Mariano Rajoy acaba de ser investido como nuevo Presidente del Gobierno en España, lo que conlleva de forma paralela el ver al Partidos Socialista Obrero Español (PSOE) ocupando un nuevo lugar respecto a las dos últimas legislaturas: el de partido de la oposición.
Este Editorial es complemento del ya
publicado recientemente sobre el Partido Popular, ganador de las últimas elecciones generales en España. Como allí anunciábamos, queríamos realizar un análisis del posible papel del PSOE en su nueva responsabilidad como principal partido de la oposición.
Ha sido sin duda una debacle la que ha sufrido el PSOE, lo que se ve claramente en que
no ha existido un traspaso mayoritario de sus votos al PP, sino en el aumento del resto de partidos “de izquierda”. Sin olvidar que ha aumentado el número de quienes se abstuvieron respecto a las anteriores generales (a pesar de ser unas elecciones que mantenían una especial sensibilidad por la trascendencia de la crisis económica). La abstención ha sido del 28,31% frente al 26,15% de los comicios generales anteriores. Estos datos suponen una caída de la participación de dos puntos respecto a la media de las últimas siete elecciones generales.
Es más, los votos de 646.488 españoles han sido o bien nulos o en blanco. Si sumamos ambas opciones la cifra representaría un 2,66% del total o el equivalente a la sexta fuerza política al Congreso. La opción del voto nulo ha experimentado un repunte notable, al haberse contabilizado 315.590 votos nulos, lo que supone un 1,29%, mientras que en los comicios de 2008 el porcentaje fue del 0,64%. El voto en blanco se ha visto también incrementado, ya que 330.898 personas se han decantado por él, alcanzando el 1,37% del total de votos, frente al 1,11% de las anteriores elecciones.
ANÁLISIS
En definitiva, algunos votantes socialistas han votado a otras opciones de izquierda, pero no ha habido trasvase de votos al PP. Incluso una gran parte han sido abstenciones, votos en blanco o nulos. Es decir, votos que nunca irán al PP, pero que se han negado a mantenerse o decantarse por el PSOE.
Y nuestro análisis, como lo fue en el caso del Partido Popular, tendrá como enfoque principal la cuestión de las libertades. No porque otros aspectos carezcan de relevancia, sino porque - siendo importantes la justicia social, los nacionalismos, la moral de las leyes que afectan la ética de la sexualidad o la vida, y los servicios públicos esenciales como la sanidad- todo queda en un segundo plano ante el aspecto de la libertad de expresión, religiosa y de opinión. Especialmente porque creemos que esto ha sido clave a nuestro juicio en el hundimiento socialista, no ya sólo en el voto general, sino probablemente de un modo muy significativo en el voto protestante.
Porque
si algo había tenido en el pasado el protestantismo español a favor del Partido Socialista (PSOE) para ser tradicionalmente el más votado en los inicios de la España democrática era su defensa de las libertades de todos por igual. En este sentido se veía al PSOE como defensor de la pluralidad religiosa frente al monoconfesionalismo.
Pero
en los últimos años la izquierda se ha radicalizado en sus posturas morales, mientras paralelamente ha ido coartando la libertad y el consenso; entendiendo que debe existir una moral pública única y legislando bajo tal prisma, en muchos casos sin necesidad social que lo requiriese y sin consenso social alguno. Al margen de lo inadecuado de que lo político entre en el terreno de legislar lo moral, que recuerda al nacional-catolicismo pero aplicado desde ideas de la actual izquierda española (especialmente en aspectos que sólo conciernen a la familia), de forma paralela se ha expulsado de la dinámica de la vida política de la izquierda a las confesiones y a los creyentes que no coinciden con sus postulados morales; incluso aunque ideológicamente puedan estar cercanos a otros aspectos de su agenda política.
Por otra parte, en su lucha por una separación Iglesias-Estado, que el protestantismo español siempre ha defendido, el PSOE ha hecho una lectura extrema que lleva a expulsar a los colectivos religiosos de la vida pública. Las confesiones y entidades religiosas tienen el derecho (y entendemos que el deber) de participar como una fuerza social más en el debate y la vida pública. Llevarlas al ostracismo, o marginar esta posibilidad, es negar el derecho que una democracia concede a cualquier colectivo o persona, y creemos que es una tendencia grave y preocupante.
El PSOE ha desperdiciado dos legislaturas en las que esperábamos –inútilmente- que avanzase en la aconfesionalidad que nuestra Constitución declara, pero que finalmente han dedicado a enfatizar e imponer un laicismo dogmatizante, que niega la utilidad social de la dimensión de los valores de las creencias del ser humano, negándoles la libertad de expresión e influencia que todo colectivo debe tener, y relegándolas cada vez más al ámbito exclusivamente privado.
Probablemente todo esto explica que el protestantismo español haya dado la espalda al PSOE en estas elecciones generales (
ver la encuesta sobre intención de voto de P+D).
Y se está a la espera (entendemos) de saber si decide poner de nuevo la libertad religiosa, de expresión y opinión como bandera, por encima de otros conceptos de su programa político, o si radicaliza su discurso hacia lo que falsamente considera progresista anulando la libertad de expresión dentro y fuera de su propio partido, cayendo en la red de las agendas de determinados colectivos que pretenden estar por encima de toda crítica, calificando como retrógradas o supuestas fobias a cualquiera que cuestione su agenda.
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