Se hace evidente que en España nos encontramos ante un panorama novedoso en las iglesias. El mapa social, el trasfondo étnico o la riqueza cultural en nuestras iglesias autóctonas han perdido lo que les era ‘culturalmente inherente’, y han sido enriquecidos con aportes culturales diversos.
“Integrar esta diversidad cultural en el seno de las iglesias autóctonas y hacerla una experiencia viva para todos los que la conforman, no es tarea menor”, reconoce el pastor y misionero Miguel Juez, quien ha escrito una serie de artículos sobre ‘La Iglesia del presente’, publicados en la Revista Idea de la
Alianza Evangélica Española.
“La Iglesia europea vive hoy -cual símil de un pintor- una paleta con los más variados tonos de colores culturales. Diversas culturas y cosmovisiones; diversos idiomas, diversas razas y diversos trasfondos sociales. Esta es la realidad de la gran mayoría de asambleas de fe en Europa, sin importar su trasfondo teológico o denominacional”, acota Juez. A partir de estas consideraciones, Protestante Digital dialogó con él sobre la Iglesia que necesita la sociedad de hoy.
RESPONSABILIDAD ANTE LA DIVERSIDAD
En cuanto a la responsabilidad que como iglesia tenemos respecto a la diversidad cultural que nos rodea, Juez considera que “hemos sido llamados a impactar nuestro entorno más allá del trasfondo cultural y racial que nos rodea. El proyecto divino es amplio El mandato es para toda criatura y el Mensaje ha de ser relevante a nuestro contexto. El Señor vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Luc 19.10), sin distinción de géneros, nacionalidades ni cultura y sin distinción de color de piel o de idioma (Gal 3.28), y su Iglesia es el canal para integrar las culturas en una fe que rompe las barreras que diferencian y separan”.
Naturalmente surge la pregunta de si las iglesias evangélicas son un referente de integración, a lo que Juez responde que “hoy por hoy es evidente lo poco que impactamos, aunque esto nos cueste reconocerlo. Nos cuesta modificar nuestros patrones de tradición y pensamiento porque todo cambio produce temor y lo conocido está bajo control. Dudo que hoy escuchemos decir de la Iglesia… “estos que trastornan el mundo entero han llegado hasta aquí. Hech 17.6. Me pregunto, ¿cuál es nuestro temor?”.
Si bien Juez considera que “no es momento para justificarnos, ni buscar culpas ajenas”, reconoce que “la realidad tristemente se impone, con honrosas excepciones” y expresa que “no hemos permitido que las estructuras mentales y teológicas que por años nos han encasillado sean rotas hoy bajo el poder del Espíritu Santo”. “Sólo bajo Su gobierno y autoridad la iglesia volverá a vivir un mover de santidad en medio de una sociedad descreída de valores trascendentes”, afirma.
PARADIGMA DE CAMBIO
Siguiendo con el análisis del contexto actual, Miguel Juez reconoce que este es un tiempo especial para la Iglesia, un tiempo para impactar o ser impactados. “Tenemos todo lo necesario para ser un paradigma de cambio en nuestro entorno.
Podemos ser un referente legítimo para esta sociedad que busca desesperadamente un modelo válido que descubra los factores que integren sin menosprecio de las propias identidades. O podemos llegar a ser impactados. Impactados y afectados por una sociedad descreída de lo trascendente, cuyos verdaderos valores solo tienen términos temporales, y un profundo hedonismo que se ve a sí misma como centro del universo”, afirma.
LA IGLESIA MULTICULTURAL
En la serie de artículos publicados en Idea, el autor analiza diversos modelos de comunidades de fe. Uno de ellos es la iglesia multicultural y respecto resalta que
“nunca se llega a ser una Iglesia multicultural de forma accidental, sino que impera una ‘intencionalidad’, la búsqueda consciente y programada de un propósito”.
Haciendo un recuento de las
características de una iglesia multicultural, Juez detalla las siguientes: Hay un dinamismo vivo en cada área de servicio y ministerio. Se hace notoria en la renovación de la alabanza y adoración cultual por la riqueza que provee cada grupo cultural. La oración goza de eficacia y energía. Hay una búsqueda más viva de los dones del Espíritu Santo. La integración de las diferentes culturas es una búsqueda permanente y provee la oportunidad para la conversión y el discipulado de las minorías.
Lógicamente, en este modelo hay desafíos a enfrentar, al igual que en iglesias de otro tipo. “Es necesario ‘interpretar’ las culturas que se desea alcanzar. Al tratar con distintos trasfondos culturales, la aplicación de las correcciones debe hacerse con la sensibilidad propia del contexto. Debe proveer una amplia gama de asistencia a las minorías recién llegadas. Debe discipular para que cada grupo perciba que la cultura del Reino supera las diferencias culturales propias y provee los elementos de cohesión necesarios para trabajar y servir, cada uno desde su propio contexto, hacia los demás”, dice Juez.
Señala más adelante el autor que
“integrar la diversidad cultural requiere, entre muchas otras cosas, una cuota mutua de flexibilidad y entrega. Los ‘unos’ y los ‘otros’ pierden algo -es una cesión solidaria con capitalización a futuro- y a su vez son enriquecidos mutuamente con los valores del Reino expresados en cada cultura. Esa diversidad vivida en amor y compromiso recíproco es evidencia del Reino de Dios en la tierra y a la vez un testimonio evangélico vivo a nuestro entorno social”.
IGLESIAS RECEPTORAS
Lo anterior no se da cuando “como iglesia receptora buscamos que el inmigrante se asimile a nuestra cultura y tradición, a nuestras formas de alabanza, así como a la maneraen que expresamos nuestra teología y la aplicamos”, expresa Juez, reconociendo que
“reiteradas veces los yerros en el ámbito eclesial son reflejos de los errores cometidos en lo social”.
Al respecto, pone un ejemplo: “La ‘asimilación’ que la sociedad receptora pretende del inmigrante es una vía equivocada para alcanzar una integración plena. Hoy los países que apostaron por este objetivo, descubren con asombro que los diferentes grupos culturales que interactúan en la sociedad, responden siguiendo patrones culturales que rechazan la imposición y el menoscabo en aquello que les es propio en esencia”.
Reflexionando sobre cómo se sienten los inmigrantes en las iglesias receptoras, Juez señala que “ellos por lo general se cuestionan hasta qué punto deben olvidar su pasado cultural y eclesial para acomodarse a la cultura que los recibe. Pensemos que siempre habrá un nivel de integración por el mero hecho de vivir entre otros. Pero, ¿qué valores y/o hábitos en su manera de celebrar al Señor comunitariamente deberán perder o modificar, para sentirse o mostrarse integrados a la nueva sociedad eclesial? Y en cuanto al idioma, ¿tendrán una posibilidad mínima de alabar en el idioma de su propio corazón o de enseñar al resto de lacongregación una canción en su lengua? Qué decir en cuanto a la ropa y el lenguaje no verbal, o la manera de expresar su fe…”.
UN LUGAR PARA TODOS
Los elementos mencionados, entre otros, entran en juego cuando las personas se trasladan a nuevos contextos y requieren “ser considerados para no iniciar la formación de ghettos eclesiales que sólo dividen y no evidencian el poder de un Evangelio que rompe barreras y acerca distancias”, añade.
Por último, el autor reconoce que con lo expuesto anteriormente no pretende la búsqueda de la destrucción de nuestra identidad. “Sólo buscamos un cambio de posición de las prioridades. Lo excelente, como es nuestra identidad en Cristo como Iglesia redimida de todo pueblo, raza, lengua, tribu y nación,debe destacar sobre nuestra propia identidad cultural, racial, lingüística o social. Y lo paradójico es que al efectuar este cambio de posición dignificamos nuestra propia identidad cultural”.
En un contexto de multiculturalidad como el que vivimos en el ámbito eclesial, se hace necesario buscar el canal donde cada expresión cultural encuentre su lugar y participación. Esto requiere, como expresa Miguel Juez, flexibilidad, respeto y comprensión.