Los adolescentes sin motivación, caprichosos, que no valoran nada son en realidad “seres débiles y sin fuerza de voluntad”. La raíz de esta situación, dice Solá, no es por un solo factor, sino por la suma de muchos; aunque destaca los cambios sociales que se han producido últimamente, y que han cobrado una enorme fuerza a través de los medios de comunicación y la convivencia en clase. También la inercia de los padres que se dejan llevar por la corriente actual de excesiva tolerancia y la consiguiente pérdida de valores a la hora de educar: “Hay mucha información sobre cómo educar (…) pero poco tiempo para formar”.
Los adolescentes actuales cree que se les debe todo esfuerzo que hacen, lo que les convierte en exigentes y con actitudes de despotismo que lleva a una inversión de los papeles de padres e hijos “como veo frecuentemente en mi consulta”. Ante esta situación, los padres están poco formados, sobre todo porque nadie les forma ni enseña a serlo, “de la misma manera que se enseña a un futuro conductor, siendo mucho más importante una familia que un coche”.
Fruto de esta falta de formación se dan dos extremos: la excesiva tolerancia, que lo permite casi todo, o la reacción rígida y agresiva contra los hijos. Estas situaciones se dan especialmente cuando se quiere iniciar tarde la educación, cuando aparecen los problemas ¿Cuándo se debe empezar a educar? Hay dos respuestas “Cuanto antes, en cuanto a los hijos, y 20 años antes de nacer los hijos en el caso de los padres, ya que muchos problemas de los hijos son resultado de los problemas de los padres”. Educar es también enseñar a responsabilizarse de su comportamiento a los niños, dice Solá.
LA AUTORIDAD
Ante la opinión frecuente que añora tiempos pasados de mayor autoridad de los padres, Solá cree que en esta época se daba instrucción (en el sentido de aprender pautas de conducta) pero no se ofrecía educación en el sentido de sentir interiormente lo que se hace como un valor importante (la educación en valores). Esta instrucción se aplicaba en general como prohibir cosas y ordenar otras; pero el valor toca los sentimientos de las personas, llega a afectar a la persona entera que se compromete con una idea. “Pero para esto, los padres deben poseer estos valores que quieren enseñar. Es esencial este aspecto, y muy a menudo al cambiar los padres en positivo es cuando se logra que cambien los hijos.
Pero no se debe hacer dejación de autoridad en el sentido de que sean los hijos quienes finalmente toman las decisiones. “Sin el principio de autoridad es imposible educar. Si los niños entienden que la decisión de los padres es opcional, estamos perdidos. Los padres se acabarán sometiendo a la imposición de los niños.”
EL CASTIGO FÍSICO
Aunque hay quien utiliza la Biblia para justificar el castigo físico en la educación, “es chocante que con cuatro o cinco versículos se establezca toda una teoría de la educación. En mi opinión es aberrante”. Habría la misma razón para castigar físicamente a los padres de los malos hijos, o a los malos ciudadanos, “si es una brutalidad con un adulto, lo es con un niño, la Biblia no puede servir de fundamento para justificar este tipo de castigos”.
RELACIÓN PERSONAL
La relación es cuestión de dedicar tiempo y esfuerzo, hasta llegar a la empatía mutua. De aquí surge el buen sentido, como lo llama Solá, es entender por qué un niño actúa como actúa. Una mentira puede tener muchas interpretaciones. Antes de amenazar o abroncar hay que valorar las razones, motivos y sentido de lo ocurrido. También valorar las reacciones, especialmente de los adolescentes, que a veces tienden a provocar una visión distorsionada de los padres, que magnifican lo que está corriendo y reaccionan de manera incorrecta (“por ejemplo, a veces los niños se comportan mal para que se les de atención”).
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