El reconocimiento le al cura Gumersindo este 31 de marzo, cuando se cumplían 75 años del final de la Guerra Civil, gracias a un acuerdo por unanimidad del Ayuntamiento de Zaragoza para dedicarle una plaza. El alcalde, Juan Alberto Belloch; Casanova y Azcona se reunieron para hablar de Gumersindo de Estella en el Teatro Principal.
RELATOS ESTREMECEDORES
"¡Tantos hombres para matar a tres mujeres!’, gritó una. Sonó la descarga cerrada. Les di la absolución, y antes de que el teniente descargara los tiros de gracia, me alejé caminando como un autómata”.
El pelotón de fusilamiento ascendía a 24 hombres. Las tres mujeres eran Selina Casas, Margarita Navascués y Simona Blasco. Y el testigo que describe la atroz escena, un cura,
Gumersindo de Estella, que presenció 1.700 fusilamientos en las tapias del cementerio de Torrero (Zaragoza) entre 1936 y 1942. “Como sacerdote y cristiano sentía repugnancia ante tan numerosos asesinatos y no podía aprobarlos”. Tampoco pudo impedirlos, pero dejó constancia de ellos en un estremecedor diario por el que ayer le homenajeó el Ayuntamiento de Zaragoza dedicándole una plaza en el cementerio de Torrero.
Gumersindo de Estella, nombre religioso de Martín Zubeldia (1880-1974), acompañaba a las víctimas en camioneta desde la cárcel hasta la tapia del cementerio y les daba la extrema unción entre el fusilamiento y el tiro de gracia.
En total, más de 3.543 republicanos fueron fusilados en aquel muro desde la madrugada del 19 de julio de 1936 hasta el 20 de agosto de 1946. No se dejó de matar ni un solo día, ni en nochebuena. En octubre de 2010 se inauguró en el cementerio una espiral con los nombres de todas las víctimas.
No solo presenció las ejecuciones, también el robo de niños, como describió en su diario: “¡Por compasión, no me la roben! Que la maten conmigo’, gritaba una. ‘¡No quiero dejar a mi hija con estos verdugos!’, exclamaba la otra. Se entabló una lucha feroz entre los guardias que intentaban arrancar a viva fuerza las criaturas del pecho y brazos de sus madres y las pobres madres que defendían sus tesoros a brazo partido”.
Los bebés tenían un año. Eran las hijas de Selina Casas y Margarita Navascués. Las acusaban de haber intentado escapar a la zona republicana el día anterior, 21 de septiembre de 1937. Dos monjas recogieron a las niñas después de que mataran a sus madres.
REPRESALIADO POR LA JERARQUÍA CATÓLICA
“
Mi actitud contrastaba vivamente con la de otros religiosos, incluso superiores míos, que se entregaban con regocijo extraordinario y no solo aprobaban cuanto ocurría, sino que aplaudían y prorrumpían en vivas con frecuencia”, escribió Gumersindo de Estella en su diario.
Había sido precisamente el enfrentamiento con sus superiores el que le había llevado a ser capellán de la cárcel de Torrero. Zubeldia discutió con el padre Ladislao Yabar, quien anunciaba con ceremonia: “Hoy comeremos gallinas requisadas en Guipúzcoa por nuestros valientes requetés”, y fue trasladado, como castigo, desde Pamplona a Zaragoza. Le costó casi un año que retiraran de la capilla el retrato de Franco que presidía el altar. Se retiró un tiempo por una úlcera. Cuando regresó, ya terminada la guerra, los fusilamientos seguían -cerca de 700 después de la contienda- pero habían colocado unos sacos terreros tras la tapia porque las balas habían traspasado la pared y alcanzado los nichos.
“Su diario es un documento único, extraordinario”, explica el catedrático de historia contemporánea Julián Casanova,autor de La Iglesia de Franco (Editorial Crítica). “Muestra la desazón desde dentro de un hombre de la Iglesia al ver el fervor guerrero de la institución, que se ha puesto al servicio de Franco”.
Zubeldia ocultó su diario hasta poco antes de su muerte, cuando hizo saber de él a otros sacerdotes. “Son cinco cuadernos, para nosotros, un tesoro”, explica el padre Tarsicio de Azcona, de 90 años. “Sufrió mucho. Él era un hombre del pueblo, un misionero popular”. El diario se publicó en un libro en 2003 gracias a Azcona y al también capuchino José Ángel Echevarría.
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