Mientras se multiplican las voces que cuestionan que un estado democrático financie ese tipo de discriminación, un comité especial designado por el Ministerio de Transportes debate una solución al conflicto, al que deberá dar respuesta lo antes posible.
REACCIÓN POPULAR
Medio centenar de personalidades israelíes se han unido a las ONG de mujeres para firmar un comunicado que pide la desaparición de los autocares segregados,
destinados en principio a los ultraortodoxos pero que pertenecen a la red de transporte público y, por tanto, pueden ser utilizados por cualquier ciudadano o ciudadana.
"Estamos siendo testigos de un fenómeno complicado:
en las líneas para la población haredí (ultraortodoxa) las mujeres son obligadas a sentarse en la parte trasera del autobús", reza el comunicado, que añade que las que "se niegan a estos requerimientos son víctimas incluso de ataques físicos por parte de los viajeros".
La separación entre hombres y mujeres "es una práctica extremista", que recuerda a la segregación entre blancos y negros en los Estados Unidos de antes de los años 50, afirma el comunicado, dirigido al comité que estudia la cuestión y firmado, entre otros, por los escritores y ganadores del prestigioso Premio Israel Natan Zach, Abraham B. Yehoshua y Haim Guri.
CINCO AÑOS DE EXISTENCIA
Hace cinco años, cuando empezó el fenómeno de los ´autobuses kosher´, el Centro de Israel para la Acción Religiosa (IRAC), que pertenece al judaísmo reformista y defiende la igualdad entre hombres y mujeres, llevó la cuestión ante los tribunales.
Desde entonces,
las líneas segregadas han crecido hasta superar las 90 en todo el país, "muchas de las cuales viajan a localidades que no son residencia exclusiva de ultraortodoxos, como las que comunican las ciudades de Tzfat o Arad con Jerusalén", explica Anat Hofman, directora de la organización.
En ellas, las mujeres deben ir apropiadamente vestidas (con prendas largas y pudorosas) y no pueden sentarse al lado de los hombres por respeto a las normas de "decencia".
"El papel del conductor en estos autobuses es clave", señala Hofman, que explica que si una mujer no se sienta detrás, el chófer la gritará, como poco, ´Jasufa´ (sinvergüenza) y añadirá cosas como: "¡vete atrás, así es como se hace aquí. Y si no te gusta te vas a otro autobús!".
Además de esa humillación para las que no siguen las normas haredí, ocurre a menudo que si no queda sitio en la parte de atrás y hay alguna mujer esperando en la parada, el autocar pasa de largo y no se detiene, sea cual sea la posible creencia religiosa de la pasajera.
DIFÍCIL SOLUCIÓN
En su demanda, el IRAC no pide que desaparezcan las líneas segregadas, aunque exige que "allí donde las haya, haya autobuses normales en igual número, con igual frecuencia e idéntica ruta, para proteger el derecho a las personas que no son ultrarreligiosas y quieran viajar en un vehículo que no segregue a los usuarios según su sexo", explica Hofman.
La oficina del prensa del Ministerio de Transportes admite que existen "líneas segregadas haredí", aunque reduce su número a unas 40, en su mayoría en el centro del país, y recuerda que "el servicio segregado es establecido de forma voluntaria por los pasajeros".
Hofman advierte sobre la ampliación de la segregación en los servicios públicos, y destaca "la reciente apertura en el barrio de Bujara, en Jerusalén, de una oficina de correos con colas y atención diferenciada para hombres y mujeres".
El indispensable apoyo de los partidos ultraortodoxos a la débil coalición de Gobierno hace difícil que el Ejecutivo plante cara a las comunidades religiosas, que exigen cada vez más servicios públicos que cumplan con su estricto código moral.
El poeta israelí Natan Zach condena la segregación "no sólo en los autobuses, sino en todo el judaísmo, incluido en la sinagoga". "Si dejamos que esos iluminados se salgan con la suya la gente que, como yo, cree en la igualdad, no podrá seguir viviendo en este país", declaró.
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