El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El escritor malagueño Daniel Jándula ha presentado en 2017 su última obra, Tener una vida. Un relato que zarandea la existencia personal y la sumerge en un universo de sentidos.
Dunas en la playa de Rota, que se mueven con el viento del Atlántico. Soldados que pasean por el pueblo. Camaleones que miran desde las ramas. Un imaginario que inspiró, en parte, a Daniel Jándula (Málaga, 1980) a escribir su última novela, Tener una vida. “El paisaje era como El planeta de los simios”, recuerda desde una silla al lado del Arco de Triunfo, en Barcelona. Se echa el pelo por detrás de la oreja. Cruza un pierna sobre la otra. Se echa el pelo por detrás de la oreja. Cruza la otra pierna sobre la que había cruzado primero. Mientras, habla de agujeros en las paredes, que crecen y absorben. Y de la existencia.
El del agujero es uno de los elementos centrales de su novela. Un relato quieto en acción, que prácticamente ocurre en una única habitación, pero vibrante en cuanto al significado, que sacude la existencia del lector y lo zambulle en un universo de sentidos a la luz de ese abismo que crece en todas las paredes. Incluso de las mejores casas. La obra, estructurada en capítulos breves titulados con verbos en infinitivo, plantea una cuestión de magnitud vital, con tintes de Eclesiastés, de la que nadie está exento; la realidad de que elaborarse una vida por el esfuerzo propio es vanidad. Un libro atípico que, en cierta medida, responde a una profunda introspección personal.
Pregunta: ¿Por qué un agujero, Daniel?
Respuesta: Fue la última idea que tuve. La novela ya tenía un desarrollo pero sabía que le faltaba algún elemento que sirviese para coser todas las cosas juntas que tenía. Cuando yo ya había abandonado la novela me encontré con una cita de Kafka. Yo ya la había escuchado de otras personas pero hasta que no la leí en el libro Conversaciones con Kafka (de Gustav Janouch) nunca me había llamado la atención. Aunque ahora se dice que no la dijo el propio Kafka. La frase viene a decir que Cristo es un abismo de luz y que, si te descuidas, puedes caer dentro. Y me impactó muchísimo esa idea de algo que te absorbe, con la que creo que coincido bastante. Esa imagen me gustó mucho y, aunque buscaba algo más realista, pensé en utilizar este elemento que además me permitía jugar con la ciencia ficción y otras cosas. Entonces cogí el agujero y lo traspasé a la historia. No tiene ninguna épica la idea.
P: ¿Casi abandonaste la novela?
R: La abandoné varias veces. Me gustaba línea a línea, la forma y la voz del narrador pero no conseguía que fuera interesante nada más que para mí. Sin embargo, este elemento hacía que ganara interés. Sobre todo que crease algo que, en realidad es lo importante de una novela: el argumento, el conflicto. Y algo que tú no puedes negar, que es el hecho de que te está creciendo un agujero en la pared y tienes que hacer algo. Digamos que el agujero convertía ese batiburrillo de reflexiones en una novela. Yo la había abandonado por una cuestión puramente creativa. No veía que fuera a ningún lado por sí sola. Necesitaba un elemento externo. Yo ya tenía la voz, la forma de contarlo, pero no el qué. Eso es lo raro, porque normalmente tú tienes la historia y luego te preocupas por cómo la vas a contar, pero yo tenía lo contrario. Lo tenía decidido todo excepto qué contar con todo aquello. Por eso siempre digo que, creo, nunca volveré a escribir un libro de esta forma, porque no es lo normal. Aunque creo que en todas las cosas relacionadas con esta novela he hecho lo contrario de lo que se supone que uno tiene que hacer (ríe).
P: Entonces no es un libro de clase de escritura.
R: El otro día me escribió un tipo diciéndome que lo ha metido en su taller. No sé qué decirle. Me parece una idea fabulosa pero no sé si realmente funciona para eso. Yo no lo utilizaría, personalmente. Además, tenía muchos vicios de escritor, cogidos del oficio, y los acabé dejando todos. Me gusta decir que el libro me ha escrito más a mí que no al contrario. Todo lo que está pasando con el libro es bastante insólito.
P: Vuelvo al agujero. ¿Es Jesús?
R: Está la visión que yo pueda tener y luego la que tiene el personaje de la novela. Para mí, el agujero define muy bien lo que es Cristo. Es algo que no puedo negar, aunque lo he intentado muchas veces a lo largo de mi vida. He tenido etapas en las que he dudado mucho de eso pero, al final, siempre es algo que yo no podía dejar. Pero, a nivel de la novela puede funcionar de muchas otras maneras. De hecho, creo que no hay referencia a este tema. No había una intención de convertirlo en algo simbólico. No quería hacer una alegoría de Cristo, pero está ahí. Una cosa que he aprendido como escritor, durante esta novela sobre todo, es que no puedes negar lo que forma parte de ti. Por mucho que el mercado diga que no interesa o que no conviene. No es honesto para un creador dejarse cosas por explorar. Entonces, claro que esa parte está, aunque en el proceso vas perfilando y retocando cosas y al final no está de un modo evidente. A mí me gusta que sea así. Incluso que alguien pueda buscar eso y no encontrarlo. Que alguien quiera buscar una alegoría de Cristo para utilizarlo en su discurso y empiece a buscar en la novela y no encuentre ese apoyo. Que no lo puedan utilizar para construir un discurso sino que sea la persona quien, de un modo honesto, ponga esa lectura por su cuenta. Al final, la literatura consiste en eso.
P: ¿Entonces todos tenemos un agujero?
R: Está claro. Todo el mundo me lo dice. Uno lo lleva por el lado más materialista, o incluso más relacionado con la actualidad. Otro le pone una carga más filosófica. Pero creo que eso es algo que sí ha tocado el libro respecto a nuestra sociedad actual, que es que todo el mundo reconoce tener cosas que quiere llenar. Para mí era algo muy secundario y, sin embargo, está saliendo. Incluso cuando crees que lo tienes todo lleno, siempre queda algo. Lo que no sé es cómo de grande es el tamaño del agujero. Supongo que es parte de lo que llamamos la condición humana. Alguien diría que somos insaciables pero yo creo que, de algún modo, ese agujero está siempre presente y cuando creemos que lo hemos cubierto resulta ser escurridizo. Como la imagen del vaso de Tadeusz Kantor, a quien estudié, para referirse al teatro del vacío. Siempre cogía un vaso y lo agujereaba por abajo. Para él, el teatro era eso. Algo que había que llenar y que siempre se vaciaba, y tú, por ti mismo, no podías hacer nada para tapar ese agujero. Creo que también he acabado rescatando esa imagen.
P: ¿Cómo se construye un agujero?
R: Ha sido un proceso muy raro. Yo durante muchos años he intentado trabajar como un escritor y ahora me doy cuenta de que yo no funciono así. Todos tenemos la imagen de que un escritor es alguien que trabaja con lecturas y que a veces utiliza referencias del cine y la música, pero que todo es literatura. En mi caso es algo mucho más difícil de definir. Con Tener una vida no he utilizado procedimientos de escritura convencionales. He trabajado más como un actor. Iba con una grabadora, haciendo monólogos. De hecho, la estructura es la de un monólogo, en realidad. Y con otras cosas en las que estoy trabajando me está pasando lo mismo, así que he dejado de luchar contra eso y lo estoy aceptando como es. Sobre todo he utilizado técnicas teatrales. Movimientos. Incluso hice un diseño de cómo sería la habitación donde está el protagonista la mayor parte del tiempo y tracé por dónde se movía, qué forma de caminar tenía.
P: Parece algo largo.
R: El primer borrador lo tuve en 2011. Esa fue la parte más de escritor. Estuve unos meses en Rota (Cádiz) y ahí es donde formé la primera estructura. Por supuesto, el agujero no estaba y era otro tipo de juego más literario, más intelectual. Intentar contar una historia que al final era una serie de reflexiones con el único hilo conductor de hacer una especie de inventario emocional. Un ejercicio de análisis. Más de autoafirmación. En esa época yo estaba buscando autoafirmarme y en todo este tiempo, lo que he ido haciendo ha sido despojarme de esa propia autoafirmación. Me gusta definir la novela como un acto de negación de uno mismo porque es un trabajo que yo he estado haciendo también. He ido puliéndome.
P: O sea, la novela habla de ti.
R: Hay cosas que son mías, evidentemente. Al principio me daba yuyu pensar cómo leerían esto las personas que me conocen. Pero, en realidad, el protagonista es más bien alguien en quien yo no querría convertirme. No es un personaje con el que me encuentre cómodo. Es un poco como el adolescente de El guardián entre el centeno, de Salinger. La primera vez que lo leí no me cayó nada bien. Pensé que era odioso. Eso es un poco lo que me ha pasado con el narrador de Tener una vida. Es alguien a quien no me gustaría parecerme pero que, al mismo tiempo, tiene cosas de mí. Al principio lo tenía muy idealizado y me gustaba cómo era, pero con el tiempo, sin premeditarlo, veo que es alguien que está bien tenerlo ahí pero que no me gustaría parecerme demasiado a él.
O Samuel Beckett, que decía que tenía muchos personajes con los que no podría tener una relación. Creo que en el caso de Tener una vida es bueno no querer demasiado al personaje porque para mí tiene mucha esencia de lo que es el ser humano caído. Aquél que podría ser mejor, y tiene las herramientas para serlo, pero no las utiliza. Tener una vida es aprender a darnos cuenta de que podemos ser mejores de lo que somos, y tenemos herramientas para serlo, pero que hay algo que siempre falla. Como el protagonista, que siempre intenta hacer cosas y falla, y culpa a las circunstancias, pero quien falla en realidad es él. Igual que cuando intenta enterrar en la playa los recuerdos de su relación fracasada, y sube la marea y los saca a flote. Esa escena resume muy bien lo que es la novela. Hasta que no se da cuenta que es él quien tiene que soltar su propia vida, tal como la tenía planteada, para ganarla, todo son actos torpes.
P: Quién pierda su vida, la ganará.
R: Sí. Cada uno debe aprender a abandonarse para tener una vida realmente, como yo concibo que sea. Otra de las lecturas que tuve muy presente, sobre todo en la parte final de la novela, era Eclesiastés. Esa insistencia en que todo el esfuerzo que pongas por labrarte una vida por ti mismo, al final es bastante inútil. De por sí lo leo cíclicamente, pero en esa época lo tenía en mente. Es un libro que me choca mucho porque parece que esté fuera de lugar, en medio de una parte muy poética donde se celebra la vida en sí, y de repente viene este mazazo recordando que todo es vanidad. Aunque vulgarmente lo conocemos como el predicador, no hay un intento de dar un sermón. Es un texto que te dice que tú eliges. Para mí fue de un apoyo muy importante.
P: ¿Tú te preguntaste qué pasaría si desaparecieses?
R: El primer impulso a la hora de escribir el libro viene de esa pregunta. Cada vez que cuento esta historia siempre acabo adornándola y haciéndola más grande. No es tanto la idea de la muerte, sino más bien de la desaparición. Va más bien por la idea de que si yo no estuviese, al final el mundo tampoco cambiaría mucho. En abstracto piensas que es un ser humano menos de los siete mil millones que habitan la Tierra, más los que ya no están. El otro día escuché una estadística que dice que por cada ser humano hay otros 30 que ya han vivido, aproximadamente. Pero al final sí que he dejado cierta huella y, también, otras personas han dejado huella en mí. Comencé a pensar en cómo hubiese sido la vida de los demás si Daniel Jándula no hubiese pasado por aquí. Cómo hubiera sido la vida de mis padres si no me hubiesen tenido. Son preguntas muy simples pero que desatan una cantidad de cuestiones que son realmente profundas.
P: ¿Hay alguna respuesta a esa pregunta en Tener una vida?
R: Mías no. No las tengo, de hecho. El libro me ha abierto más preguntas de las que tenía. Prefiero que sea así. No creo que responda a nada. A nivel colectivo seguro que no. A nivel generacional, tampoco. Cada uno debe mirar el agujero de la novela, el suyo propio, y verlo. Además, no creo que ningún escritor deba resolver cuestiones. Por eso nos parecemos mucho más a los científicos, porque siempre hay más preguntas. Creo que un escritor debe hacer la realidad más difícil, más compleja de lo que es. Ya hay mucha gente intentando responder a las grandes cuestiones.
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