El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Líderes cristianos hablan sobre los retos de llevar el Evangelio a las prisiones en este país donde 1 de cada 56 personas está en la cárcel.
El Salvador es la nación con el mayor porcentaje de personas encarceladas en todo el mundo con más de 111.000 presos, un equivalente a uno de cada 56 habitantes en el país.
Algunos líderes cristianos afirman que esta realidad se transforma en una oportunidad para que un número considerable de reclusos encuentre una vida nueva a través del Evangelio. Sin embargo, describen que hacerlo es más complejo de lo que parece debido al aumento de las restricciones gubernamentales para las visitas de civiles a las cárceles.
El Salvador ha tenido una de las tasas de homicidio más altas del mundo, alcanzando su pico en 1995, cuando se reportaron 139 asesinatos por cada 100.000 habitantes. Desde principios de la década de 2000, la MS-13, o Mara Salvatrucha, y La Mara 18 (Organizaciones terroristas) comenzaron a librar una larga batalla por el territorio dejando muchas muertes durante el conflicto.
En 2015, las pandillas decretaron la prohibición de todas las rutas de autobús en la capital, San Salvador, y tan solo el primer día de la prohibición cinco conductores de autobús fueron asesinados. En 2016, algunos estimaron que los grupos habían extorsionado alrededor del 70% de todos los negocios del país.
Estos antecedentes llevaron al actual gobierno a promover políticas contundentes contra las pandillas salvadoreñas, consideradas organizaciones criminales transnacionales y señaladas como responsables de elevar las cifras de homicidios a escalas solo vistas durante la guerra civil de ese país (1979-1992).
En marzo de 2022, el presidente Nayib Bukele decretó un régimen de excepción para facilitar la detención y el procesamiento de presuntos miembros de las bandas. Desde entonces, esta medida ha sido renovada 27 veces por el congreso salvadoreño.
Las cifras oficiales muestran una disminución del 70% en la tasa de homicidios en 2023, en comparación con 2022. El gobierno ha editado el código legal para equiparar formalmente a las asociaciones criminales locales con los grupos terroristas, y una nueva ley ha tipificado como delito el uso de tatuajes, las pintadas callejeras con grafiti y cualquier otra marca que se asemeje a los símbolos usados por las bandas locales.
Sin embargo, Human Rights Watch ha descrito los cambios legales como una política de “podemos detener a quien queramos”, denunciando detenciones basadas en el aspecto físico o el origen social de los detenidos, en llamadas anónimas o incluso en publicaciones en las redes sociales.
Según algunos líderes cristianos, para los pocos que sirven en los ministerios carcelarios, el régimen de excepción ha supuesto tanto una oportunidad como una serie de problemas.
Raúl Orellana, representante de un ministerio regional que ha servido en las prisiones de El Salvador desde 2008, decía que “el gobierno está muy abierto a las iglesias cristianas evangélicas que quieren predicar en las cárceles” y, en cuanto a los privados de libertad, señalaba que “la mayoría de ellos saben que necesitan una transformación física, pero la evangelización puede mostrarles que también necesitan una transformación espiritual”.
Sin embargo,recalcaba que la actual política de mano dura contra las pandillas también dificulta el acceso para las iglesias y los pastores. Orellana recordaba que, hace unos doce años, los evangélicos podían pasar las tardes sentados junto a los reclusos, brindándoles consejos y compartiendo con ellos las Buenas Noticias.
Describe que en muchas prisiones prohiben, por ejemplo, las interacciones cara a cara entre pastores y reclusos. Los cristianos ahora solo pueden dirigirse a grupos de reclusos durante un máximo de una hora. “Entiendo el punto de vista de las autoridades” -afirma Orellena- “Los reclusos tenían el control total y no debería haber sido así. Hoy, las autoridades tienen el control”, afirma.
Por otra parte, señala que relacionarse con miembros de alguna banda implica correr el riesgo de ser detenido y enviado a prisión. Esto, según han mostrado medios internacionales, incluye a ex-miembros de bandas que han cumplido su condena y han vuelto a la vida civil, algunos de los cuales incluso se han convertido al cristianismo.
Kenton Moody, un misionero estadounidense que dirige el centro de rehabilitación para menores Vida Libre, dice: “Mi trabajo con los reclusos y ex-reclusos solía ser peligroso a causa de las bandas. Ahora es peligroso a causa del gobierno […] Pueden meternos en la cárcel en cualquier momento por supuestamente ayudar a las bandas”.
Según Moddy, antes del 2022, en algunas prisiones, varios ministerios predicaban todas las semanas. Hoy, las autoridades penitenciarias permiten la entrada de grupos cristianos una vez a la semana en un horario establecido, con algunas excepciones para eventos evangelísticos.
Por ejemplo, para el Día de la Madre este misionero organizó una gran fiesta en la cárcel de mujeres de Santa Ana. El ministerio ofreció refrescos, pan dulce y ejemplares de la Biblia a 10.000 personas. Aunque las autoridades solo permitieron la asistencia de 2800 mujeres, al final del servicio, 295 levantaron la mano en respuesta a ese llamado a la conversión.
Los entrevistados explican que las iglesias locales temen arriesgarse a tener problemas tanto con las bandas como con el gobierno si ejercen su ministerio en la cárcel. “Los pastores nos dicen ‘qué maravilloso es lo que estáis haciendo’ y ‘que Dios os bendiga’, pero no participan”. A pesar de esto, Orellena y Moody afirman haber visto a Dios obrando en las cárceles salvadoreñas.
En Centroamérica, el aumento de los evangélicos ha superado al de los católicos y, específicamente en El Salvador, casi un tercio (30,9 %) de la población ahora se identifica como evangélica según el Instituto Universitario de Opinión Pública.
El porcentaje de evangélicos es mayor en los estratos más pobres de la sociedad, que son precisamente los mismos estratos de los que salen quienes se unen a las bandas y acaban en el sistema penitenciario, afirmó Stephen Offutt, autor de Blood Entanglements, en una entrevista.
Entre el 50 % y el 70 % de los reclusos de las cárceles salvadoreñas proceden de familias evangélicas según medios internacionales. “Me atrevería a decir que todos los que están en la cárcel han oído hablar de Jesucristo”, dice Orellana, pero añade que el número de verdaderos conversos es probablemente pequeño.
Para los pandilleros, cansados de la violencia, el cristianismo ofrece una vía de escape. “Las bandas le permiten a la gente salir si muestran una conversión real” -dice Offutt- “Los miembros de las bandas que supuestamente se convierten al cristianismo son vigilados porque también hay conversiones falsas y pastores falsos que intentan manipular a las bandas”.
Bajo el régimen de excepción, algunos pandilleros genuinamente convertidos están siendo arrestados de vuelta a prisión. “Un discípulo en prisión puede llevar el evangelio a muchos otros”, dice Lucas Suriano, coordinador para América Latina de Prison Alliance, un ministerio con sede en Carolina del Norte que crea programas de discipulado y distribuye ejemplares de la Biblia y literatura cristiana a reclusos de todo el mundo.
Aunque nadie ve lo que ocurre dentro de prisiones como el Centro de Confinamiento del Terrorismo, el centro de detención de máxima seguridad con capacidad para 40.000 personas que el presidente Bukele inauguró el año pasado, Offutt está seguro de que Dios sigue obrando allí.
“Tenía un amigo pastor cuya casa estaba a la sombra de una prisión en El Salvador. Los domingos por la noche, podíamos oír canciones cristianas procedentes de la prisión” -dice- “La gente intenta dar testimonio del Evangelio de la mejor manera posible. Están encontrando maneras de rendir culto allí; me resultaría inconcebible que no esté ocurriendo”, añade.
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