De acuerdo con el estudio citado, el equipo dirigido por el doctor Derrick J. Rossi ha logrado dar un paso de gigante en la consecución de células pluripotentes tan perfectas y tan libres de contraindicaciones que pueden generar todo tipo de tejidos aptos para trasplantes sin necesidad de recurrir a las células madre totipotentes, las controvertidas células que vienen de los embriones humanos.
En 2006 ya se había dado un paso significativo en esta dirección. Pero la técnica utilizada para que por ejemplo una célula de la piel sirviera para regenerar la médula espinal era la reprogramación genética a base de retrovirus. Este sistema era audaz pero imperfecto y entrañaba el peligro de que estas células provocaran cáncer.
El nuevo hito que se anuncia ahora es que se habría logrado la reprogramación de la célula no a base de retrovirus sino del uso del RNA mensajero, el que activa las proteínas necesarias para muchas de las operaciones de la célula. Los investigadores están muy satisfechos del resultado, que la comunidad científica ha saludado con gran interés.
LA POLÉMICA DE LAS CÉLULAS MADRE
Las células madre embrionarias eran las únicas que hasta ahora se han considerado útiles en la investigación de males como el Alzheimer o las lesiones de la médula espinal. El problema es que para obtenerlas hay que destruir embriones humanos, algo que ha traído un arduo debate en Estados Unidos y ha afectado de lleno a la reforma de la sanidad que impulsó Obama.
Precisamente el pasado martes un tribunal de apelación se puso del lado de la Casa Blanca y autorizó que las nuevas facilidades para investigar con células madre embrionarias se mantengan mientras no se alcanza un veredicto. Hacía sólo un mes que el juez Royce Lamberth del distrito de Columbia decidió dar la razón a dos científicos que se declaraban perjudicados por la nueva política científica de Obama. Su argumento es que ellos rehúsan usar células embrionarias en sus investigaciones por razones morales pero que si los que sí las usan tienen tanto derecho como ellos a una subvención federal, habrá menos fondos para ellos.
Evidentemente, lo que está en juego es si el dinero público puede o no puede ser usado para labores científicas que implican en algún momento la destrucción de un embrión humano. Los que están en contra alegan que esto equivale a que la Casa Blanca subvencione directamente el aborto. Y recuerdan que la mismísima reforma sanitaria de Obama ha hecho esa salvedad: ni un dólar para abortar. Si no, no se aprobaba. Los defensores de esta postura también puntualizan que no es verdad que negar fondos federales a una cosa la sitúe automáticamente en vía muerta. Siempre se puede seguir adelante con fondos privados, sugieren.
No piensan así los científicos embarcados en dos docenas de proyectos que ahora mismo dependen del dinero federal, y que si se les niega de repente tendrán que parar en seco la investigación, a no ser que consigan en donaciones privadas la friolera de 54 millones de dólares. Otro tanto ocurriría con proyectos internos de los Institutos Nacionales de Salud que tienen un presupuesto combinado de 9,5 millones de dólares y que involucran a 45 investigadores y su personal de apoyo. Más 20 proyectos inminentes, sólo pendientes de recibir la autorización financiera.
Argumentos adicionales son el dramatismo de las enfermedades contra las que se intenta luchar con las células madre, más la evidencia de que millones de embriones humanos se pierden cada año superfluamente. Por ejemplo como excedentes desechados de programas de fertilización. ¿Es mejor tirarlos a la basura que usarlos para que una niña paralítica de 9 años pueda volver a andar?, alegan.
Obama se alineó con los que pedían ir más allá que Bush con las células madre, pero se alineó por el camino de en medio: lo que el gobierno proponía y propone es que el dinero federal pueda financiar proyectos que utilizan células embrionarias, pero que no intervienen directamente en su obtención. Es decir, que el «trabajo sucio» se haya hecho antes.
Obama incluso mandó una inequívoca señal de su voluntad de conciliar fe y ciencia cuando nombró director de los Institutos Nacionales de Salud a Francis Collins, uno de los mejores geneticistas del mundo, y uno de los pocos científicos de primera fila que afirma sin empacho creer en la existencia de Dios (es cristiano evangélico). Y haber llegado a ello precisamente a través de la ciencia.
En medio de todo esto es difícil imaginar el impacto que puede tener el nuevo hallazgo científico reseñado en la publicación especializada Cell Stem Cell y que publicitaba a bombo y platillo The Washington Post y que ha sido recogida con satisfacción en amplios círculos de la sociedad.
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