Pegar al padre parece que en algunos casos ya no es algo inconcebible e inaudito, el acto monstruoso que viola el mandamiento del “honrarás a tu padre y a tu madre”. Niños y adolescentes han empezado a levantar la mano a sus progenitores (a su madre preferentemente) y, en muy poco tiempo, el delito de maltrato a los padres, antes irrelevante a efectos estadísticos, ha adquirido visos de epidemia.
Durante 2008, las Fiscalías de Menores abrieron en España más de 4.200 expedientes por agresiones de hijos a padres, frente a los 2.683 incoados el año anterior. No todas las denuncias dan lugar a la apertura de expedientes judiciales -muchas se archivan tras el ejercicio de las labores de mediación-, y hay que pensar que por cada padre que acusa formalmente a su vástago, habrá otros que se resisten a dar ese paso.
LA DENUNCIA, HUMILLACIÓN PARA LOS PADRES
“Cuando los padres denuncian es porque han llegado a una situación límite. Se sienten doblemente avergonzados por tener que pedir que se actúe contra sus hijos y porque la denuncia misma les parece la constatación de un fracaso”, indica Consuelo Madrigal, fiscal de Menores del Tribunal Supremo.
Las estadísticas constatan, asimismo, un espectacular incremento de chicas que pegan a sus madres y también chicas que pegan a otras chicas. “En el maltrato a los padres, los géneros están ya casi a la par, cuando hace pocos años ése era un delito abrumadoramente masculino”, se inquieta la fiscal.
Otro dato de preocupación añadida es que
los maltratadores adolescentes reproducen fatalmente el modelo machista, por mucho que hayan estudiado en colegios mixtos y se les suponga aleccionados en los valores de la libertad y la igualdad. La gran mayoría de estos chavales, de edades entre los 14 y los 18 años -en la legislación española, los menores de 14 años no pueden ser imputados, cometan el delito que cometan-, pasan por jóvenes normales y poco conflictivos. De hecho, por lo general, no cometen más delitos que sojuzgar, vejar y pegar a sus padres... y a sus novias.
CLASES MEDIAS
Como ocurre con la violencia de género,
el maltrato a los padres atraviesa todas las estructuras sociales, aunque, en este caso, se concentre, especialmente, en los hogares de las clases medias.
Se equivocan, pues, quienes piensan en niños surgidos de la marginación social, pero aciertan quienes ven en las familias desestructuradas un factor de riesgo. “Algunos de estos chicos han sido testigos de malos tratos conyugales o han padecido directamente las agresiones paternas. Cuando llegan al 1,75 o al 1,80 de altura y pueden palparse los músculos, sienten en la sangre la tentación de la venganza”, apunta el director de Justicia Juvenil de Cataluña, Jordi Sansó.
Pero, la pregunta del porqué de este estallido sigue en pie, admitida la transmisión intergeneracional de traumas y conductas y establecido que la familia es, a veces, la primera patología a tratar.
¿Qué está pasando para que niños y adolescentes que antes se fugaban del hogar opten por quedarse en casa a tiranizar a sus progenitores? ¿Y para que los padres que antes expulsaban del hogar a sus hijos díscolos o depravados ocupen hoy el papel de víctimas? La respuesta prácticamente unánime de los encargados de encauzar la violencia de los menores es que hemos sustituido el modelo autoritario del “ordeno y mando” por una práctica permisiva y sin límites, igualmente nefasta a efectos educativos.
SIN AUTORIDAD, O EL PADRE AUSENTE
“El principio de autoridad se ha debilitado y ni la sociedad ni la familia han sabido establecer otros valores y límites. Las agresiones a los padres y la violencia de género aumentan porque nos estamos equivocando gravemente en la educación”, advierte José Vidal, médico y director de la cárcel de Morón de la Frontera. “La mayoría de los menores delincuentes surgen en un modelo permisivo e indulgente que genera niños individualistas y hedonistas, incapaces de aceptar la frustración”, explica Ana Rodríguez, pedagoga del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia.
“Como el modelo autoritario de familia no ha sido sustituido por un modelo alternativo verdaderamente educativo, muchos padres no saben qué deben hacer con sus hijos, más allá de transmitirles los afectos. Detectamos con frecuencia un problema de ausencia de la figura paterna, bien porque la pareja se haya separado, porque se trata de una familia monoparental o porque el padre o la madre se inhiben o están muy ocupados en el trabajo”, afirma la fiscal Consuelo Madrigal.
Según los psicólogos sociales, a eso
habría que añadir el declive de la figura del padre que, a menudo, no encuentra su lugar en un cuadro de relaciones familiares más desdibujadas y horizontales. José Chamizo, Defensor del Menor de Andalucía, cree que hay “un creciente desquiciamiento colectivo” reflejado en la crueldad mostrada por los menores implicados en casos como los de Sandra Palo, Marta del Castillo o el de la indigente quemada en Barcelona.
VIDEOJUEGOS Y TV SÍ INFLUYEN
Contra las opiniones de tantas voces que testimonian en sentido contrario: “Yo también me entretengo con los videojuegos y no por eso...”, y restan consecuencia a las imágenes violentas, él está convencido de que la “violencia de contexto”,
la omnipresencia de la agresividad en los medios de comunicación y entretenimiento y en los mensajes publicitarios, tiene una incidencia clara.
No es el único. También su colega, Arturo Canalda, Defensor del Menor de Madrid, sostiene que la violencia ambiental influye, “aunque no sea el detonante del problema”. A su juicio, hay que prestar particular atención a esos chicos que “pasan muchas horas solos en casa, delante de la televisión, viendo cómo las situaciones más terribles se presentan como si formaran parte de la normalidad. Todo influye en los comportamientos”, subraya, “también esa cosa aparentemente tan tonta de la serie de tarde en la que gente se insulta como si nada”.
“SE PERVIERTEN LOS SISTEMAS DE VALORES”
El jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario de Guadalajara, David Huertas, asegura que estos juicios tienen un fundamento científico. “Se ha demostrado que las imágenes violentas activan el área del cerebro que fomenta la agresión. La sobreexposición a estas señales hacen bajar las defensas frente a la violencia, de forma que su utilización tiende a considerarse normal”. Autor del libro “Violencia: la gran amenaza”, el profesor Huertas habla de una sociedad hipotecada a un modelo económico y social agresivo que habría acabado por pervertir los sistemas de valores y que amenaza con devolvernos al “todos contra todos” descrito por Hobbes en su “Leviatán”.
El cibersadismo, la filmación y difusión de las agresiones gratuitas, el incremento del maltrato doméstico y escolar practicado por menores serían “la piedra de toque” de esta evolución general que, por lo visto, encuentra tierra abonada en nuestro país. Tras recordar que la OMS declaró en 2002 que la violencia en el mundo se ha convertido en un problema de salud pública, el psiquiatra subraya que las sociedades modernas no cuentan con protocolos para detener esta pandemia. “Tenemos que volver a la educación en valores, a socializar en la convivencia y el respeto”, resume.
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