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La soledad en la era más conectada de la historia

Al final, no todo se limita a los recursos y la posición. “Uno de los problemas de la pobreza, es que viene acompañada de pobreza relacional”, dicen voces que han pensado en esta cuestión.

AUTOR 814/Jonatan_Soriano BARCELONA 05 DE JUNIO DE 2020 14:00 h
La soledad se ha extendido en occidente acompañada del envejecimiento demográfico. / [link]Thomas de LUZE [/link], Unsplash CC

Hay algo de romántico en ciertas imágenes que se han construido sobre la soledad. Incluso el videoclip de una canción triste o la escena de crisis en una película, cuando la mirada protagonista se dirige melancólica hacia un horizonte cercano como señal de ruptura o de incertidumbre, se han entendido a veces como un estándar de cómo occidente entiende la soledad. Pero la vigencia de estos marcos conceptuales dura lo que tarda en hacer aparición la realidad, mediante el contacto de alguna experiencia concreta.



Por ejemplo, con la historia de José Manuel Lozano. Anciano de la Iglesia El Shaday, en Madrid, y dedicado a pleno tiempo en el ministerio, en 2016 comenzó a tener problemas pulmonares que derivaron en una neumonía, varios ingresos hospitalarios y, finalmente, una embolia pulmonar bilateral. Un año después, tras realizarle una segunda biopsia, le diagnosticaron cáncer. Desde entonces, hasta principios de este 2020, ha recibido cuarenta ciclos de quimioterapia y un tribunal médico le ha concedido la baja laboral permanente. “Cuando te dicen que tienes cáncer no sabes lo que vas a durar. Si va a ser una carrera de 1.000 metros, una de 1.500 con vallas o una media maratón”, explica al otro lado del teléfono.



Para Lozano, una de las consecuencias del tratamiento ha sido la obligación de confinarse a menudo, y antes de que la mayoría comenzásemos a utilizar esta palabra en el contexto de la epidemia del coronavirus. A pesar de contar con la compañía de su esposa, las precauciones derivadas de su enfermedad le han llevado a experimentar la soledad y el aislamiento respecto a otros seres queridos y amistades. Incluso, en cuanto a su iglesia local. “Las consecuencias del tratamiento, la debilidad, me han llevado a un confinamiento, así que la situación de la epidemia me ha pillado entrenado”, bromea. “He tenido que quedarme en casa y afrontar la situación de no poder salir mucho. Pasan meses sin poder ir ni siquiera a la iglesia. Por ejemplo, en invierno tengo que llevar cuidado con los abrazos y los besos. La enfermedad afectó mi vida normal, mi vida laboral, mi vida pastoral”, dice.



Para él, el hecho de sentirse aislado no ha sido una casualidad temporal fruto de la cuarentena, como en el caso de la mayoría, sino otra etapa más en el desarrollo de sus nuevas condiciones de vida. “¡Claro que se echa en falta el contacto!”, reconoce. “Si hay algo que eche en falta en especial es poder salir de vez en cuando a la calle del brazo de mi esposa, para coger algo de tono. Muchos lo están experimentando estos últimos meses”, dice. “Aunque he tratado de mantenerme conectado a través de videoconferencias, y seguir recibiendo ese pálpito de iglesia”, puntualiza.



El fenómeno común de la soledad



Los datos recogidos por diferentes medios y centros de estadísticas coinciden en que la soledad es un fenómeno en expansión, es decir, que cada vez afecta a más personas. Por ejemplo, la última Encuesta Continua de Hogares, con datos de 2019, realizada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), muestra que en España hay más de 4,7 millones de hogares unipersonales, lo que equivale al 25,7% del total. De estos, dos millones se corresponden con personas mayores de 65 años, aunque los perfiles más comunes son el de hombre soltero, en el 58% de los casos, y el de mujer viuda, en el 46%.



[destacate]"La pobreza viene acompañada de pobreza relacional".[/destacate]“Hay varios factores que hacen que nuestra sociedad produzca una mayor soledad ahora que en anteriores momentos. Por ejemplo, un proceso de envejecimiento de la población”, señala el coordinador nacional de los Grupos Bíblicos Graduados (GBG) y también coordinador del Movimiento Lausana en España, Jaume Llenas. En efecto, la tendencia de un envejecimiento demográfico es general en los países occidentales. Por ejemplo, en 2019 España registró un saldo negativo de 57.146 personas en el crecimiento vegetativo de la población (el indicador que compara el número de nacimientos y el de defunciones), y el número total de nacimientos se redujo el año pasado en un 3,5%.



“Otro aspecto es la fragmentación de las familias y una mayor movilidad geográfica como consecuencia de la falta de empleo. Nuestras familias son de peor calidad, el índice de rupturas matrimoniales ha causado una disgregación que no fomenta el mantener relaciones con parientes de una y otra parte. Por otro lado, cada vez ha sido más necesario viajar para encontrar trabajo, lo que hace que cientos de kilómetros se interpongan entre familiares y amigos”, subraya Llenas, que también añade a esta tendencia la forma en la que han influido “la hiperconectividad” y “el tiempo que pasamos delante de pantallas”. 



[photo_footer] En España, uno de cada cuatro hogares son unipersonales, según el INE./Ricardo Gomez Angel, Unsplash CC[/photo_footer]



Francesc Sorribas, octogenario, es un ejemplo de estos cambios de paradigma. Viudo desde hace once años, vive solo. “Mis tres hijas tienen su vida ya encarrilada en diversos municipios y yo he sido siempre una persona capaz de solucionar mis problemas debido a una larga experiencia comercial”, explica. A pesar de su situación, Sorribas asegura no sentirse solo porque dice tener “una gran cantidad de amigos relacionados con las experiencias comerciales y el apoyo y cariño de los hermanos en la fe de las diversas iglesias que ha frecuentado” y que le “dan la sensación de estar siempre acompañado”.



Pero la soledad también podría estar haciéndose más frecuente entre sectores más jóvenes de la población. En Loneliness Experiment (Experimento de soledad), la corporación británica BBC llegó a esta conclusión después de entrevistar a 55.000 personas de todo el mundo. Según los datos recopilados, el 40% de las personas entre 16 y 24 años afirman sentirse solas a menudo. En el mismo estudio, solo el 27% de los mayores de 75 años aseguran sentir soledad. Esto “representa un coste social muy alto porque mucha de la soledad es involuntaria y no deseada, produciendo efectos en muchas áreas de la vida, como en la salud o en la expectativa de vida”, señala Llenas. “Uno de los problemas de la pobreza es que viene acompañada de pobreza relacional, de falta de redes de cobertura. Una persona no es auténticamente pobre mientras mantiene una red de relaciones que le sirven de apoyo en circunstancias difíciles. Es por ello que se dice que las personas en situación de pobreza no tienen que ser rescatadas, tienen que ver sus vidas resocializadas en un entorno de aceptación y relaciones sinceras”, añade.



Una realidad que sobrepasa el ámbito institucional



Según los datos recogidos por la BBC, el 41% de todas las personas entrevistadas consideran que la soledad puede tener aspectos positivos. “La soledad es una condición única en la que un individuo se percibe a sí mismo como aislado socialmente, incluso cuando está entre otras personas”, escribía el difunto psicólogo John Cacioppo en su ensayo Soledad



[destacate]El individualismo es un bien preciado para las sociedad occidentales, pero la soledad un elevado precio.[/destacate] En tanto que se trata de una cuestión que atañe sobre todo a la conciencia, es un fenómeno individual, pero no se puede obviar la dimensión moral que lo acompaña y las responsabilidad que genera en el conjunto de la sociedad. “Somos una generación y una cultura que espera demasiado del Estado. El Estado tiene una aproximación institucional que es excelente para algunas cosas pero que es poco eficiente para tratar de solventar otros problemas sociales”, apunta Llenas. “El Estado puede crear residencias para gente mayor, puede pagar pensiones dignas, puede legislar para favorecer la conciliación laboral para que familiares puedan atender a personas mayores; pero es absolutamente ineficaz para conseguir que los padres regulen el tiempo que los hijos pasan delante de pantallas, para promover que unos vecinos tengan cuidado de otros, para que las relaciones sean más importantes que las posesiones. En la gestión de los valores sociales tenemos más incidencia las iglesias, las ONGs y las familias que el Estado. Estamos en una mejor posición para educar en valores que el Estado”, añade. 



Víctima también de los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004, José Manuel Lozano encarna en su experiencia las limitaciones institucionales en cuestiones como la soledad. “Tengo la suerte de que mi mujer me acompaña. Pero a veces pienso: ¿cómo me expreso? ¿Cómo me explico? ¿Cómo me hago entender? Hay cosas tan personales que vienen a la mente”, dice.



“¿Vamos a cambiar? ¿Vamos a ser mejores?”, se pregunta en cuanto a las consecuencias del confinamiento generalizado de la población a causa de la epidemia de la Covid-19. “Claro que hay personas que van a cambiar, pero queda la pregunta de cómo vamos a gestionar la situación que resulte. Y qué van a hacer los gobiernos. Pienso que los cambios se van a tener que dar desde la sociedad civil, desde un movimiento que fuerce a los gobiernos a tomar una serie de medidas”, manifiesta.



Precisamente, el individualismo es uno de los bienes más preciados en las sociedades occidentales influidas por el capitalismo y el neoliberalismo, pero la soledad aparece como una consecuencia de elevado precio. “Lo que ha pasado debería llevarnos a un cambio absoluto de modelo económico para que, con el paso del tiempo y el movimiento de las diferentes fuerzas y poderes financieros, podamos decir que realmente algo ha cambiado”, considera Lozano.



[photo_footer]Según un estudio de la BBC, la soledad se extiende más entre jóvenes que entre mayores. / Thomas de LUZE, Unsplash CC[/photo_footer]



La iglesia y el ministerio de la soledad



Ante la evidencia de la soledad, las iglesias aparecen como comunidades con la capacidad, el espacio y los recursos de ofrecer una solución. “Estamos en una posición ideal para atender a las personas solas. Cuando una persona sola se acerca a la iglesia se acerca al lugar más adecuado. Sobretodo porque la Iglesia es en esencia una ‘comunidad del evangelio’. Un grupo de personas que viven con los valores del evangelio hacia dentro y hacia fuera, hacia los que pertenecen y hacia los que están bienvenidos a pertenecer”, señala Llenas. Por el contrario, recuerda que “una iglesia que se ha convertido en un local para eventos semanales deja a la gente en la misma soledad en la que estaban antes de entrar”. 



[destacate]"Las iglesias están en una posición ideal para atender a las personas solas".[/destacate]Pero para ello es necesaria una reflexión sobre la visión que se tiene del evangelio y del carácter Dios. “La iglesia debe estar ahí para que los políticos sitúen las relaciones en primer lugar, porque el urdimbre del universo tal como lo cuenta la Biblia es relacional. En lugar de votar por nuestros odios y temores tenemos que votar por nuestra cosmovisión bíblica que comienza la historia con un Dios que ha existido en tres personas eternamente. En este sentido, las relaciones son eternas y durarán por la eternidad. Los cristianos deberíamos apoyar políticas que fomentan la calidad de las relaciones, no aquellas que destruyen relaciones”, remarca Llenas. 



Desde el teléfono, Lozano indica que, tanto en la enfermedad como en la pérdida, dos situaciones que pueden acabar conduciendo a la soledad, “se presentan muchas prioridades que hay que revisar”. Ante esta circunstancia, dice, “hay una necesidad pastoral específica hacia ciertas personas que viven solas y que ya vivían solas”. “Partiendo de una reflexión y de un redescubrimiento de lo que significa el cuidarnos mutuamente los unos a los otros, este tipo de atención pastoral específica de las personas solas debería quedar como algo mucho más permanente. Esperemos que esta epidemia despierte una mayor sensibilidad en cuanto a ello. Espero que cada creyente y cada iglesia estemos haciendo esta reflexión”, añade.



Para ello, y aplicándolo también al sentido que va a protagonizar el regreso a la ‘normalidad’ de las comunidades después de haber vivido en la distancia durante meses, es fundamental asumir el concepto de ‘comunidad del evangelio’, dice Llenas. “Una comunidad de personas que tienen tiempo los unos para los otros todos los días de la semana, una gente que se ve más fuera que dentro de los encuentros o cultos. Ser comunidad es vivir cerca los unos de los otros, no en un radio de 100 km. de distancia. Ser comunidad es que cuando un padre va a recoger a su hijo a la escuela recoge también a los de otras tres familias que viven alrededor, incluso cuando alguna de esas familias no pertenecen a la iglesia. Ser comunidad es comprar una mesa más grande para poder tener invitados a comer frecuentemente. Ser comunidad es generar una imaginación misional que incluye a aquellos que tenemos alrededor. Esta iglesia modela lo que es ser iglesia y es una respuesta a la soledad en la sociedad”, asegura.


 

 


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