La esclavitud sexual de una sola mujer genera ganancias suficientes para sustentar a todo un grupo de explotadores.
EL PROXENETA
Al principio, muchas consideran a sus traficantes como sus salvadores: las personas que les brindaron una alternativa a la pobreza y a la falta de oportunidades en sus países.
Las mujeres forzadas a prostituirse están solas en un país ajeno, muchas no conocen el idioma, no tienen a quien recurrir, temen a la policía y no tienen documentos ni dinero.
En esas circunstancias necesitan a sus proxenetas para sobrevivir, y pueden llegar a aferrarse emocionalmente a las mismas personas que las explotan. En muchos casos es precisamente la pareja de la mujer quien se convierte en su propio proxeneta.
EL DUEÑO DEL CLUB
El dueño del club suele jugar un papel de relaciones públicas o de intermediario, entre los clientes y las mujeres prostituidas. Conoce el producto que busca la clientela y escoge a las mujeres de su club de acuerdo a esa demanda.
Valora a las mujeres desde el punto de vista de la rentabilidad: sus intereses económicos priman sobre el bienestar de las trabajadoras sexuales.
No es infrecuente que mantenga relaciones sexuales bajo coacción con las mujeres prostituidas de su local. A veces para probarlas antes de que ingresen en su club.
Estos empresarios no consideran su negocio como una forma de explotación sexual, sino como una empresa en la que hay un intercambio comercial de la mujer con el cliente.
Según Silvia Pérez Freire, coordinadora de la organización que ayuda a las mujeres prostituídas Alecrín, los dueños de los clubes suelen seguir la filosofía de que el cliente siempre tiene la razón, dejando a la mujer prostituida en una situación de debilidad con los clientes, que a menudo piden prácticas sexuales de riesgo o exigen el consumo de drogas.
Freire denuncia que los propietarios de burdeles con frecuencia ponen sus negocios a nombre de sociedades anónimas o utilizan testaferros para evitar eventuales problemas legales, relacionados por ejemplo con la trata de personas o con la explotación de inmigrantes ilegales.
EL CLIENTE
Los clientes suelen ser habituales, estables en cada escenario de prostitución.
En general, a los clientes de prostitución les importa poco la historia humana que hay detrás de los cuerpos que alquilan. Lo que quieren es sexo rápido y sin complicaciones.
Silvia Pérez Freire, recuerda a un cliente que durante una entrevista con su organización reconoció que sólo le importaba la situación de la prostituta si estaba llena de golpes, porque entonces sentiría reparo al estar con ella.
La mayoría de los clientes son casados y suelen pedir relaciones sexuales sin preservativo.
LA FAMILIA
Fabiola salió de Brasil a los 24 años. Al llegar a España, el dueño del club que pagó su viaje le quitó el pasaporte y la mantuvo encerrada en su prostíbulo durante meses, mientras ella iba saldando su deuda. Fabiola enviaba parte del dinero que ganaba a su madre y al hijo que dejó en Brasil.
La Hermana María de las Hermanas Adoratrices de Colombia, en sus más de 20 años trabajando con víctimas de la trata en Colombia y Ecuador ha visto muchas veces cómo la presión familiar mantiene a las mujeres en el círculo de la prostitución, incluso después de haber pagado su deuda de viaje. Cuando ven que la hija les empieza a mandar dinero, entonces cada vez hay mayores necesidades.
El problema, según Freire, es que en América Latina la trata de personas se ha normalizado como una estrategia de supervivencia porque el dinero al final lo perdona todo.
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