En estos casos, la actitud de los padres es clave para que termine y no se repita con asiduidad. Son muchos los padres que han enfrentado la incómoda situación de una rabieta pública de sus hijos pequeños. Sin embargo, no siempre la reacción que éstos tengan es la correcta
. La Asociación Española de Pediatría ha dado algunos consejos prácticos para tratar estos lances esporádicos de ira en los niños.
Primero imaginemos a unos padres en el súper acompañado de su hijo de tres años. Ellos hacen la compra mientras el niño camina a su lado observando los productos. Todo tranquilo hasta que el pequeño posa sus ojitos sobre un huevo de chocolate que tiene un juguetito dentro y pide que se lo compren. La madre niega con la cabeza: «De eso nada, que vas a comer en un rato». El niño insiste, la mujer aguanta el tirón.
Pero cuando el pequeño se da cuenta de que no va a conseguir lo que desea empiezan las voces, los pucheros y aquel pequeño angelito se transforma en una especie de minidemonio que no para de llorar y patalear contra el suelo al grito de: «¡Lo quiero, lo quiero, lo quiero!».
Si se ha visto reflejado en esta anécdota no desespere. Las rabietas son habituales en los niños de 1 a 3 años,
edad en la que empiezan a tener deseos de autonomía que ven frustrados por las limitaciones que les imponen sus padres. También hay circunstancias que pueden facilitar su aparición como el sueño, el hambre o estar enfermo.
ESTRATEGIA: CALMA, CONTROL E IGNORARLO
Lo importante es cómo los progenitores abordan estos berrinches. Si usted fuera la madre o el padre de un niño como el de la historia, ¿que haría? ¿Chillar, zarandearlo, castigarlo cuando lleguen a casa, cumplir sus deseos...? Ninguna de estas opciones es la correcta si queremos que el niño aprenda que este comportamiento no le lleva a ninguna parte.
La Asociación Española de Pediatría en Atención Primaria (AEPap) aconseja a los padres mantener la calma y el control, aunque sea complicado. Gritar, regañar, zarandear o intentar razonar con el niño no va a solucionar nada. Tampoco se le puede conceder lo que pide o premiarle si deja de llorar porque de esta manera aprenderá que «montando el pollo» consigue lo que desea.
Cuando la rabieta comience puede ser efectivo intentar distraerle con otra actividad u objeto. Si esto no funciona, lo mejor es adoptar una actitud de indiferencia hacia el pequeño, sin enfados, promesas o amenazas. “El niño pretende llamar la atención y si se le hace caso, aunque no consiga aquello que motivó el berrinche, de algún modo habrá salido ganando y, sin querer, podemos reforzar ese comportamiento, o sea le 'enseñaremos' a tener más rabietas”, explica el pediatra Miguel Ángel Fernández-Cuesta Valcarce, miembro de la AEPap.
Otro punto importante es conseguir que el pequeño se tranquilice. Para ello, si está en casa, lo mejor es llevarle a la habitación durante unos minutos sin hablarle ni regañarle. Si el niño monta el «numerito» en un sitio público, acompáñelo a un sitio más tranquilo hasta que se relaje. Si se muestra violento, puede sujetarlo pero sin hablarle ni mirarle.
“Cuando se le haya pasado el enfado, no se le debe castigar ni gritar, sino darle seguridad y afecto, pero sin mimarle en exceso ni darle ningún tipo de premio, explicándole lo inadecuado de su comportamiento”, señala el doctor Fernández-Cuesta.
PREVENIR ES MEJOR QUE CURAR
Por otra parte, si no queremos que el niño haga una escena
hay que evitar las situaciones y circunstancias que puedan facilitarlas, como el hambre o el sueño. También es importante fijar unas normas y no cambiarlas en ningún caso, para que el pequeño conozca perfectamente donde están sus límites.
No sólo hay que hacerle caso cuando se porta mal. Los hijos buscan la atención de los padres y si solo le miran cuando hace cosas malas entenderá que esa es la única manera de que le dediquen más tiempo. Es importante que los padres también alaben las buenas conductas del pequeño.
Las rabietas suelen producirse porque
el niño no es capaz de expresar sus sentimientos hablando. Hay que enseñarle a canalizar su frustración utilizando las palabras.
Los niños son unos perfectos imitadores.
Si ven a sus padres gritar o discutir no dudarán en utilizar estas fórmulas cuando se enfaden. Debemos evitar comportarnos así delante de ellos. Y por último, si se va a cambiar de actividad es mejor hacérselo saber con tiempo para que vaya asimilándolo. Por ejemplo, si hay que ir a cenar y el niño está jugando, es mejor avisarle unos minutos antes para que vaya recogiendo.
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