En el Reino Unido, la publicación del nuevo libro del astrofísico de Oxford creó un revuelo especial. “The Grand Design” surgía al público poco antes de que el Papa llegara a Inglaterra en su esperada visita oficial. Los tabloides ya habían sacado suficientes trapos sucios sobre la llegada del Jefe de Estado del Vaticano (costes económicos del viaje, problemas diplomáticos, críticas de varios grupos de presión), y las conclusiones de Hawking sobre Dios eran la guinda del
pudding de religión, política y ciencia que se había preparado.
Más allá del amarillismo, sin embargo, el libro de Hawking ha destacado también por otro aspecto. Es el primero del autor que afirma estar en condiciones de poder demostrar que Dios ni siquiera sería necesario para el origen del universo. En sus palabras, la gran explosión inicial del universo (según la teoría del Big Bang) fue “una consecuencia inevitable” de las leyes de la física y el cosmos “se creó de la nada”. Según el catedrático de Oxford, la gravedad y las leyes de la física conducen casi irremediablemente a una “creación espontánea”, y por tanto, el hablar de Dios pasa a ser “redundante”.
Sus conclusiones han levantado una vez más, pues, la pregunta: “¿Podemos ahora enterrar científicamente a Dios?”. Richard Dawkins, el publicista del ateísmo con más facilidad por vender libros ya ha salido a celebrar la nueva teoría de Hawking, mientras que George Ellis, presidente de la Sociedad Internacional para la Ciencia y la Religión criticaba una vez más que algunos tuvieran tanta obsesión por enfrentar ciencia y fe, un dilema que es falso en su planteamiento, opina.
SI LO DICE HAWKING…
Entre las reacciones en España a la publicación del libro de Hawking, destaca la de un
artículo en el diario El País, firmado por Mónica Salomone. Bajo el título “Si lo dice un científico, va a misa”, Salomone lanza algunas reflexiones sobre cómo la ciencia ha buscado su propio camino pero nunca ha dejado de dialogar (aunque lo haya intentando) con la fe. Plantea que -al contrario de lo que el nuevo ateísmo se esfuerza en demostrar-, es más que usual que los investigadores dejen abierta la puerta a la existencia de Dios en muchas áreas de la ciencia, y que una gran parte creen que religión y estudios científicos deben respetarse porque dan respuestas desde perspectivas que interactúan pese a avanzar en contextos diferentes.
Salomone recuerda también el estudio de la revista Nature, que en 1997 afirmaba que el 40% de los científicos creían en un Dios con el que se puede interactuar personalmente. El artículo también cita a José Ferreirós, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Sevilla, que considera que Dios se deja de mencionar en la ciencia por una razón puramente socio-histórica: “En época de Newton no se podía pensar en cuestiones científicas sin, tarde o temprano, llegar a la cuestión de Dios”. La cosa cambió en el siglo XIX, cuando ciencia y filosofía moderna declararon con Nietzsche la muerte de Dios.
El reportaje de Salomone, tras recolectar varias voces de científicos españoles, concluye lanzando una reflexión irónica: “¿Qué pasa cuando los científicos ocupan en la sociedad el papel de... sacerdotes? O sea: ¿Por qué lo que dice Hawking va a misa?” Y termina con la opinión de Evencio Mediavilla, investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias: “La opinión de un científico acerca de este tema no tiene por qué ser a priori más interesante que la de cualquier otra persona. Sería infantil crear una iglesia de científicos no creyentes”.
A. CRUZ: “INTENTO DE HACER INNECESARIO A DIOS”
Sobre el nuevo libro de Hawking ha opinado también, en este magazine, Antonio Cruz, Doctor en Biología por la Universidad Autónoma de Barcelona. En
“Dios, Hawking y la gravedad”, Cruz defiende que para intentar expulsar a Dios de la creación del universo, Hawking se ha visto obligado a hacerlo “desde su filosofía personal, ya que los planteamientos de la verdadera ciencia no le ayudaban en nada a ello”.
Para Cruz, las propuestas de Hawking apuntan normalmente a “confeccionar un modelo matemático de universo que haga innecesario a Dios”, y por ello el astrofísico ha intentado incluso “desacreditar la teoría del Big Bang, que requiere un acto creador inicial”.
Las teorías de Hawking, dice Cruz, “pecan de cientifismo, no hacen buena filosofía, carecen de la suficiente información teológica y, por último, se basan en una falacia”. Cree que el autor mezcla “los niveles físico y metafísico sin aclarar nunca de cuál de los dos se está hablando”.
Sobre el intento de probar el origen del universo a partir de la nada (argumento de “The Grand Design”), Antonio Cruz denuncia que se juega con facilidad con términos que varían su significado según el terreno en el que se utilicen: “Cuando se dice que en experimentos de mecánica cuántica ciertas partículas parecen salir de la nada, ¿qué se entiende por nada? ¿Es esta nada la misma nada original?”. Advierte que no es serio “mezclar deliberadamente la nada cuántica de las partículas elementales de la física con la nada primigenia metafísica a partir de la cual Dios creó el cosmos”. Es decir, “el vacío cuántico a que se refiere la física nunca será la nada ontológica de la metafísica y la teología”. Defiende que no se puede mezclar indiscriminadamente dos disciplinas diferentes: “A las preguntas de la física no se puede responder mediante soluciones metafísicas y viceversa”.
Por otro lado, argumenta Cruz, “si toda la materia del cosmos hubiera surgido de una fluctuación natural de la ley gravitacional sin necesidad de Dios, lo habría hecho siguiendo ciertas leyes que por definición serían anteriores a la materia”. La pregunta seguiría abierta, ¿de dónde habrían surgido esas leyes tan perfectas? Cree Cruz, pues, que la falacia de Hawking está en “suponer que las leyes de la física son tan perfectas que precisamente por esa perfección deben existir”. Pero “necesidad lógica no implica necesidad real o física”, y por tanto el argumento se basa en la misma lógica que en su momento intentó utilizar equivocadamente San Anselmo para demostrar la existencia de Dios.
Finaliza Cruz diciendo que “aunque el último libro de Hawking llegue a ser un éxito de ventas, sus argumentos contra la existencia de Dios ni son nuevos ni, por supuesto, determinantes”. Y que la ciencia apuntará más y más hacia la existencia de un Creador, “porque descubre que el mundo está bien hecho y que la inteligencia del hombre está también diseñada para comprenderlo”.
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