Sarah Rosado Morales nació con una deficiencia congénita que produce “huesos de cristal”. Pero su fe en Cristo y el apoyo de sus padres e iglesia, han sido más fuerte que la enfermedad.
“Quiero cantar con pista”, dijo un día Sarah a 5 años de edad. Su madre la miró curiosa, aunque ya estaba preparada para las sorpresas que pudiera darle esta hijita con ´huesos de cristal´ -debido a una osteogénesis congénita severa- y coeficiente intelectual superior a la norma. Ella misma cantaba en el coro mayor de la iglesia y alababa al Señor en casa, donde pasaba la mayor parte del tiempo atendiendo a su pequeña. “¿Cantar con pista?”, replicó. Así fue que a esa corta edad Sarah intervino en una actividad de la escuela bíblica, luego la invitaron a dar su testimonio y comenzó a cantar alabanzas como solista. Poco después también la invitaron a predicar. “Me gustaba mucho leer la Biblia; tenía ejemplares en distintas versiones, una Biblia de estudio y también un diccionario bíblico”, dice con naturalidad, como quien cuenta que jugaba con muñecas. “Hubo años en que tenía compromisos ministeriales todas las semanas”, corrobora.
Sarah Rosado Morales nació hace 33 años con 45 fracturas en brazos y piernas (las de las costillas eran tantas que no se podían contar), ciega y sorda. Los médicos dijeron que sobreviviría unas horas, a lo sumo dos o tres días. Sus padres, fervientes creyentes en Jesucristo, comenzaron a orar junto a los miembros de la iglesia donde se congregaban.
A los tres días solicitaron nuevos estudios para su bebé, que no dejaba de llorar de dolor a causa de las fracturas.
Los estudios revelaron que en general había experimentado una gran mejoría, veía y oía. “Ese fue el primer milagro que Dios hizo en mi vida”, dice Sarah, quien siguió viviendo a pesar de sus “huesos de cristal” y
a los 22 años se graduó con honores en la universidad. Hoy es jueza en el Tribunal municipal de Dorado, Puerto Rico.
VENCIENDO LA ENFERMEDAD
La osteogénesis es un trastorno congénito que se caracteriza por una fragilidad de hueso excesiva, como consecuencia de una deficiencia en la elaboración de colágeno. Los huesos se fracturan con facilidad, algunas veces sin motivo aparente. Puede causar músculos débiles, una columna desviada y pérdida del sentido del oído.
“No me toques que me rompo”, era la frase que Sarah decía a todo el que se acercaba para abrazarla o tener un gesto de cariño con ella. Es que en primera infancia padeció más de 500 fracturas.
“Desde que comencé a ministrar al Señor –con cinco años de edad- dejé de tener problemas inmunológicos, disminuyeron las fracturas y pude crecer un poco… no mucho:
mido 36 pulgadas exactamente (91 centímetros) y no puedo caminar, pero hoy soy independiente”, comenta con una amplia sonrisa, sentada en una silla de ruedas eléctrica que le permite regular la altura del asiento y moverse con facilidad. Como prueba de su destreza creciente, hace seis años obtuvo su registro de conducir y conduce un vehículo de gran porte.
MILAGRO Y VIAJE MISIONERO
Los padres de Sarah, que siempre muy activos en la iglesia, pensaron que con el nacimiento de una niña que demandaba tanto cuidado iban a tener que dejar sus compromisos ministeriales. Pero no fue así. “Además de seguir con lo suyo, debieron comenzar a ir conmigo a las iglesias donde me invitaban”, relata Sarah.
A los 8 años Sarah vivió otro gran milagro. “Lo recuerdo muy bien, fue en 1988, el mismo año de mi primer viaje misionero”, dice, refiriéndose a la visitar de un misionero de Venezuela que ministraba en Puerto Rico y habló con el abuelo de la pequeña. “Tú tienes una nieta que se llama Sarah y está enferma. El Señor me manda orar por ella, tráela el sábado”, dijo el misionero.
En presencia de pocas personas, él oró y dijo el mensaje que Dios le daba: “Estoy limando los callos de tus huesos. Estoy poniendo huesos duros en lugar de huesos frágiles”.
A partir de aquel momento, Sarah no volvió a sufrir fracturas. “El misionero me daba masajes bien duros mientras hablaba. Si no hubiera sido de Dios, mis huesos se hubieran rotos. Mi abuela, que estaba presente, se asustó…”
A los pocos meses, Sarah partió hacia Estados Unidos junto al coro mayor de su iglesia –en el que participaba su madre- para apoyar a iglesias pequeñas de la misma denominación. Realizaron campañas de evangelización y ella tuvo participación especial, cantando algunas alabanzas como solista. A este viaje le siguieron varios más, a República Dominicana, Venezuela, varias ciudades de Estados Unidos y de Puerto Rico.
CARRERA PROFESIONAL
A la edad de tres años Sarah definió su vocación: sería abogada. Fue a raíz de un episodio que vivió junto a su familia –un accidente de tráfico-pudo ver el desempeño en sala de una procuradora de familia y dijo: “Yo quiero eso”. A esa misma edad le hicieron una prueba psicométrica, la cual reveló que su inteligencia superaba la de una niñas de cinco años.
Así fue que, recostada sobre un colchoncito porque sus dos piernas estaban fracturadas, inició su vida escolar.
Su
destacada inteligencia, determinación y esfuerzo la llevaron a hacer la escuela básica en menos años de lo programado y seguir a partir del noveno año en casa, “no porque quisiera sino porque en ningún instituto había condiciones edilicias adecuadas para mí”. Socialización no le faltó, siempre fue muy activa en el grupo de adolescentes y luego de jóvenes en su iglesia y recibía visitas con frecuencia. “Además, tengo muchos primos de mi edad”, apunta ella. Tras un año y medio de estudiar en casa, estuvo lista para ingresar a la universidad.
Hizo su bachillerato –suma cum laude- en ciencias políticas.
Con sólo 22 años obtuvo su grado en Derecho magna cum laude. Fue oficial jurídico en el Tribunal Supremo y luego procuradora oficial de la Oficina del Procurador. Desde 2008 es jueza. Su nominación fenece en el 2016 pero ella ya ha pedido “renominación o ascenso”. “Considero que Dios tiene un propósito para mi vida. No estoy por casualidad en el mundo y hasta donde he llegado tampoco es una casualidad. Así que tengo que continuar, hacer lo mejor posible, dar el máximo con mucho compromiso e integridad.
En la medida en que pueda, me considero un instrumento para aplicar la ley y el derecho”, afirma.
DON DE DIOS
Sarah Rosado considera que su carácter alegre es “un don de Dios…tal vez para compensar mi condición física”. Aunque ha padecido tremendos dolores durante muchos años,
afirma que nunca se ha deprimido ni se ha sentido menos por ser pequeña o no poder caminar. “Mi madre solía advertirme: ´No te asombres de que te miren; yo soy tu madre y a veces me quedo sorprendida por lo que haces´”, comenta.
En cuanto a la compatibilización de su fe y el ejercicio de su profesión, afirma que tiene claro que no puede evangelizar desde el estrado, pero
ora cuando comienza cada día, pidiéndole al Señor sabiduría, discernimiento para distinguir la verdad de la mentira, capacidad para ver cuál es la situación real. “A veces tengo oportunidad de aconsejar al ciudadano. Es mi trabajo pero también mi ministerio”, dice la jueza, que ahora cursa una maestría con concentración en Métodos Alternos de Solución de Conflictos.
No ha dejado el canto, pero ya no puede responder a tantos compromisos ministeriales como antes. “Siempre estoy cantando, aunque sea en voz baja”, comenta mientras se retoca el maquillaje, preparándose para las fotos. En sus ratos libres le gusta tocar el piano, leer e “ir de tiendas; soy fanática de la tecnología”.
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