El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Ni la fe ni el ateísmo dependen de la inteligencia humana. Pese a la idea que difunde el lobby ateo-materialista, todo indica que no hay relación alguna entre religión e inteligencia.
Una forma de descalificar la religión con argumentos basados en la neuropsicología es sugerir que la creencia en Dios representa un nivel inferior de cognición.
La creencia según la cual los ateos serían más inteligentes que los creyentes se ha pretendido apoyar en distintos estudios científicos que adolecen de varios importantes defectos, explica un análisis del teólogo Gabriel Wüldenmar en Religión digital.
DEFECTOS EN LOS ESTUDIOS
Estos defectos se ven en que hay estudios similares totalmente contradictorios, algo lógico al trata de estudios sumamente heterogéneos (por lo que difícilmente se pueden reforzar unos a otros), y como, evidentemente, en ciencia no se deciden las cuestiones "por mayoría", está claro que el problema está lejos de haber sido completamente resuelto.
También se emplea un concepto de religiosidad meramente externo (la asistencia a ceremonias, declaraciones que pueden estar mediadas por conveniencias o presiones socio-psicológicas) o incluso inadecuado (fundamentalismo, incapacidad de distinguir la religiosidad profunda y sincera de la meramente nominal), que no hacen justicia a la verdadera espiritualidad.
En tercer lugar, estos estudios utilizan una forma de medida de la inteligencia, el CI, que ha sido objeto de numerosas críticas científicas. Así, el CI mide un solo tipo de inteligencia, no permite discernir entre factores culturales-educacionales y ha servido para justificar "científicamente" todo tipo de falacias. En efecto, la misma medida que sirve para afirmar que los ateos son más inteligentes que los creyentes, se ha usado para afirmar otras ideas absurdas tales como que los blancos son más inteligentes que los negros, que los hombres lo son más que las mujeres, que los occidentales lo son más que los tercermundistas, o que la educación tiene un papel casi nulo en el desarrollo cognitivo.
Hoy sabemos que tales diferencias se deben a que los test que miden el CI son sensibles a las diferencias culturales educacionales; así, los colectivos que tradicionalmente recibían menos educación (mujeres, personas de otras razas, de países poco desarrollados) puntúan peor en el CI porque esta medida está adaptada a occidentales cultos, no porque los citados colectivos sean menos inteligentes.
EL PAPEL DEL LOBBY ATEO
De igual manera un factor importante es que el lobby ateo-positivista-materialista controla el mundo académico (con brillantes excepciones). Entre la élite cultural ha estado de moda el ateísmo; los alumnos más inteligentes están, por razones sociales más expuestos al adoctrinamiento académico ateo; por lo que responden rechazando la religión (de hecho, se les presiona sutilmente en tal sentido).
En cambio, la población académicamente normal no percibe estas presiones (no se implica tanto en la ciencia como para plantearse el conflicto ciencia-fe, no está implicada su carrera ni su vida personal en lo académico, no se forman tanto tiempo), por lo que tienen menos motivos sociales para abandonar su fe.
Así, pues, la supuesta correlación entre religiosidad y menor inteligencia es, en el mejor de los casos, una mera ilusión de origen sociológico. Es como decir que el tamaño de los zapatos correlaciona con la cantidad de conocimientos; es cierto, pero sólo porque en nuestra cultura los niños reciben más contenidos formativos a medida que crecen. Lo que no significa que usando zapatos más grandes las personas se vuelvan más sabias ni que la sabiduría agrande los pies. De la misma manera, ser ateo no te hace más inteligente, ni una mayor inteligencia te convierte en ateo. El propio Zuckerman reconoce en su estudio que "el rechazo de la religión no requiere necesariamente habilidades cognitivas superiores", y así se ha demostrado en otros estudios1. Incluso existen estudios que señalan la presencia de sesgos cognitivos irracionales entre los escépticos2.
CONCLUSIÓN
La lógica y algunos estudios empíricos permiten sostener que ser ateo no supone ser más inteligente ni que ser creyente implique serlo menos. Según Kosa y Schommer: "el entorno social regula la relación de las capacidades mentales y actitudes religiosas mediante la canalización de la inteligencia en ciertas direcciones aprobadas: un entorno orientado a lo secular puede dirigirla hacia el escepticismo, un ambiente orientado a lo eclesial puede dirigirla hacia un mayor interés religioso".
Basándonos en estos datos se trata, pues, de un efecto social, no de una realidad cognitiva, y la correlación desaparece al neutralizarse el sesgo sociocultural. Así, Hoge5 estudió las actitudes religiosas en 13 campus americanos con datos que abarcaban 50 años, y concluyó que "no existe una relación orgánica o psíquica entre la inteligencia y las actitudes religiosas y (...) las relaciones encontradas por los investigadores son debidas a las influencias educativas o a sesgos en las pruebas de inteligencia". De la misma opinión son Argyle y Beit-Hallahmi en sus estudios de 1975 y 19976. En este último señalan que: "no existen grandes diferencias en la inteligencia entre los religiosos y no religiosos".
Todo indica pues que los estudios que neutralizan las variables sociales no hallan relación alguna entre religión e inteligencia. Francis, en dos estudios de 1979 y 19987, trabajando con niños y adolescentes (aún no tan mediatizados culturalmente), no halló relación alguna. Shenhav y otros (2012)8 no hallaron relación significativa entre religiosidad y nivel de inteligencia en la población universitaria.
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