Diez años más tarde, Franco se hizo entregar otro informe, éste del Servicio de Información Militar, reconociendo que todo había sido un montaje, con «dobles del obispo». Franco ofreció a Fidel García una reparación por el ´montaje´, y el cardenal Tarancón no quiso remover el escándalo.
El general Franco ordenó en 1962 a su ministro de Justicia, Antonio Iturmendi, que ofreciese al desgraciado prelado la reparación que precisase, siempre que no fuera pública. Éste, ya anciano, rechazó con energía el ofrecimiento. Prefirió continuar «con el martirio hasta la muerte». El dictador lo habló más tarde con Manuel Fraga, su ministro de Información, que lo cuenta en las Memorias. Para entonces, la mala fama del obispo era vox populi. Paul Preston alude al «lujurioso incidente» en la biografía de Franco, dándolo por cierto.
DEFENDIÓ LA LIBERTAD DEL INDIVIDUO
Hijo de un humildísimo peón caminero, Fidel García había nacido en 1880 en Soto y Amío (León) y estudiado en la Universidad Pontificia de Comillas, donde fue el alumno mimado de los jesuitas. Brillante teólogo y escritor, llega pronto a obispo, con sede en Calahorra. Él mismo aborta, en cambio, su ascenso a la sede primada de Toledo para sustituir en 1931 al cardenal Pedro Segura, pese a la insistencia de Roma, que lo consideró siempre entre los más inteligentes del episcopado. Lo demostró con creces en el Concilio Vaticano II, donde se destacó de entre los prelados españoles, según escribe el historiador Josep M. Piñol en La transición democrática de la Iglesia católica española. Para entonces, Fidel García llevaba retirado con los jesuitas en Deusto (Bilbao) varios años, tras las brutales maquinaciones del franquismo contra él. Murió en 1973, a los 93 años.
El golpe militar del 18 de julio de 1936 sorprende al obispo Fidel García en Calahorra, que en 1937 publica en su boletín diocesano la encíclica Mit Brennender Sorge (Con ardiente preocupación), con la que Pío XI condena severamente el nazismo. Franco había dado órdenes tajantes de evitar la publicación en los territorios bajo su control de la famosa execración papal contra su socio bélico Adolf Hitler. El prelado de Calahorra fue el único que ignoró las órdenes del caudillo golpista. Pero además publicó una Instrucción pastoral sobre algunos errores modernos, entre otros el nazismo y el comunismo, y en defensa de «la libertad y la dignidad del hombre frente al Estado».
Era más de lo que el generalísimo Franco y la Gestapo hitleriana, que campaba en España a sus anchas, podían soportar. Incluso los obispos de la época, en su mayoría entregados al nuevo régimen, consideraron la pastoral de su colega un «gran error».
LA «CANALLADA» SALE A LA LUZ
Ahí empieza el calvario del obispo de Calahorra. Pese a llevar treinta años en la sede riojana y recibir en ese tiempo varios homenajes de respeto y admiración, empezaron a circular rumores sobre andanzas por prostíbulos de Barcelona y París y sobre su vida disoluta. La campaña de calumnias arreció en los momentos más críticos del franquismo, aislado internacionalmente y entregado sin condiciones a los alemanes.
«Entre 1950 y 1952 se culminó la canallada», en palabras del magistrado emérito del Tribunal Superior de Madrid Antonio Arizmendi, que acaba de publicar con el historiador Patricio de Blas un minucioso informe sobre el caso con el título ´Conspiración contra el obispo de Calahorra. Denuncia y crónica de una canallada´ (Editorial Edaf). Hijo del abogado de la diócesis de Calahorra cuando Fidel García decidió dimitir, Arizmendi lleva décadas denunciando «la felonía que sufrió el prelado» y ofrece datos, documentos y nombres de una trama en la que aparecen Franco y la Gestapo, los ministros Fraga e Iturmendi, e incluso el yerno de éste, Alfonso Osorio, más tarde vicepresidente del Gobierno con Adolfo Suárez.
Arizmendi denuncia que incluso ahora los obispos no quieren saber nada de rehabilitar el buen nombre de Fidel García. El cardenal Tarancón, en carta a Arizmendi, de 14 de febrero de 1982, dice que «Monseñor Fidel García fue un gran obispo, pero la verdad es que no sé cómo se pueden encauzar las cosas para reivindicar su memoria». Una memoria que estos historiadores ahora quieren recuperar.
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