Dentro de los datos y los acontecimientos generales, la historia se permite también el recuerdo de detalles más concretos y la memoria de hechos que, aunque quizá parecen de una magnitud más pequeña, constituyen lo fundamental de la vida misma. Por eso hay que leer una obra como La noia de la capsa de fils: memòries d’un exili no desitjat (La chica de la caja de hilos: memorias de un exilio no deseado), editada por el Memorial Democràtic de la Generalitat de Cataluña, que recoge el testimonio particular de Remei Oliva, pero también introduce otras referencias históricas clave del final de la Guerra Civil.

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Oliva, que ahora tiene 104 años, huyó a Francia con 20 y siendo modista, escapando de las devastadoras consecuencias que provocó el conflicto armado en España, por causa del alzamiento militar. Ya en territorio galo, junto a sus padres y su marido Joan, se refugió primero en el campo de Argelès, y luego en el de Saint Cyprien. “Los primeros días después de acabar la guerra, anunciaron por los altavoces que todos los que quisieran podían volver a España, pero nosotros teníamos miedo de las represalias”, explica Oliva en un fragmento del libro.

Coincidiendo con el momento en el que ACNUR habla ya de más de 100 millones de personas desplazadas en todo el mundo, el relato de Oliva recuerda la crudeza de esta situación. “Teníamos la impresión de que éramos tratados como corderos de un rebaño […] Todos aquellos cambios sin ninguna explicación nos humillaban enormemente”, explica cuando habla del proceso en el que sus familiares volvieron a ser trasladados a Argelès y ella, embarazada de su primer hijo, fue llevada a la Maternidad de Elna, la reconocida institución que durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial salvó las vidas de cerca de 800 niños y sus madres.

[photo_footer]Imagen de los diferentes libros de Remei Oliva. / Memorial Democràtic, Generalitat de Cataluña.[/photo_footer]

Elna, un lugar diferente

En el recorrido de sus recuerdos, Oliva no escatima en describir Elna como un lugar “señorial” en su apariencia, pero con un “trato humano” todavía más notable. “Si al salir de nuestro miserable campo nos hubiéramos encontrado de golpe en un lugar lujoso, quizá nos habríamos sentido incómodas, pero aquí era diferente. La casa era magnífica, pero como la habían alquilado vacía, solo había lo indispensable”, explica.

Una lumbre de fuego con la que calentarse, un buen café con pan del día para desayunar o instalaciones para asearse formaban parte del alivio que aquellas madres como Remei encontraron en la Maternidad de Elna en un momento de desesperación y urgencia. “Continuábamos siendo refugiadas; nuestra vida sería diferente durante un mes, pero después de parir volveríamos al campo con nuestro hijo, y entonces sería más duro todavía”, recuerda Oliva en el libro.

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Fue en aquella “Maternidad improvisada”, dice Oliva, donde, en el transcurso de su viaje, encontró “un poco de confort y, sobre todo, un calor humano que no olvidaré nunca”.

[photo_footer]Elisabeth Eidenbenz, fundadora de la Maternidad de Elna. / Archivo.[/photo_footer]

La figura de la directora

A Elisabeth Eidenbenz, recuerda Remei Oliva, “le decíamos la señorita Isabel”. “Era joven y tuvo piedad de todo lo que pasaba en España. No era algo político, sino que sus ideas eran de ayudar. Ella no miraba si [la persona] era blanca, negra o judía, porque ella era protestante, hija de un pastor”, subraya en las entrevistas en vídeo que le hizo Quim Paredes.

En las memorias de la ‘chica de la caja de hilos’, esa figura de la directora de la Maternidad de Elna resulta prominente. Oliva la recuerda con ternura y como una ayuda considerada en la comunicación con su marido y su padres, que se encontraban en Argelès. Incluso hablando de su madre, que por aquel entonces enfermó de pulmonía y tuvo que ser trasladada a Perpiñán, Oliva explica que “hablé con la directora y me propuso acompañarme al hospital a visitarla”. “Elna no está muy lejos, pero yo sola y sin medios no habría podido ir y le agradecí mucho su generosidad”. 

Eidenbenz fue una de las figuras clave en la fundación de la Maternidad de Elna, una institución que salvó la vida de unas 1.200 personas, entre niños y madres, en el transcurso de la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Hija de un pastor protestante suizo, realizó una labor única en Elna, en el momento en el que se registraba una mayor cantidad de personas desplazadas en Europa, hasta la reciente crisis migratoria.

Falleció en 2011, a los 97 años, y su reconocimiento ha sido tardío. En 2002, recibió la medalla de los Justos entre las Naciones, que otorga el Estado de Israel a algunas figuras que arriesgaron sus vidas para ayudar a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial y el holocausto. En 2021, el municipio catalán de Caldes de Montbui le dedicó un mirador poniéndole su nombre y reconociendo su labor en Elna.

[photo_footer]Remei Oliva en la actualidad. / Memorial Democràtic, Generalitat de Cataluña.[/photo_footer]

Una memoria que perdura

El relevo de la memoria de Remei Oliva lo toma con un posfacio al final del libro, su hijo Rubèn, nacido en Elna, en unas líneas realmente conmovedoras. “Yo soy el niño”, dice. “Mi madre ha puesto por escrito unos acontecimientos bien alejados de lo que debería haber sido ‘una vida normal’, como dice ella; lo ha hecho con sencillez, con espontaneidad y con la autenticidad de unos hechos vividos”, agrega.

Reflexionando sobre las diferentes personas que intervinieron en el desarrollo de la historia que relata su madre, Rubèn dice que “toma conciencia de que debe la vida a quienes actuaron con tanta generosidad en una época de guerras y de masacre”. “Me refiero sobre todo a Elisabet Eidenbenz, que creó la Maternidad de Elna; estoy seguro de que, sin ella, habría muerto en la arena del campo de refugiados como tantos otros bebés olvidados”, asegura.

La historia se vive en los pequeños relatos y los detalles que incluso durante tanto tiempo han pasado desapercibidos. Son esos testimonios personales que han sido impactados por una sonrisa en la desesperación, por una palabra amable al calor de una lumbre, por un café bien preparado después de días de camino, los que ‘hilan’ nuestra historia común.