Una epidemia de sarampión desatada en el denominado Cinturón Bíblico holandés, zona de mayoría calvinista que cruza el país de oeste a este y rechaza las vacunas por motivos religiosos, ha provocado un debate nacional sobre los derechos del menor. O mejor, sobre el derecho del Estado a obligar a los padres a proteger a sus hijos de enfermedades infecciosas evitables.
La cifra oficial de niños afectados asciende a 466, pero el Instituto Nacional de Salud Pública (RIVM en sus siglas en holandés) calcula que puede ser 10 veces mayor. “En esa comunidad, no todo el mundo acude al médico ni alerta a las autoridades sanitarias”, señalan los virólogos, que han puesto en marcha una campaña urgente de inoculación para 6.000 bebés entre 6 y 14 meses. “Es una invitación, porque el calendario de vacunación es voluntario en todo el país. En la práctica, lo sigue más del 95% de la población, así que ahora la ofrecemos allí donde haya menos de un 90% de vacunados”, añaden.
Por eso se sabe que
ha habido dos casos de encefalitis y dos neumonías. Otro pequeño está muy grave, y cinco más, graves. En 1971, la misma visión bíblica favoreció la aparición de una epidemia de poliomielitis que acabó con la vida de cinco menores y dejó con secuelas a otros 44. En 1999 hubo un segundo brote.
VACUNA CONTRA LA “VOLUNTA DIVINA”
La vacuna brindada incluye sarampión, paperas y rubéola —también constatada en la región— y los médicos de cabecera se encargan de animar a los padres a inocular a su prole. La tarea no es fácil. El núcleo duro de los calvinistas holandeses suma unos 600.000 miembros y cuenta con tres escaños en un Parlamento de 150.
Sus creencias (no compartidas por el resto de cristianos protestantes) les llevan a anteponer el “plan de Dios y las pruebas mandadas a sus criaturas”, a la evidencia científica y la responsabilidad del cuidado de los hijos sobre el riesgo y prevención del virus. Algunos reconocen que es la presión social lo que les lleva a no vacunar a sus hijos. Los que abren la puerta al médico si acude a domicilio, actúan con vergüenza y a escondidas para no ser marginados por los suyos.
Consciente de la situación, confirmada por varios médicos, el RIVM se ha asegurado de que sus cartas lleguen a las direcciones particulares. De constatarse efectos secundarios dañinos, los médicos especialistas sí son bienvenidos.
PREOCUPACIÓN DE LAS AUTORIDADES
A la vista de que el pico de la actual epidemia de sarampión aún no ha sido alcanzado, el cruce de reproches entre predicadores y políticos ha adquirido dimensiones insospechadas. Los primeros ofrecen su apoyo pastoral a las familias y advierten, como Wouter Pieters, de que “nada hay por encima de la Biblia”.
“Los servidores públicos pueden hablar en nombre propio, pero el creyente decide por sí mismo bajo la mirada del Señor”. Respondía así al llamamiento de la antigua ministra de Sanidad, Els Borst, liberal de izquierda, a la vacunación.
“No va en contra de Dios. Y si todo es voluntad divina, también lo son las vacunas”, dijo ella. Su postura fue refrendada por el propio primer ministro, Mark Rutte, liberal de derecha, creyente y protestante, que considera imposible “que el Creador quiera que estos niños sufran las consecuencias de una enfermedad peligrosa”. “En este mismo mundo creado por Él hay vacunas”, señaló, en su alocución semanal de los viernes. Edith Schippers, titular de la cartera de Sanidad, y miembro a su vez del partido en el poder, prefirió poner la nota pragmática: “Si bien el sarampión no es inocuo y no vacunar es un error, vivimos en un país libre”.
Con el debate embarrancado, la senadora Heleen Dupuis, otra liberal —casi el único partido que ha intervenido en la discusión— se ha atrevido a pedir que “el Estado proteja a los niños de sus padres”. “Es hora de abrir la discusión sobre la posibilidad de una vacunación obligatoria. También lo es la educación elemental. Otra manera, si se quiere, de forzar la voluntad paterna”, declaró en el informativo nocturno Nieuwsuur.
A partir de aquí, la religión y la ciencia, enfrentadas como nunca, han cedido terreno al principio de la separación de la Iglesia y el Estado. Y las opiniones se han multiplicado. Desde el historiador Hans van der Jagt, estudioso del protestantismo nacional, que ha escrito en el rotativo De Volkskrant lo siguiente: “Los únicos que tienen la respuesta son los creyentes mismos. Pero estamos ante un grupo marginal y egoísta de ortodoxos protestantes […] Van desapareciendo, pero ni Rutte ni la sociedad puede cambiarles”. Al predicador y profesor de teología Arnold Huijgen, que lamenta “la falta de respeto del Estado, con sus constantes intromisiones, por las libertades ciudadanas”. “¿Adónde vamos a llegar?”, se pregunta.
Con la sociedad en vilo por la suerte de los niños enfermos, y el temor a que la epidemia salte al resto del país, el microbiólogo Roel Coutinho, miembro del RIVM, ha sido aún más práctico que la ministra de Sanidad. “Los contrarios a las vacunas tienen muy clara su postura. El calendario de vacunación ha funcionado en Holanda sin problemas (desde su implantación en 1957). El rechazo habría sido mayor de haberse impuesto”, ha hecho saber, mientras preparaba las 6.000 cartas dirigidas a la comunidad calvinista.
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