El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La falta de concreción y sensibilidad en las políticas públicas fuerza a que sean pequeños grupos autogestionados los que actúen a favor del colectivo discapacitado, que va en aumento según la OMS.
Un miércoles cualquiera, un tren cualquiera cruza la ciudad de Barcelona y sus cercanías hasta llegar a la vecina Terrassa. A lo largo de sus vagones, como mucho se pueden distinguir un par de puertas adaptadas para personas discapacitadas ¡Qué término tan odioso! Lo que significa que la persona tiene que estar pendiente de buscar la puerta ‘correcta’ antes de que suenen las alarmas de cierre. Un pequeño escalón se extiende entre el interior del vagón y la plataforma de la estación. Queda una pequeña distancia de unos pocos centímetros entre ambos. Algo que pasa completamente desapercibido en el día a día. Excepto para las sillas de ruedas. Tanto al subir como al bajar, soportan el golpe del neumático sobre el suelo y una sacudida agresiva.
Se trata de una visión enquistada ya en la rutina, en el día a día de las gentes y su vaivén. Esa sociedad en la que, en muchos casos y de muchas maneras, permanecen invisibles las mil millones de personas (cifra que va en aumento) que la Organización Mundial de la Salud detecta como discapacitadas, según el Informe Mundial de la Discapacidad, de 2011.
En el documento, la organización establece hasta ocho posibles obstáculos que este colectivo sufre, como las “políticas y normas insuficientes, las actitudes negativas de los diferentes actores sociales, la prestación insuficiente de servicios y los problemas para llevarlos a cabo, una financiación insuficiente y la falta de accesibilidad, de consulta y de participación y de datos y pruebas sobre los programas que funcionan”. El texto acaba sentenciando que “muchos de los obstáculos a que se enfrentan las personas con discapacidad son evitables”.
PERSONAS DEPENDIENTES Y SU SITUACIÓN ANTE LA LEY
Según qué tipo de discapacidad y el grado en que afecta (también influye la edad y el envejecimiento de las personas) se diagnostica una situación de dependencia en base a tres niveles: poco, medio o muy dependiente. Una valoración que “siempre tiende a la baja”, afirma Lydia González, trabajadora social.
El Observatorio de la Dependencia confirma que en España 1.216.341 personas se encuentran en “situación de dependencia reconocida”. El presupuesto público destinado a este colectivo para este 2015 se ha reducido en un 27% respecto al pasado año. Unos recortes que ascienden a 1.409 millones de euros, según denuncia la Asociación de los Directores y Gerentes en Servicios Sociales. El sistema de Dependencia ha excluido desde 2012 a 51.223 personas de beneficiarse de sus programas. Además, el 40% de dependientes no recibe ninguna ayuda y el 19% (167.869 personas) se encuentran a la espera. “Son políticas de crisis y todo es cuestión de prioridad”, defiende Lydia.
El último informe de la Asociación muestra que las personas atendidas tienen que hacer frente a cerca del 20% del coste de las prestaciones recibidas. Por ejemplo, según Lydia, el Servicio de Atención a Domicilio está sometido a copago en la mayoría de casos. O también está la cuestión de las plazas públicas en centros de día y residencias, a las cuales no se puede acceder si no se certifica una valoración de dependencia y por lo tanto hay que esperar hasta tenerla.
El declive se refleja en una Ley de Dependencia aprobada en 2006 que nunca ha llegado a ser y que se ha marchitado definitivamente con la aprobación y puesta en práctica del Real Decreto 20/2012. “Se hace una política y no se la dota de presupuesto. Nadie derogará la ley pero sí que la recortarán”, resume Lydia.
PROYECTO MEFI-BOSET
Un miércoles cualquiera, un grupo de personas juega en una sala de la Iglesia Evangélica Unida de Terrassa. Se trata de adivinar que intenta decir un chico a través de gestos. Todo el mundo quiere ser el primero en reconocer qué es lo que intenta decir. Es la segunda actividad de la tarde, después de una ronda de saludos y presentaciones en corro, y antes de finalizar con un taller de manualidades diversas.
El proyecto de Mefi-Boset funciona desde 1995 como respuesta a las necesidades de las familias con personas que sufren una discapacidad intelectual (en algunos casos valorada en uno de los niveles de dependencia). Con un grupo de 10 voluntarios al cargo de 12 personas, cada semana ofrecen una tarde de actividades variadas y una vez al mes se encuentran en Barcelona para hacer una jornada conjunta con otro grupo del barrio de Poblenou.
“Muchas de estas personas estaban en sus casas y el objetivo de este proyecto es que puedan disfrutar de actividades adaptadas a ellas, interactuando juntamente con otras personas”, explica el periodista y pedagogo, Jordi Torrents, miembro del equipo de voluntarios. “Todas las personas no están escolarizadas ni reciben atención pública y para evitar que se queden en sus casas impulsamos estas actividades”.
Aparte de la función de establecer contacto y cercanía con las personas, Mefi-Boset también ofrece la posibilidad compartir el evangelio de una manera próxima y digna con uno de los colectivos más ignorados en la sociedad y también en las iglesias. “Somos reflejo de la sociedad y vamos a remolque”, aclara Lydia, que también denuncia una tendencia a la infantilización del trato con las personas que padecen una discapacidad mental.
La gran mayoría del grupo que asiste a las actividades de los miércoles no es creyente. En ese sentido, Jordi asegura que “al transmitir el evangelio nunca se sabe la capacidad de comprensión que tendrá la otra persona pero a su manera, algo les quedará”. Un testimonio que ya está recogiendo sus frutos y que se ha ganado el reconocimiento de la ciudad y del Ayuntamiento. “La mejor forma de evangelizar es dar testimonio y con ellos llegamos a la ciudad. Quizás es mejor que ir con papeletas por la calle”.
La falta de presencia de personas con discapacidad en las iglesias plantea un nuevo paradigma sobre formas de acción en las diferentes comunidades. La incidencia en las ciudades y entornos locales obliga también a redefinir los mecanismos de funcionamiento interno de las diferentes congregaciones por tal de encontrarse en el referente de adaptación a los diferentes colectivos y la interactuación con éstos. “La gente confía en la iglesia más de lo que pensamos, si nos lo ganamos”, confirma Lydia.
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