En Japón, la aparente calma en las calles tapa los temores de una población que no había visto algo igual hasta ahora. Las televisiones, internet y el Gobierno informan sin descanso sobre todo lo que va sucediendo. Dave Skipper, que reside en Tokio, nos explica de forma muy personal su visión del peor desastre natural que se recuerda en el país.
Las cifras hablan, a día de hoy, de 12.000 muertos o desaparecidos y 550.000 desplazados. Es el mayor terremoto en la historia de Japón y la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial, ha reconocido el primer ministro del país. La tercera potencia económica mundial está en shock, intentando prever el impacto que la destrucción tendrá sobre el futuro.
Dave Skipper vive en Tokio, junto a su esposa y su hija. Por email, nos comenta las sensaciones que se respiran en el país. “El pueblo japonés se identifica mucho con su nación, y nos impacta cuán profundamente afectados están muchos japoneses que no han tenido pérdidas o que ni siquiera viven en el país”. La identidad de la gente, cree, está “en su historia, en su unidad y en su éxito”.
Por ello, el efecto del desastre no se limita a los daños visibles.“El país ha quedado sacudido hasta su corazón de una forma muy real, más allá de los físico”, cree Skipper. “Hay mucha tristeza y miedo en todos sitios, y habrá mucha introspección y reconstrucción en los próximos tiempos”.
A LA ESPERA DE LOS PRÓXIMOS ACONTECIMIENTOS
Según nos explica, en los medios y en internet “hay mucha desinformación y especulaciones”, en estos momentos. La información del Gobierno, sin embargo, parece más creíble y se parece mucho a la que la familia Skipper ha ido recibiendo de la embajada británica, país del que proceden.
Reconoce que puede ser “preocupante mirar demasiado las noticias” cuando se habla de riesgo nuclear, así que han decidido “pasar más tiempo leyendo la Biblia, que nos recuerda que estamos en las manos de Dios, y que es el sitio más seguro en el que podemos estar”.
Una opción abierta a los extranjeros sería abandonar el país, aunque de momento no lo contemplan. “Un pastor nos ha dicho: ‘Gracias por quedaros en Japón. Si vuestro gobierno os dice que marchéis, marchad, y entonces orad por nosotros, los que nos quedamos aquí’”, explica Dave. Seguirán al tanto de las recomendaciones de la embajada británica y de la organización misionera a la que pertenecen, pero se reafirman en que como cristianos es “muy importante estar presentes, confortar y animar a otros”.
“Dios nos ha traído a Japón para estar aquí en un momento como este”, añade.
UNA CALMA TENSA
En la capital, se nota la “incertidumbre bajo la apariencia de calma”, nos describe Dave Skipper. Por ejemplo, es imposible encontrar en los supermercados algunos alimentos de larga duración, como la “pasta instantánea”, aunque sí hay suficiente carne y vegetales frescos, explica Skipper. “Las preocupaciones de la gente son sobre todo en cuanto a la especulación de que haya más terremotos o un desastre nuclear”, observa, viendo más realista la preocupación en cuanto a los problemas que puedan surgir con las infraestructuras y la distribución.
Pese al duro impacto del tsunami y el riesgo de contaminación radioactiva, no se han visto muchas escenas de pánico, opina Skipper.
“Los japoneses tienen un sentido de la armonía colectiva que intentan mantener intacta”, aún en situaciones extraordinarias como la de ahora. Esto ha ayudado a mantener el orden y la tranquilidad, aunque en algunos casos haya una cierta tendencia a la “pasividad o falta de iniciativa”.
Los gobernantes, sin embargo, hacen todo para mantener la tranquilidad y animar a los ciudadanos. “Tengo que decir que estoy impresionado con la respuesta del Gobierno”. Skipper cree que han comunicado bien hasta el momento y han tomado buenas medidas y precauciones: “Hacen todo lo que pueden por el bien de la gente aquí”.
CÓMO AYUDAR DESDE EUROPA
Cuando preguntamos sobre cómo podemos ayudar desde la distancia la primera respuesta es: “La oración debería ser lo primero”.
“Seguramente hay más cristianos orando por Japón ahora que en cualquier otro momento en la historia”, reflexiona Skipper.
En segundo lugar, recomienda apoyar económicamente los damnificados. Nos propone hacerlo a través de CRASH (Christian Relief, Assistance, Support and Hope), una organización con la que tanto Dave como su mujer Heidi colaborarán a partir de ahora. La ONG está intentando coordinar las ayudas, que se gestionarán a través de iglesias y entidades cristianas en el país. “Las donaciones, obviamente, son esenciales para esta operación”.
El objetivo es “movilizar a miles de voluntarios en las siguientes semanas y meses para ir y ayudar de formas muy diferentes en las áreas destrozadas”. Para saber más formas en las que ayudar, Skipper recomienda ir directamente a la
página web de la Organización.
UNA VISIÓN MÁS PROFUNDA DEL DESASTRE
Para ellos, de momento, toca esperar. “Ya que el transporte público se ha limitado, hemos cancelado bastantes partes de nuestro ministerio, así que estamos disfrutando muchos tiempos en familia, por el momento”, explica Dave. En la situación de excepción, sin embargo, surgen “oportunidades para contactar con nuevos amigos japoneses, en esta experiencia compartida, en la que intentamos compartir con otros algo de la paz y la esperanza que vienen de Dios”.
Por último, le preguntamos por la facilidad con la que algunos cristianos relacionan los desastres naturales con el castigo divino. Skipper empieza citando Lucas 13:4-5, un texto bíblico en el que
“Jesús rompe explícitamente la conexión entre un desastre físico y el castigo directo de Dios sobre las personas que lo han sufrido”. Cree que hay un peligro real de que algunos cristianos sean “no sólo insensibles sino directamente contrarios al comportamiento de Cristo si describen de forma simplista la situación de Japón como un castigo divino”.
El enfoque correcto ante la tragedia, cree Skipper, debería ser otro.
“Los desastres nos dan oportunidades para que reconozcamos nuestra propia mortalidad y nuestro pecado y la necesidad de reconciliación con Dios a través de Jesús”. La clave está en mantener el equilibrio entre “dos verdades bíblicas”. Por un lado está la realidad de que “sí, los desastres naturales nos recuerdan de la realidad del juicio de Dios”, pero por otro lado, concluye, estas catástrofes son “una oportunidad increíble para que Su gracia, misericordia y paz sean experimentadas, expresadas y recibidas”.
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