en una serie de países en el mundo.



La corona de la vida es una clara alusión a que hay una vida gloriosa para el creyente después de la muerte. La alusión a la corona viene dada sin duda por el hecho de que en Esmirna, iglesia a la que van destinadas estas palabras en el texto original, era una ciudad en la que se celebraban juegos. Los destinatarios en origen del libro sabían perfectamente qué significa alzarse con la corona de laurel al final de la carrera.



 



No apreciamos las cosas que tenemos. La vida es el mayor don, el mayor regalo, sin duda, y haremos bien en no perder de vista el hecho de que hace solo cuatro generaciones la mayoría de las cosas de que hoy nos servimos eran sueños imposibles: la electricidad, el televisor, el automóvil, la calefacción, el aire acondicionado, el teléfono móvil, el ordenador, los aviones, un equipo de sonido, el libro electrónico, el proyector de diapositivas… Una lista interminable.



“Hace cien años”, escribe Joaquín Lorente, uno de los genios de la publicidad en España, “muy probablemente tendrías los dientes carcomidos, apestarías, una simple miopía de 4 dioptrías te imposibilitaría muchas vivencias, no sabrías qué son las vacaciones, muchas infecciones te postrarían en dolores, tendrías un 75 por ciento de posibilidades de ser analfabeto y, entre otro gran surtido de lindezas, sería todo un mérito que vivieras más allá de la media de edad, que estaba en los 35 años.”



“A pesar de lo mal que estarías”, concluye, “te tocaría pagar impuestos a tus señores y a los jerarcas de una religión impuesta”.



 



Así las cosas, damos las gracias a Dios por vivir en este tiempo en que podemos vivir vidas plenas en Él, en la confianza en su Palabra, en su cuidado, en la esperanza ciertísima de esa vida venturosa de triunfo que nos espera cuando el cáncer, o un infarto, un accidente de carretera, o la caída de la rama de un árbol marquen el antes y el después de nuestras vidas aquí.



Ahora mismo estoy en medio de un nuevo ciclo de quimio. El segundo TAC que me hicieron no dio tan bien como el primero y muestra que el cáncer sigue causando lesiones en el hígado. El próximo lunes 13 me harán un tercer TAC. Sigo confiado como el primer día. Me sé en manos de Dios y acepto su voluntad.



Ya termino. Este, queridos hermanos y amigos, es mi testimonio. Doy las gracias a Dios por la salvación que nos ofrece en el Señor Jesucristo. Y le doy las gracias por todas y cada una de las personas que me han arropado, que me arropáis con vuestras oraciones por mi salud, con vuestros mensajes en las redes sociales, vuestras llamadas telefónicas, vuestras visitas a Dénia. Que Dios os bendiga.



 



Manuel López (A Coruña, 1946) falleció este viernes 12 de diciembre en Dénia (Alicante) a la edad de 68 años. Sus restos serán despedidos este sábado 13 de diciembre en el Tanatorio de Dénia, a las 12 del mediodía.


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

X. Manuel Suárez
15/12/2014
19:57 h
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El último sermón de Manolo es absolutamente conmovedor. Me alegro de haberle conocido. He admirado su excelencia profesional y su capacidad de ofrecerla a la comunidad evangélica, pero más aún su generosidad en el trato personal: tuve algún debate público con él desde posiciones discordantes, y después de eso seguí percibiendo su afecto personal; es una cualidad cristiana que debería ser normal, pero no es tan frecuente. Ahora, en el cielo, comprende ya mucho mejor que yo todas las cosas.
 



 
 
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