En México por lo menos una quinta parte de la población padece, en el curso de su vida, de algún trastorno mental.
Según la Secretaría de Salud del país americano,
cuatro millones de adultos presentan depresión, medio millón padece esquizofrenia, un millón de personas tienen epilepsia y la demencia la padecen el diez por ciento de los mayores de 65 años. Además, en una tendencia creciente de estos padecimientos, en los próximos diez años la demanda de servicios de salud mental en México constituirá una de las principales presiones para el sistema de salud
[1].
De igual manera, según dicha dependencia,
México presenta una consistencia con lo que reportan los países desarrollados respecto de las causas líderes de discapacidad, en donde la depresión ocupa el primer lugar, en sexto lugar el trastorno bipolar (manía-depresión) y la esquizofrénica y los trastornos obsesivo-compulsivos en noveno y décimo lugar
[2].
Derivado del incremento en los trastornos mentales que aquejan a la población mexicana,
el índice de suicidios se está convirtiendo en otro de los problemas de salud pública crecientes del país. De acuerdo a las cifras presentadas por diversos informes, en 1970, el índice para el grupo entre 15 y 24 años fue de 1.9 por 100.000 habitantes, en 1997 llegó al 5.9%, un incremento del 212%.
En el año de 2007, se registraron 4,380 muertes por esta causa (4.15 por 100,000 habitantes) y en el 2010, ocurrieron un total de 5,012 suicidios. En base a estas cifras,
el suicidio se encuentra entre las 5 principales causas de muerte entre personas de hasta 34 años y en la tercera, en la población comprendida entre los 15 y 24 años[3].
Así pues,
los suicidios se han convertido en un problema de salud pública en el mundo. Datos de la OMS revelan que aproximadamente un millón de personas se suicidan cada año, lo que corresponde a
una muerte cada 40 segundos, cifra que supera el conjunto de defunciones por homicidios y guerras. Y de acuerdo con las estimaciones realizadas por la OMS, se prevé que para el año 2020 ocurran 1.5 millones de muertes por esta causa en todo el mundo
[4].
TODO COMIENZA CON UNA IDEA
El suicidio, como fenómeno de la conducta,
se inicia con la idea del suicidio y es en este momento del proceso donde una intervención oportuna para su prevención es relevante. Así, la manera como la población (incluida la evangélica) aborda el tema de las enfermedades mentales, desde su detección, y su tratamiento, cobra importancia.
Partiendo de que la causa de la depresión y del suicidio puede tener factores biológicos, psicológicos y sociales, la detección de esta idea de suicidio resulta compleja, señala la psicóloga Olivia Corral (quien imparte los talleres de “Tanatología”, “Pérdidas, duelos y resolución en medio del sufrimiento” y “Estrategias de supervivencia para personas que trabajan con el dolor”), pero a eso se agrega la frecuente reticencia por parte de la comunidad evangélica a buscar apoyo y atención profesional.
Basada en la interpretación doctrinal teológica, en donde
se deposita el poder y responsabilidad en el creyente a través sólo de su fe, la cual queda “cuestionada” cuando busca alternativas fuera de ella, aquellas personas con trastornos derivados de desórdenes biológicos y psicológicos quedan sin ayuda oportuna.
La Dra. Corral agrega que, en el caso de la depresión, por ejemplo, las causas pueden ser desde dificultades en la circunstancia de vida hasta deficiencias de sustancias fisiológicas (depresión endógena).
En muchas ocasiones, el creyente, por temor a ser juzgado como falto de fe, oculta su padecimiento a su comunidad y se pone en riesgo de un desenlace mortal.
Incluso en el proceso de duelo por una pérdida es frecuente escuchar palabras que, más que consuelo, parecen de juicio sobre una actitud de tristeza del doliente. Tal vez
uno de los mitos más generalizados entre los evangélicos es que los creyentes no deberían experimentar dolor ante las pérdidas o los problemas, sustentando versículos como “estad alegres siempre”. (Filipenses 4:4)
“Padecimientos como esquizofrenia o bipolaridad, antes de ser diagnosticados psiquiátricamente, muchas veces son clasificados como posesiones y el afectado es sujeto a lo que se conoce como liberación, cuando debería ser primero evaluado y diagnosticado por un profesional de la salud”, comenta la psicóloga Corral.
Ante creencias radicales extremistas y
con la idea de enfrentar cualquier desorden de la conducta desde el ámbito religioso, los trastornos mentales quedan sin diagnóstico temprano y sin atención adecuada, dejando abierta la posibilidad de que la persona con tendencia suicida termine suicidándose.
LA REACCIÓN FAMILIAR, CLAVE
En referencia a la forma en que la familia evangélica reacciona ante el anuncio de que uno de sus miembros es diagnosticado con una enfermedad mental, la socióloga
Sally Isáis, directora de MILAMEX y misionera de la Misión Latinoamericana (LAM), nos comenta que después de un largo camino tratando de diagnosticar una enfermedad (lo que sucede generalmente en este tipo de padecimientos), tanto el paciente como su familia pueden sentir alivio al saber que su enfermedad tiene nombre y probablemente remedio.
Aunado a esto o en su lugar, en ocasiones se derrumban con lo que consideran un diagnóstico maligno.
Las enfermedades mentales, en especial, son difíciles de entender y aceptar. Muchas de ellas no “se ven” a simple vista y, la familia, sufre en silencio. Sólo en casos muy extremos es obvio para todos que algo “anda mal.”
Igualmente nos habla de los
mitos que, con mucha frecuencia, determina la manera de lidiar con la enfermedad psiquiátrica. Uno de ellos es que “si uno tiene fe entonces no debe padecer estas enfermedades”, dice Isáis. En muchas ocasiones, los que juzgan sobre la fe o falta de fe del enfermo y su familia, además de asegurar que existe algún pecado escondido, generalmente son los que ven las cosas desde afuera.
También está el
mito que asegura que todos estos tipos de padecimientos tienen un origen demoníaco. Y por ello –agrega la socióloga– es importante orar, ir al médico y discernir si el problema es físico, neurofisiológico, genético, emocional o espiritual. En la mayoría de los casos la línea causal es multifactorial, luego entonces, su resolución implicará un trabajo interdisciplinario, incluyendo la parte médica, psicológica, psiquiátrica y pastoral.
EL ALARMANTE CRECIMIENTO DE LA DEPRESIÓN
Sobre la depresión, ella nos comenta que a algunos “les cuesta entender que aunque son cristianos y tienen fe en Dios, él no los ha librado de esto. Viene todo un cúmulo de sentimientos de culpa (añadido a la depresión existente).
La idea errónea de que un cristiano consagrado, que está en relación con el Señor, no puede caer en depresión se añade al problema. Gracias a Dios, si el paciente se atiende adecuadamente, podrá ver en un futuro las cosas desde otro punto de vista”.
En su opinión, el índice de suicidios ha crecido alarmantemente en los últimos años, incluso en nuestra sociedad. “Creo que mucho tiene que ver con la desintegración familiar extrema, la falta de valores en la familia y la sociedad y el sentido de falta de propósito que tienen los jóvenes y niños.
Los medios masivos de comunicación presentan una realidad alternativa que no es compatible con lo que estamos viviendo”, dice la psicóloga.
Por otro lado, se ha desvalorizado la vida al grado que los individuos creen que su “pequeña vida” no vale la pena. Creen que si ellos mueren, todo seguirá igual o incluso estará mejor.
El no tener metas ni propósito como persona lleva a una desolación aplastante.
Ante un evento de suicidio, comenta la Lic. Isáis que “sólo personas muy allegadas a la familia son informadas en relación a que fue un intento de suicidio; a los demás se les dice que fue un accidente. La familia busca cuidar a la persona, pero en muchas ocasiones, no sabe qué hacer y cómo proteger a su ser querido de su deseo de morir”.
LOS CRISTIANOS, GRUPO DE RIESGO
Conjugando las opiniones expuestas, desde el punto de vista de una profesional en psicología y la visión sociológica, encontramos un factor común: la experiencia de que
los mitos y cuestionamientos de la fe de la persona que padece enfermedad mental ejercen influencia negativa en la forma en que los evangélicos con una interpretación fundamentalista de la Biblia enfrentan el creciente problema del suicidio y las enfermedades mentales.
Podría ser que, por esta manera en que algunos grupos evangélicos enfrentan las situaciones que involucran padecimientos mentales, las estadísticas que presentan los análisis estadísticos señalen un incremento en el índice de riesgo entre los cristianos que cometen suicidio en México.
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