El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Es la cuarta ocasión en los últimos cinco años que los investigadoresdel Índice de Paz Global hablan de deterioro. Oriente Medio y África del Norte, las regiones más perjudicadas.
Hablar de paz en un contexto como el occidental puede parecer abstracto y, como mucho, resultar en el recuerdo de alguna imagen de los conflictos que permanecen activos en otras regiones del planeta o, incluso, de alguna película bélica. Pero lo cierto es que, en un mundo globalizado, donde la dependencia y la conectividad mutuas se han ido definiendo cada vez más, lo que se plantea como una ilusión es hablar de guerras ‘ajenas’.
Ese es el esfuerzo en el que enfoca parte de su trabajo el Instituto para la Economía y la Paz, que cada año publica el Índice de Paz Global: una valoración del estado de la paz en todo el mundo a partir de diferentes datos y factores analizados a nivel de cada país, como el acceso que la población tiene a la compra de armas, la cantidad de homicidios, la presencia de manifestaciones violentas, la inestabilidad política local, el gasto militar del total de los presupuestos del Estado o el número de personas desplazadas de ese mismo país.
Y la conclusión del último trabajo publicado, relativo a 2019, vuelve a ubicar al mundo y sus autoridades ante la realidad de una paz frágil y que decrece de forma progresiva. “Los resultados del último año muestran que el nivel global de paz se ha deteriorado, con la puntuación media de cada país cayendo un 0,34%. Es el noveno deterioro de la paz en los últimos doce años, con 81 países mejorando y 80 registrando un deterioro”, explican los autores del Índice de Paz Global. “El índice de 2020 revela un mundo en el que los conflictos y las crisis que emergieron en la década pasada han comenzado a disminuir, solo para ser reemplazados por una nueva oleada de tensiones e incertidumbre como resultado de la pandemia de la Covid-19”, remarcan.
Según el Índice de Paz Global, “el mundo es considerablemente menos pacífico ahora que cuando se comenzó a realizar la publicación (en 2007)”. “Desde 2008, el nivel medio de paz por cada país ha disminuido un 3,76%”, se apunta en el texto, que relaciona este deterioro progresivo con la intensificación de conflictos en diferentes regiones del planeta, pero también con el aumento de tensiones políticas y del número de refugiados.
“La falta de paz está relacionada con el incremento de desigualdades en la mayor parte del mundo. Por dar un ejemplo de un país rico, en Estados Unidos el índice de desigualdad entre ricos y pobres ha crecido un 36% entre 1980 y 2018. Lo mismo está pasando en muchos países. Las desigualdades siguen creciendo en aspectos como el acceso a habilidades y recursos para participar plenamente en la sociedad”, asegura el director de la organización solidaria enfocada en el trabajo con refugiados y migrantes Ashoka Hello Europe y doctor en teología, Kenny Clewett.
“En Europa y alrededor del mundo estamos viendo incrementos preocupantes en materia de discriminación estructural, dejando a grupos que ya estaban muy oprimidos aún más lejos de estas oportunidades. Sin justicia no hay paz. Como sociedad, creo que aún no hemos entendido que todos estamos conectados, y que la injusticia practicada contra un grupo, aunque no sea el nuestro, nos afecta a todos”, remarca.
[photo_footer]Detalle del mapa de la violencia elaborado por el Índice de Paz Global. En verde, los países que registran mayores niveles de paz. En rojo, los que menos./IPG[/photo_footer]
Desde Anabautistas, Menonitas y Hermanos de Cristo en España (AMyHCE), que reúne a algunas de las denominaciones históricas del protestantismo destacadas en el trabajo pacificador, también consideran que “una gran parte de la violencia tiene su raíz en las desigualdades y la injusticia social” y que “la frustración natural se ve agravada porque en todo el mundo ha habido un incremento de las proclamas identitarias-nacionales-populistas, que son utilizadas como principal respuesta a esa injusticia o desigualdad” a pesar de ser “una respuesta falsa que no va a las raíces económicas y sociales, sino que designa de forma simplista a otro colectivo como culpable de las desgracias”.
[destacate]“Como sociedad, aún no hemos entendido que todos estamos conectados”.[/destacate]“El deterioro de la paz cabe achacarlo a la caída en el pecado que relata el libro de Génesis y que concluye en unos anhelos egoístas que tienden a llevar a la persona a sacrificar al otro en beneficio propio. Este fenómeno, cuando se generaliza en sacrificio del bien comunitario, lleva a crear sociedades cada vez más hedonistas, individualistas y egocéntricas, que reaccionan de forma violenta ante la frustración”, explica David Becerra, secretario general de AMyHCE.
Un vistazo rápido al mapa configurado por los datos del Índice de Paz Global muestra hasta qué punto está relacionada la represión de ciertos derechos humanos fundamentales, como el de la libertad religiosa, con el deterioro de la paz en un país. Cuatro de los cinco países en los que la paz experimenta una afectación más grave según el Índice de Paz Global (Afganistán, Siria, Irak y Yemen, con la excepción de Sudán del Sur) también aparecen entre los quince primeros lugares de la Lista Mundial de Persecución de Puertas Abiertas, la organización que monitorea los casos de persecución de cristianos en todo el mundo.
“La paz que practicó Jesús no fue una utopía monástica o una paz vinculada exclusivamente al bienestar individual. Fue una manera concreta de responder a la opresión y de enfrentarse a los opresores”, subraya Becerra, reflexionando sobre cómo estructurar un discurso y un activismo en favor de la paz desde una teología bíblica. “Jesús ‘desarmó’ a muchos dando respuestas que en sí mismas eran una denuncia pública y que ofrecían al opresor una oportunidad de pensar y replantearse su situación de abuso”, añade.
[destacate]Cuatro de los cinco países más violentos están entre los lugares donde los cristianos son más perseguidos.[/destacate]En esta línea de reflexión, Clewett advierte de que, según su propia experiencia, quienes utilizan más el término de “utopía” para referirse a la paz son quienes “menos tienen que lidiar con las injusticias”, y recuerda que “el cristianismo ofrece una visión radical de paz posible, y posible aquí y ahora”.
“En la Biblia los profetas identificaban injusticias aquí y ahora y demandaban cambios. Rechazaban aquello de conformarse con una paz ‘suficiente’ o una justicia gradual, y a alguno le costó su libertad y su vida porque incomodaban a las clases dominantes. Jesús, cuando caminó entre nosotros, hablaba de un reino inminente y ofrecía la paz aquí y ahora para sus seguidores, no como un concepto futuro y lejano. Si bien empieza por una transformación individual que nos reconcilia con Dios, no termina allí, sino que nos lleva a proclamar y buscar la justicia, y la paz que le sigue, en nuestra sociedad. Es verdad que la Biblia también nos dice que muchas cosas empeorarán, pero eso no nos quita la visión de la paz del presente y el poder de Dios en nosotros para vivirlo ahora”, manifiesta.
En relación al vínculo entre la falta de paz y la afectación sobre otros derechos, como el de la libertad religiosa, Clewett añade la convicción de “buscar el liderazgo de los cristianos que más sufren las injusticias” en el proceso de búsqueda de paz por parte del mismo conjunto de los cristianos que, considera, “es una parte central de la misión de la iglesia, y como tal, debe ser una parte fundamental de nuestra teología, predicación, liturgia y prácticas diarias”.
[photo_footer]Entre los factores analizados para elaborar el índice están el terror político y las manifestaciones violentas. Aquí una imagen de un fotógrafo ante los cuerpos de antidisturbios en una protesta multitudinaria en Tblisi./Tbel Abuseridze, Unsplash CC[/photo_footer]
Partiendo de la reivindicación de la paz como un bien dependiente de una solución previa en muchos otros factores, Clewett recuerda que “históricamente, grupos de cristianos han luchado contra la injusticia para deshacernos de prácticas como dejar morir a niños en Roma o la esclavitud transatlántica”.
La vinculación entre el deterioro de la paz y la creciente precariedad en otros bienes comunes inmateriales es especialmente evidente en el impacto sobre la economía mundial. Según el Índice de Paz Global, la violencia tuvo un impacto de 14,5 billones de dólares (trillones, en sentido estadounidense), el equivalente al 10,6% de toda la actividad económica mundial y a más de 1.900 dólares por persona. “En los diez países más afectados por la violencia, la media de impacto económico ha sido equivalente al 41% del PIB, comparada con el 3% de los países menos afectados por la violencia”, se indica en la publicación.
[destacate]“Desde la iglesia, podemos apostar por la reconciliación, aunque sea difícil”.[/destacate]“De ahí que la gran aportación que podemos y estamos llamados (como cristianos) a hacer por la paz es ser reflejo de Jesús en un doble sentido. Como iglesia, estamos llamados a reflejar su carácter, sus valores y su práctica. Asimismo, estamos llamados a ser pan, consuelo y cobijo de aquellos que sufren en nuestras sociedades. No reflejar a Jesús no debería ser una opción para sus discípulos”, reitera Becerra.
“Creemos en un Dios justo y, a la vez, misericordioso, y eso nos da una ventaja tremenda a la hora de luchar por la justicia y la paz. Nos permite y nos obliga a dar dos pasos fundamentales para buscar la paz. En primer lugar, nos permite identificar injusticias y exigir cambios. En segundo lugar, al servir a un Dios misericordioso, podemos vivir en una postura de arrepentimiento, que es la base de la reconciliación. Podemos arrepentirnos de males históricos en los que hemos participado y reconocer nuestro rol en injusticias ahora mismo”, señala.
Esta necesidad de autocrítica, a la que Becerra se refiere asegurando que “muchos cristianos generan violencia al provocar o ser tibios ante las desigualdades o la pobreza”, cobra especial sentido en el espacio de la iglesia, no como laboratorio de pruebas para luego implantar un modelo social diferente, sino como promotor de una nueva valoración del bien de la paz. “Nuestras congregaciones están segregadas. Hay niveles de pobreza muy preocupantes en muchas iglesias mientras que en otras abundan los fondos, y no se están ayudando entre sí. No hay paz entre los mismos hermanos: necesitamos arreglar esto. La responsabilidad principal de resolver estas injusticias está en el grupo que tiene el poder, y el proceso empieza por escuchar a los que están sufriendo, lo que nos permitirá identificar las injusticias que hay que resolver, arrepentirnos intencionalmente de nuestra participación, y buscar formas de restituir y resolver la injusticia a nivel interno y públicamente. Podemos proclamar el reino de Dios y su justicia ante situaciones muy concretas aunque nos incomode o nos traiga problemas, e incluso persecución o violencia. Podemos apostar por la reconciliación, aunque sea difícil”, insiste Clewett.
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