Chej Moneir tiene un semblante triste, ha adelgazado varios kilos y no luce su kakolá gris. Junto a la puerta de su despacho, situado a escasos metros de la mezquita, las últimas visitas aguardan en el sofá. Quieren ver al egipcio, al respetado imán de la mezquita durante los últimos 14 años. “Ya no soy el imán. Hay manos negras que quieren destruirme, aunque todavía no sé quién está detrás. Necesito tiempo para averiguarlo. He presentado mi dimisión porque no aguanto más. La presión es muy grande”, confesaba el pasado 29 de mayo en una entrevista con el diario.
UN LÍDER ISLÁMICO CONOCIDO
El Messery, casado y padre de cuatro hijos, estudió religión en la Universidad Al Azhar de El Cairo, se graduó en Filosofía en Madrid y todos los viernes dirigía la oración ante más de 2.000 personas. Vive en el Centro Islámico, situado junto a la carretera M-30, sus hijos estudian en el colegio del complejo, ha celebrado alrededor de 600 bodas y mediado en la separación y conversación de centenares de fieles. Cuando alguien tenía un problema profesional o personal acudía al despacho de Moneir.
Algunos atribuían al imán poderes especiales y escuchaban sus sueños con atención. En su despacho “curaba” a mujeres enfermas “del mal de ojo”, se dice. Les leía el Corán y colocaba la mano sobre su cabeza para “inundarlas de paz y expulsar a los malos espíritus”, según la descripción que él mismo hace de esas curaciones, unas prácticas que abandonó hace meses.
SALIDA POCO CLARA
La marcha de Moneir está pues, envuelta en misterio. El nuevo director del Centro Islámico, un saudí recién llegado que no habla español, aseguró el pasado viernes que el imán ha cesado por decisión propia y que no hay nada que ocultar. “Ha presentado su dimisión por motivos personales y la hemos aceptado. Ha hecho un gran trabajo y le estamos muy agradecidos”, resume. El imán asiente con su cabeza y ahora dulcifica la versión de su marcha: “Lo he dejado porque estaba muy cansado. Me quedaré en España. Daré clases y charlas en universidades”.
Moneir se considera un hombre moderado y sus discursos de los viernes en contra de clérigos como Abu Qutada, palestino asentado en Londres y referente de Al Qaeda en Europa, le han creado enemigos. “No hay que rezar detrás de este imán”, decían en los aledaños de la mezquita algunos miembros de células yihadistas detenidos tras el 11-S o huidos de las redadas. Entre sus discípulos en las lecturas del Corán estaba Sarhane Ben Abdeljamid, El Tunecino, uno de los suicidas del 11-M.
NO HAY INFORMACIÓN
La ley del silencio se ha impuesto en cada rincón de los 12.000 metros cuadrados que ocupa el Centro Islámico de Madrid, uno de los mayores complejos de Europa gracias a los 20 millones de dólares (unos 14 millones de euros) que donó para su construcción el rey Fahd de Arabia Saudí. Los saudíes pagan y el centro pertenece a la Liga del Mundo Islámico, un organismo que aglutina a todos los países islámicos. En su plantilla hay trabajadores de 17 nacionalidades, un crisol de culturas unidas por el Islam. “¿Por qué se ha ido el chej Moneir? ¿Usted lo sabe? Esto es como una secta y nadie da una explicación”, critica un empleado en voz baja.
Zacarías Sambou Sillah, de 39 años, el imán gambiano que dirige una mezquita de Soria, responde igual que otros dirigentes cuyos centros dependen de la financiación saudí: “Llama mucha gente a preguntar qué ha pasado con Moneir y no responden”.
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