En estos días, leía una noticia sobre el
grave impacto que la soledad tiene en la salud mental de las personas, sobre todo en la tercera edad. En esta noticia se hacía énfasis en que hoy hay mucha gente que está sola y se siente sola, a pesar de encontrarnos en la era de mayor comunicación de todos los tiempos, idea que resulta muy paradójica, aunque no menos cierta.
Si tuviese que dar una
definición de soledad, diría que cada persona tiene una idea muy definida de lo que es; pero en general, se puede decir que la soledad tiene dos dimensiones:
- Una
objetiva, física o real (certeza de la soledad de una persona, ausencia de relaciones, aislamiento...)
- Otra
subjetiva, percibida o psicológica (vivencia de la propia persona y de su situación social. Nos habla de
sentirse solo o sola)
Estas dimensiones pueden estar conectadas entre sí (la persona está sola y se siente sola) o pueden ser divergentes (la persona está acompañada, pero se siente sola, dimensión esta más grave y difícil de solucionar).
Pero para dar una definición formal,
se podría decir que la soledad es "una discrepancia subjetiva, entre el nivel de contacto social logrado y el deseado". En ocasiones, esa experiencia tendrá que ver con soledad social, es decir, con una escasa red de relaciones con la que compartir intereses y actividades. Y otras veces, puede derivarse de la pérdida de una relación íntima o estrecha con otra persona, que ha dejado un vacío imposible de llenar en la vida del que ha experimentado esa pérdida. Pero lo que sí es cierto, es que la soledad nos puede afectar a todos en algún momento de nuestra vida.
SENTIMIENTOS ASOCIADOS A LA SOLEDAD
Habría que hacer una distinción entre la
soledad elegida (voluntaria) y la
soledad impuesta (involuntaria). Existe una diferencia importante entre los sentimientos que se asocian a la soledad elegida y los que se asocian a la soledad impuesta o no elegida. En el primer caso, son sentimientos positivos como la satisfacción, la libertad, la idea de encontrarse con uno mismo, o la tranquilidad... Pero cuando la soledad es involuntaria, cuando nos ha sobrevenido sin desearlo, existe
infelicidad. Los sentimientos más habituales son de carácter negativo, como tristeza, angustia o desesperanza.
La tristeza que deriva de la soledad, se manifiesta con la idea de que no nos quieren, de que no le importamos a nadie, que somos invisibles; hay que tener cuidado, porque si se estabiliza esta tristeza, puede conducir a la depresión.
¿EXISTE UN PERFIL DE PERSONA SOLITARIA?
Puede haber ciertos rasgos de personalidad que predispongan al aislamiento, como la introversión, la timidez... Pero más que un perfil de persona solitaria, creo que
lo que sí existe es un perfil 'de red' más proclive a la soledad.
Las personas tenemos
redes de apoyo basadas en las relaciones con otras personas. Estas redes están configuradas por la gente que conocemos, nuestros amigos, familiares y personas más cercanas. Hay personas que por su estrategia de vida (por ejemplo, muy centradas en la familia o en los hijos), que por sus circunstancias laborales (aislamiento) o por su forma de enfocar las relaciones (dominantes, exigentes...), tienen un red más frágil de la cuenta, más sensible a problemas, o a pérdidas...
Por otro lado, la cultura en la que vivimos, basada en la
posesión de objetos como promotores de bienestar, centrada en núcleos familiares pequeños o inexistentes, que
hace apología de la independencia o de la autonomía, que vive en grandes urbes de desconocidos, que se mueve en coches de forma individual, etc..., es en sí misma un
mercado productor de soledades.
En nuestra cultura, además, parece que predomina un acompañamiento virtual y simulado de personajes televisivos, o de personas desconocidas mediante las redes sociales, lo que la individualiza más todavía; todo esto fomenta ese perfil de sociedad solitaria.
Vivimos en una sociedad proclive a la soledad en sus cimientos.
QUÉ HACER DESDE LA PSICOLOGÍA PARA AYUDAR
Las consultas de psicología clínica están llenas de
personas que se sienten solas, de personas decepcionadas, de personas que se resisten a romper una relación por miedo a la soledad posterior a la ruptura, de personas que piensan que sus hijos no les quieren o que se consideran incapaces de acercarse a otras personas sin más. Y muchas veces
carecen del aprendizaje y entrenamiento adecuados para mantener una red de relaciones saludable y sólida. Nuestro entorno social y cultural, como hemos visto, no lo favorece.
La intervención desde la Psicología debería ser en el ámbito de las relaciones personales, hacer cuanto sea posible para que las personas cuenten con un mayor abanico de recursos en cuanto a habilidades sociales y comunicativas, que permitan crear y mantener relaciones satisfactorias; y también de afrontamiento de problemas derivados de las relaciones.
Se debería trabajar para incorporar a las experiencias sociales de las personas
la sabiduría en torno a las relaciones humanas, como lo han hecho nuestros abuelos antes que nosotros. Por ejemplo, recuperar las conversaciones, los intercambios, la vecindad, las soluciones colectivas, la cooperación, la inteligencia social, etc...
De forma más personal,
la psicología puede ayudar a conocernos mejor, elevar nuestra autoestima, superar la timidez, superar el miedo al rechazo, ser mejores comunicadores, más asertivos... y darnos cuenta de que no somos tan raros como pensamos, sino que hay mucha gente que pasa por los mismos problemas y dificultades que nosotros.
CUATRO FACTORES DE PROTECCIÓN
Desde mi punto de vista hay 4 muy importantes:
- El primero:
una red de relaciones rica, sólida y variada; con relaciones de diversos tipos, frecuencias y actividades comunes.
- El segundo:
una estrategia vital abierta e inteligente; que da lugar a una buena autoestima y a fomentar recursos personales para afrontar los golpes del destino.
- El tercero:
un mayor nivel de resistencia a las imposiciones sociales y culturales con respecto de las relaciones humanas.
- El cuarto: Para mí más importante es
una Fe sólida, unos principios que te permitan cultivar de modo eficaz la parte espiritual que todos tenemos, y que su descuido suele producir un vacío existencial y una soledad que no se llenan con nada. Desde mi experiencia personal,
creer en Dios te proporciona una paz interior que ninguna filosofía, ninguna relación te la puede dar. "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" dice el Señor en los Evangelios. Y es un acompañamiento real, de modo que hasta la soledad, si hay que pasarla, se hace más llevadera.
María Jesús Núñez Dios es psicóloga. Puedes seguirla enenterapiapsicologia.es
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