Edmilson visto por Edmilson

“Ahora, cuando me veo aquí, jugando en el Barça, con casi 100.000 personas mirándome cada semana siento una emoción terrible. Para mí, cada partido es una lluvia de emociones. Sé que no va a durar toda la eternidad, por eso intento disfrutar cada segundo. Sin olvidar nunca de dónde vengo. Me siento un privilegiado por llevar la camiseta del Barça, por jugar con Brasil, por haber sido campeón del mundo, por estar donde estoy. Pero no puedo olvidar dónde estaba. Es imposible. He pasado momentos muy difíciles. Muchos.”

Su infancia fue difícil y dura. Recuerda, por ejemplo, cuando su madre le levantaba a las 5.30 de la madrugada para ayudar a su padre a recoger naranjas. “A las seis ya estaba en el campo, comíamos un poco y a trabajar. Así hasta las siete de la tarde. Llegaba a casa, cogía los libros y a la escuela. Muchos días me quedaba dormido en el pupitre. Así fue durante dos años porque mi hermano (el mayor) hacía el servicio militar”.

LA AYUDA DE UN AMIGO
Con 14 años, se fue al Iaju, las cosas le empezaron a salir bien y acabó en el Sao Paulo. Pero como él dice, estuvo a punto de echar a pewrder su vida definitivamente, “me sacaron de mis raíces, de mi gente. Y lo pasé muy mal. Gracias a un amigo lo superé. Yo tengo una fe muy grande en Jesucristo. Esto ha cambiado mi vida, mi manera de ser y de pensar. No es algo sólo religioso, es una cuestión de compromiso. Un pensamiento que descubrí entonces y mantengo ahora. Yo sé que si no tuviera esta fe en Jesucristo no estaría jugando ahora a fútbol.

En ese momento, se podía romper todo. Sabía que estaba ante la puerta mala de la vida. Cuando lo tenía todo en contra, ese amigo me indicó el camino de Dios. Si seguía por el otro, por el mal camino, sabía que caería, que no volvería. Ahora me siento un privilegiado. Le compré una casa a mis padres, con un campo de naranjas, tiene gallinas, pollos, vacas. Ésa es la vida de mi padre. Es feliz. Yo, también. Le he podido dar algo a mi familia".