Es como si en medio de las vacaciones se hubiese colado una intrusa malvenida. Entre el ocio, las playas, el bronceado y el deporte veraniego ha llegado la muerte sin ser invitada y rompiendo el cristal del feliz teatro de verano.
Es cierto que en España poco antes había ocurrido la muerte de dos ciudadanos, dos servidores públicos, a manos de la banda asesina ETA. Pero esta muerte, con toda su tragedia, parte de la lógica ilógica de la voluntad humana, y es por lo tanto teóricamente evitable: más control, más policía, más prevención.
Pero
esta muerte de Dani Jarque, mientras una persona joven habla por teléfono tras haber pasado un exhaustivo chequeo médico, nos habla de la muerte inevitable, imprevisible, en cualquier edad y momento.
Vanidad de vanidades todo es vanidad, sería una de las conclusiones en contacto con el autor de Eclesiastés, muy contraria a las frases tópicas que suelen escucharse tras una tragedia como ésta: Mejor disfrutar al máximo, que son dos días. ¿Disfrutar para morir? ¡Solemne tontería!
Mejor reflexionar. Es cierto, la vida del hombre son dos días (
“como flor de la hierba del campo”, dice la Biblia). Es cierto, debemos vivir cada día intensamente, como si fuese el último; pero no para olvidar la muerte, sino porque ahí está la muerte como punto final ¿o como puntos suspensivos?
Si la muerte es un punto final, ¿de qué sirve entretenerse, atiborrarse como si fuese una droga con las emociones de cada día? ¿para morir? Los ataúdes no tienen bolsillos, ni para riquezas ni para emociones.
Y si no es un punto final, entonces el planteamiento cambia: hay un sentido, más allá. Pero tampoco valen los tópicos. Tiene que ser cierto que lo haya, no una filosofía o una bonita idea. Y es necesario también saber qué pasa, caso de haber un más allá, para saber qué y por qué ocurre. Y conocer si de alguna forma nuestra vida en el “más acá” en algo influye en ese futuro eterno.
Quienes creemos en Jesús tenemos la mayor evidencia. Testigos oculares directos, discípulos suyos -asustados y escondidos- salieron a las calles para anunciar que el Maestro había vuelto de la muerte y lo habían visto y tocado. No les importaba ya morir, porque en su vuelta su Maestro traía la confirmación no sólo de que El era Dios mismo hecho verdadero hombre, sino que su mensaje de esperanza no era una bonita filosofía, sino una realidad llena de poder:
El que crea en mí, aunque esté muerto vivirá eternamente. Una vida eterna en la presencia del Dios vivo.
Un mensaje que es el favorito de Juan José Cortés, que vive con la esperanza cierta de reencontrarse con su hija Mariluz. Y no como una idea consoladora que sirva sólo como bálsamo mental, como una muleta para ayudar a caminar. Es la promesa viva y real del único hombre al que la muerte no pudo retener en su seno, y cuyas palabras no son tópicos o pensamientos vanos. Son verdades como puños para el mal, y como manos abiertas y traspasadas para quien quiera asirlas.
A nadie que venga a mí yo echo fuera, dijo el rabí de Nazareth.
Es cuestión de vida o muerte. ¿Por qué no vas a El? Es verano, es ocio, es diversión; pero la muerte no sabe de temporadas. Cualquiera de nosotros podría no ver el sol mañana. ¿Estás seguro de dónde estarás en la eternidad?
No hablamos de cambiar de religión, ni de iglesia. Es dejar que Jesús limpie y cambie tu corazón. Hoy es el día de salvación para ti, si te acercas a Jesús y aceptas que sólo su sangre nos limpia de todo error, y su vida puede insuflar un espíritu nuevo a nuestros huesos secos, que caminan entre otros muchos huesos secos esperando el día de la muerte.
Hoy es día de vida, de esperanza, de promesas cumplidas ¡No lo dejes pasar!
Si quieres comentar o