La historia de Muamba sigue conmocionando a todos los aficionados al fútbol.
Lo que parecía una terrible desgracia para el jugador de 24 años se ha convertido en uno de los testimonios más emotivos vividos en este deporte.
Porque
el joven futbolista inglés, de origen congoleño, hoy se encuentra estable, sonriente y sin rastro de los daños que deberían haber provocado en su cerebro los 78 minutos en los que su corazón estuvo parado y sólo con reanimación cardiopulmonar. Muamba ahora confía en volver pronto al terreno de juego. Los médicos certifican esta posibilidad y no tienen problemas de señalar lo sucedido de “milagro”.
Este pasado fin de semana Muamba concedió la primera entrevista desde el día del desvanecimiento, al periódico The Sun. Ante los periodistas y los fotógrafos presentes se mostró sonriente, rodeado de su familia, pero no tardaron en aparecer en su rostro las lágrimas, mezcla de emoción y sorpresa ante todo lo que ha vivido desde la tarde del 17 de marzo.
“Lo que me pasó fue realmente más que un milagro”, dice Muamba, que es un cristiano evangélico comprometido.
“Estoy comprobando la prueba de la fuerza de la oración. Durante 78 minutos estuve muerto y, aún si sobreviviese, se esperaba que hubiese sufrido daños cerebrales. Pero estoy muy vivo y sentado aquí hablando ahora. Alguien allá arriba me ha estado cuidando. En la mañana del partido oré junto a mi padre pidiéndole a Dios que me protegiese; y Él no me defraudó”, agrega emocionado.
SE SINTIÓ “COMO FUERA DEL CUERPO”
Muamba recuerda en la entrevista cómo vivió los momentos previos al percance. Unos segundos antes de que se produjese el colapso, se sentía “como fuera del cuerpo”, sin ser capaz de distinguir adecuadamente la realidad que le rodeaba. De hecho confiesa que veía doble: “había dos Scott Parker y dos Luka Modric (jugadores de los Spurs) en la distancia. Fue entonces cuando me di cuenta que algo funcionaba muy mal”.
Al revisar las imágenes de televisión del momento crítico, Muamba se emociona. Era el minuto 41 y su equipo, el Bolton, disputaba un importante partido contra el Tottenham. “Recuerdo que corrí arriba para tratar de recibir un pase de Martin Petrov. Poco después me sentí algo mareado, un mareo extraño, como si estuviera corriendo por el interior de cuerpo de otra persona. Es difícil de explicar”, confiesa.
En la siguiente jugada Muamba se desplomó. Todos se dieron cuenta enseguida de la gravedad del percance. “No había nadie cerca de mí cuando empecé a sentir que me caía. Lo último que oí fue a Dedryck Boyata gritándome para que volviese a la defensa”.
“Sentí que me caía al suelo, y luego dos golpes grandes en mi cabeza. Eso fue todo. Después, oscuridad, nada. Estaba muerto”.
El partido se suspendió y todos, desde los aficionados a los jugadores y árbitros, mostraban su impotencia y emoción en el campo. Muamba no reaccionaba a la reanimación y fue rápidamente enviado al hospital.
EL “AFICIONADO” QUE SALVÓ SU VIDA
En el momento en el que Muamba cayó al suelo,
un hombre que estaba viendo el partido saltó al terreno de juego para ayudarle. Se trataba del doctor Andrew Deaner, cardiólogo especialista. Junto a los médicos del equipo efectuaron maniobras de reanimación. Como éstas no daban fruto, Deaner insistió en que fuese trasladado directamente a London Chest Hospital para una atención inmediata.
Muamba dijo a The Sun que
fue “pura casualidad” que el doctor Deaner estuviese entre la multitud ese día. “Le debo todo. Él es la razón por la que ahora soy capaz de tener a mi hijo recién nacido en brazos y continuar con mi vida”.
“Es extraño -continúa Muamba- ver imágenes de lo que pasó ahora, porque en ese momento yo no tenía idea de lo que estaba pasando. Sin embargo, en un montón de fotos veo al doctor que me cuida. No estaría vivo hoy si no hubiera estado allí”.
Después de aplicarle quince descargas eléctricas con el desfibrilador, Muamba “despertó” volviendo a la vida. Habían pasado 78 minutos en parada cardiaca, recibiendo el apoyo externo de la reanimación cardiopulmonart, y en estas condiciones el riesgo de daño en sus órganos vitales era muy alto.
LA ORACIÓN DE SU FAMILIA
Una de las facetas por la que destaca Fabrice Muamba es por su capacidad física. Él mismo reconoce que se encontraba “muy preparado” físicamente para disputar el partido. “Ni siquiera me resfrío”, dice ahora el jugador. Su corazón nunca había fallado hasta el 17 de marzo, y los médicos todavía no saben por qué éste se paró.
Lo que sí recuerda Muamba es que, antes del partido, oró junto a su padre.
“El sábado mi papá me llamó al hotel, y oramos juntos como siempre lo hacemos antes de los partidos. Recuerdo haber pedido la protección de Dios - es algo que hacemos a menudo por teléfono”.
Su padre Marcel Muamba es un trabajador de 45 años de edad. Este hombre, que huyó de la opresión política en Congo en 1994, cuenta ahora cómo le rogó a Dios que salvara a su hijo. “Me llevaron a la unidad de cuidados intensivos directamente desde el campo”, cuenta Marcel. “Estaba muy preocupado pero nuestra fe es muy fuerte y realmente creía que Dios contestaría mi oración. Dentro de la furgoneta me sentí con paz y le dije a Phil Gartside (el presidente del Bolton): 'Fabrice va a estar bien'. Probablemente pensó que estaba loco. Pero, de alguna manera, yo sabía que Fabrice estaría a salvo en manos de Dios”.
Una vez el hospital, Marcel se encerró dentro de un cubículo para orar intensamente. Luego se dirigió a la habitación donde estaba Fabrice. Marcel le susurró al oído a su hijo: “Sé que me estás escuchando. Vas a salir de este hospital por la puerta de delante”. Entonces, cuenta el padre, “le dije a Dios: “Tú eres el que resucitó a Lázaro de entre los muertos. Ahora puedes mostrar tu gloria”.
“En ese momento mucha gente creía que, aún si sobrevivía, Fabrice iba a terminar con daño cerebral y no volvería a ser el mismo - dice Marcel -. Pero yo estaba tranquilo porque había puesto mi confianza en Dios. Y Dios no me ha defraudado”.
El pasado lunes, Muamba abandonó el hospital bajo el beneplácito de unos aún sorprendidos doctores, sin mostrar señales de dolor. Fabrice ahora abraza a su familia. En su pecho ha quedado una gran cicatriz, donde le han implantado un dispositivo electrónico para controlar su evolución e impedir un paro cardiaco definitivo en caso de que su corazón se detenga de nuevo.
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