Un informe de la consultora Gallup en 2023 apuntaba que hasta el 44% de los trabajadores se sienten estresados. Ante semejante realidad, algunos se preguntan si podemos vivir crónicamente agotados.
Estrés, agotamiento y burnout. Son términos estacionados de forma permanente en nuestro contexto. O, quizá, sea nuestro contexto el que se ha detenido sine die en los mismos, su realidad y efectos. Lo cierto es que, aunque no sea nada nuevo hablar de ello, siempre que se publican nuevos datos sobre esta cuestión es inevitable mostrar alarma.
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Como en el caso del último informe de la consultora Gallup sobre el empleo, publicado en 2023, y según el cual hasta el 44% de los trabajadores afirman estar estresados. En total es un 13% más que en 2009, cuando se hablaba del 31%. En Estados Unidos, Canadá y el este de Asia se alcanzan niveles del 52%, mientras que en Europa se sitúa en el 39%.
Para Jaume Llenas, coordinador nacional de los Grupos Bíblico de Graduados (GBG), el aumento del estrés tiene que ver con el modelo de de mercado y de trabajo, en general, que define nuestro contexto. “La cultura de las empresas, que no está escrita en ningún lado, que está formada por aquellas prácticas que la empresa tiene que funcionan en muchas ocasiones de forma inconsciente, es mucho más poderosa que las leyes, los sindicatos, etc.”, dice. “Cuando entras en una empresa te hablan de una cultura del esfuerzo, cuando lo que realmente quieren decir es que si no haces dos o tres horas más de trabajo no remunerado al día se considera que no tienes compromiso con la empresa. En entornos especialmente competitivos, donde se realiza una política de evaluación del desempeño, y donde los trabajadores menos productivos se ponen en el apartado de la evaluación que define a los que pueden ser declarados prescindibles o ser apartados de los beneficios que tienen los más productivos, se está empujando a todos los trabajadores a competir los unos con los otros para no entrar en esa parte del personal que queda en la parte de abajo de las clasificaciones”, añade.
Incluso a nivel general, plantear el estrés como simplemente una consecuencia de trabajar demasiado empieza a parecer ya simplista. Aunque reconoce que hay muchos factores a tener en cuenta, Llenas apunta a dos causas de esta situación en concreto. “Desde los años 70 del siglo pasado experimentamos una crisis en nuestro modelo de empleo que produce desempleo estructural. El modelo de contratación en España está basado en tener menos trabajadores de los necesarios para el tipo de trabajo del que se trata. Es un modelo basado en la explotación de los recursos humanos hasta el límite. Las bajas no se cubren con otros trabajadores, sino que el mismo personal tiene que asumir, no solo sus ya complicadas funciones, sino que tienen que asumir las funciones de los trabajadores ausentes. Las empresas aducen que los costes laborales y los costes de despido son muy altos y sienten auténtico terror a la contratación, con lo que hacen pagar a los trabajadores y a los clientes de la empresa la falta de contratación. Para que el coste no lo soporte la empresa, el coste lo debe soportar el trabajador y los clientes de esa empresa”, asegura, y recuerda que “la realidad es que los costes laborales y de despido en España están por debajo de la media europea y de la media de la eurozona”.
La segunda causa que menciona Llenas “tiene que ver con un componente moral”. “Richard Sennett decía que en el ‘nuevo capitalismo’ hay una profunda contradicción entre la práctica de las empresas que promueven la flexibilidad laboral, un compromiso superficial, unas relaciones personales basadas en la utilidad, etc., que son contrarias a aquellos valores que nosotros les queremos transmitir a nuestros hijos y con los que hemos sido educados como la permanencia, la confianza en los otros, la integridad, el compromiso, etc. Esta contradicción entre los valores que sostenemos y la práctica diaria de nuestras empresas acaba produciendo ‘la corrosión del carácter’. Es algo mucho más profundo que simple cansancio, que simple agotamiento, es que el carácter de la persona se está descomponiendo. No se arregla con mero descanso, con unas horas menos de trabajo o con unas vacaciones. Es una contradicción esencial”, sostiene.
Quizá resulta aparentemente contradictorio observar datos como el de la consultora Gallup y pensar que avanzamos en la época de lo que algunos han llamado las grandes conquistas sociales y la mayor exposición de derechos individuales. Al menos en el contexto occidental. Para la psicóloga Lidia Martín, precisamente “en el ámbito laboral es donde posiblemente se han perdido derechos de manera muy clara en el último tiempo”. “Hay un exceso de énfasis en la súper productividad, se nos mira mal cuando cumplimos nuestros horarios tal cual vienen en el contrato, las empresas no suelen cuidar demasiado bien a los empleados porque prima el criterio económico sobre las personas y con las demandas de empleo que hay, las personas saben que dejar un empleo significa que generalmente hay decenas de personas en la puerta dispuestos a aceptar las mismas o peores condiciones”, agrega.
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Por eso, considera que “mucho del avance social a veces parece más cosmético que otra cosa”. “Solo hay que mirar a los contratos y las condiciones laborales que hay ahora en comparación con los que había hace 50 años. Se percibe un clima de precariedad laboral escalofriante, y eso es del todo desbordante. Ver la situación actual y no prever una mejoría está llevando a uno de los efectos más comunes del estrés: la ansiedad, que tiene que ver con llevar mal todas esas incertidumbres que se nos plantean por delante si la situación no cambia”, remarca.
Llenas también destaca el hecho de que pueden haber muchas prácticas que están al borde de la legalidad y, sin embargo, se acepta, como en el caso de las horas extraordinarias no remuneradas. “No es que los trabajadores sean ambiciosos, es que es una mera estrategia de supervivencia en el medio”, puntualiza.
Y aunque parece que los sindicatos han ganado terreno e influencia con el paso de los años, según Llenas, eso tampoco representa una gran garantía en un contexto laboral caracterizado, sobre todo, por las pequeñas y medianas empresas, en lugar de las grandes corporaciones. “Las normas y la presencia de los sindicatos es mucho más evidente en las empresas con un determinado volumen de trabajadores, pero tenemos que recordar que el 66% de los trabajadores en España trabajan para PyMES, donde el respeto a los derechos y la presencia de los sindicatos es bastante más escasa en términos generales”, subraya.
Teniendo en cuenta otros datos, como el del último informe del Fondo Monetario Internacional, que señala que el número de horas trabajadas ha caído un 3,8% respecto a 2008, algunos hablan de factores de estrés más allá del ámbito laboral, como el ocio o la crianza.
Para Martín, es cierto que “el trabajo es una fuente posible de estrés, y cuando las condiciones en que se produce son abusivas, evidentemente se entiende que el desbordamiento tiene mucho sentido”. No obstante, matiza, “el trabajo no es necesariamente nuestra principal fuente de estrés”. “Las ocupaciones son una parte, sin duda, pero principalmente vivimos obsesionados con evadir el malestar, muchas veces incluso el esfuerzo y la frustración naturales que acompañan a las pequeñas cosas de la vida, y en un sentido nos estamos haciendo personas cada vez más frágiles que nos desbordamos con menos”, afirma la psicóloga.
“No estamos diseñados para vivir tan rápido ni acometer tanto. Los ritmos naturales del ser humano son otros, y no los estamos respetando, ni siquiera cuando se trata del ocio, que se está comiendo nuestro tiempo para dormir, por ejemplo, o descansar, simplemente”, añade.
En este sentido, Martín recuerda que “‘estrés’ significa ‘desbordamiento’ y el cuerpo suele avisar de lo que considera excesos a través de sintomatología diversa, lo que llamaríamos coloquialmente ‘achaques’”. “A veces el estrés viene por situaciones que se generan de forma ajena a nosotros. Suceden, y nosotros las sufrimos. Por ejemplo, una catástrofe natural, o tener que cuidar de un familiar enfermo crónico, que es algo que no se elige y hay que afrontar”, explica.
“La Biblia habla del estrés mucho más de lo que pensamos”, recuerda Martín. Junto con lo proliferación del estrés, también crecen las propuestas para afrontar lo que algunos han catalogado como la enfermedad del siglo XXI en occidente. Para Martín, la enseñanza bíblica y la opción de “vivir al ritmo de Jesús”, no tiene, en realidad, competidor. “Jesús nos enseña que cada día trae su propio afán o preocupación, su propia porción de desbordamiento (Mateo 6:34). Que los que no tienen a Dios se preocupan de muchas cosas con las que llenan su cabeza y buscan, pero que nuestro Padre celestial sabe de qué tenemos necesidad (Mateo 6:32). Nos invita a buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, y nos recuerda que todo lo demás se nos dará por añadidura (Mateo 6:33). Es justo la idea que le trasladaba el Maestro a Marta, afanada y turbada con muchas cosas, en contraste con su hermana María, que había escogido la buena parte que, además, no le sería quitada (Lucas 10:40-42). Cada día tiene su propia dosis de preocupación, y hacemos mal en anticiparnos. No podemos añadir ni un centímetro a nuestra estatura, y cuando vivimos intentándolo y adelantándonos, ya estamos en ansiedad (Mateo 6:27)”, asegura, resumiendo algunas de las principales enseñanzas del evangelio.
“Hay cosas que nos gobiernan”, agrega la psicóloga. “¿Cuántas de las situaciones de estrés que vivimos vienen, precisamente, de esas malas decisiones sobre la vida cotidiana que nos alejan de vivir al ritmo de Jesús, sean en el trabajo o en cualquier otro ámbito?”, pregunta.
Enfocándose en la fuente de estrés que resulta ser, en muchas ocasiones, el trabajo, y en lo que la Biblia afirma sobre ello, Llenas recuerda que “el trabajo es bueno y es parte del propósito para el que fuimos creados los seres humanos”, pero que también ha quedado “afectado” por el mal.
“Una de las afectaciones que sufrirá el trabajo es el abuso y la explotación. Vivimos dentro de la ‘economía de Egipto’, donde tenemos que producir los mismos ladrillos, pero ahora no se nos dará la paja para elaborarlos. Dios tenía una intención diferente para el pueblo de Israel. Quería que las nuevas relaciones del Reino se manifestaran entre ellos, pero los profetas tienen que denunciar la explotación en muchos casos. Dios se presenta a lo largo del Antiguo Testamento como aquel que defiende a los explotados, a los desprotegidos. Instituciones como el jubileo fueron puestas por Dios para reordenar los efectos de una economía afectada por el pecado”, señala.
Luego, continúa, el Nuevo Testamento, en pasajes como Santiago 5:4, nos “habla de una riqueza construida sobre la explotación de los trabajadores y anuncia que Dios no es indiferente y que la justicia de Dios vendrá sobre los que se aprovechan de la debilidad de los demás”. “Me llama mucho la atención que Jesús, en su predicación en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4), hable de poner en libertad a los oprimidos. Este es el ‘manifiesto de Jesús’, su declaración de propósito, y está muy ligado a la explotación de los más vulnerables. Frecuentemente decimos que Jesús vino por causa del pecado y es completamente cierto, pero no siempre asumimos que su venida está muy relacionada con traer justicia a las relaciones desiguales. Jesús siempre toma partido por aquel que, por causa de un pecado estructural en el mercado de trabajo, está sometido a condiciones abusivas en su entorno laboral. Jesús no es equidistante, no es neutral, cuando se trata de los efectos del pecado sobre el débil. Los cristianos esperamos cielos nuevos y tierra nueva donde habita la justicia”, remarca Llenas.
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