El desastre en Fukushima lleva varios días manteniendo a la comunidad internacional en vilo. Cuando la Unión Europea manifiesta que la situación está “fuera de control”, entre la ciudadanía se replantea el debate siempre presente sobre el uso de la energía nuclear.
La energía nuclear se ha mostrado como una
gran aliada del progreso en los países ricos. Desde hace más de cincuenta años que estas plantas comenzaron a proliferar como alternativa energética a las demandas de una sociedad cada vez más dependiente. Las crisis energéticas de los años 70 ayudaron al crecimiento de las plantas nucleares en Europa, que pasaba gracias a ella a reducir su dependencia absoluta de la energía de procedencia fósil.
España consigue en la actualidad
un 20% de su energía de las
centrales nucleares del país. La dependencia de España sigue lejos de la de otros países europeos como Bélgica (un 50%) o Francia, que con un 75% es el segundo país con mayor dependencia del mundo, sólo por detrás de Lituania.
La situación no permite, por tanto, plantearse sin dudas el abandono del uso de esta energía. Al menos, a corto plazo y con la tecnología disponible, de acuerdo a lo que explica Javier Santos, ingeniero técnico industrial de electricidad. “
No podemos prescindir de este tipo de energía de base, porque supondría un aumento de contaminación de CO2; y también porque no disponemos de los suficientes recursos naturales propios para poder quemar otros combustibles (gas, carbón y fueloil), la dependencia del exterior sería demasiado grande (subidas de precios de gas y fuel-oil) y las energías renovables no son lo suficientemente rentables para obtener la estabilidad que el sistema eléctrico demanda”.
Aunque también es necesario recordar que la energía nuclear utiliza materias primas no renovables. “El uranio algún día se acabará”, recuerda
Michael Wickham, autor del libro Ecología y Cristianismo. “Nuestros coches y camiones, nuestros trenes, nuestras ciudades y fábricas, funcionan por el uso de esta energía concentrada, fácil de almacenar y transportar.
Sin ella todo se paraliza”, explica Wickham.
RIESGOS ASUMIBLES
Ante la evidente dependencia de la energía nuclear y las alternativas poco viables que ofrece su abandono, las autoridades políticas se centran en estos momentos en analizar lo que sucede en Fukushima como aprendizaje para evitar accidentes en el futuro. Según Javier Santos, aunque se trate de una energía bastante segura (sólo tres accidentes graves en más de cincuenta años de historia), cuando éstos se producen, los riesgos parecen difíciles de prever. “No es un tipo de energía que el ser humano no pueda controlar, pero
debemos avanzar para que el diseño de este tipo de centrales sea siempre el más seguro”, añade.
“Las medidas de seguridad en las actuales centrales nucleares son elevadas”, reflexiona Javier Santos, aunque “
nunca será lo suficiente, como comprobamos con lo sucedido en Japón”. Una solución pasará por el abandono de sistemas “antiguos” en la construcción de las centrales, progresando hacia las “centrales nucleares modulares”. En ellas se usarían
reactores nucleares pequeños, de menor potencia pero más seguros, baratos y con riesgos reducidos en caso de accidentes.
Por tanto el paso natural consiste en “ir cerrando las centrales nucleares más antiguas” y renovando el parque energético con centrales “mucho más seguras que las que actualmente operan”, explica Santos. Además, debería plantearse “mejorar el rendimiento de otras fuentes de energía renovables”, algo en lo que también insiste Wickham. En su opinión, la energía de las centrales nucleares debería sustituirse “por otras menos peligrosas, aunque debería hacerse poco a poco”, ya que “una reducción brusca de su uso, sin alternativas, produciría una pérdida de competitividad, y pérdida de puestos de trabajo, que nadie aceptaría”. La destrucción de Fukushima puede servir para que las energías alternativas tengan un impulso importante en los próximos años.
UNA VIDA MÁS SENCILLA
Lo sucedido en Fukushima conlleva una reflexión más profunda sobre el uso de los recursos del planeta y el sistema de vida que practicamos.
“Parece que ya no hay otra forma de vivir. Hasta aquí hemos llegado”, reflexiona Wickham. “La nuclear requiere una complejidad y unos conocimientos científicos, además de unos medios de seguridad, enormes. Cualquier error o fallo tiene consecuencias enormes” lo que está levantando voces muy críticas contra la proliferación de estas plantas en el futuro.
Pero ¿podrá la sociedad rebajar su dependencia? Hay quien sostiene que es posible. El
movimiento 'degrowth', integrado por ecologistas de diferentes ámbitos sociales y culturales, propone la necesidad de reflexionar sobre este sistema de vida basado en la explotación y consumo de recursos en continuo crecimiento. Este grupo propone en su último manifiesto que Europa lidere
un "decrecimiento" que beneficiaría la relación con el medio ambiente y frenaría la escalada de consumo de recursos que, según su perspectiva, amenaza el futuro de la raza humana.
Para Wickham sí es posible adaptar medidas, al menos en el ámbito personal de cada uno. “Creo que podemos vivir más sencillamente, pero bien, reduciendo nuestro consumo energético”. Al fin y al cabo, el uso de energía y tecnología
“hace que el mundo vaya más deprisa, pero no sea necesariamente más feliz”.
Además, plantea que las crisis deben llevarnos a
vivir “de una forma más solidaria, ya que nuestro consumo energético es a expensas de la pobreza de muchos pueblos de la tierra”. Pueblos que, buscando salir de su estado de pobreza, consiguen la energía talando bosques y matorrales, con consecuencias ecológicas “terribles, dada la deforestación de tantas regiones”. “Hay que darles alternativas razonables” a aquellos que “para llevar a sus hijos a la escuela, talan árboles para conseguir carbón”.
El autor de
Cristianismo y Ecología apunta a la necesidad de que los cristianos anhelen una vida más sencilla.
“Tenemos el modelo de vida de Cristo. Una vida que no refleja una dependencia de las cosas materiales, pero que se centra en metas y prioridades que son eternas. Así debemos vivir, y por ello deberíamos reflexionar sobre nuestra forma de vivir. Vivir más cerca de la tierra, de la producción básica”, apunta el autor.
O como también
apunta la periodista Pilar Rahola, quizá sea tiempo de hacer una revisión histórica para entender que el hombre
"más que usar la Tierra, abusa de ella hasta el suicidio", llevándonos a estar entre "el fuego y las brasas" viviendo "una forma de vida a la que no queremos renunciar".
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