Lo sucedido en Chihuahua en la comunidad mormona, donde fueron asesinados dos miembros de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, después de que encabezaran un movimiento comunitario para oponerse a pagar un rescate que exigían secuestradores, deja una lección de unidad y resistencia civil en las demás comunidades de fe.
La Iglesia Mormona no ha sido ni mucho menos la única que ha sufrido el secuestro de sus feligreses en México. En congregaciones cristianas evangélicas las cosas están peor. No hay estadísticas, pero sí muchas historias de dolor, crueldad e impotencia.
NO SE DENUNCIA POR DESCONFIANZA
Ya se ha hecho común leer en los boletines de las iglesias evangélicas avisos donde se pide orar por equis familia, ya que «están pasando por un momento difícil». En ocasiones por la falta de confianza en las autoridades policiacas y judiciales, los pastores y sus familiares cercanos que han sufrido un secuestro no denuncian los hechos. También el temor a las represalias ha sido un obstáculo para delatar a los autores materiales o intelectuales.
Los afectados han preferido dejar en el anonimato los hechos y sólo un 10% de ellos se ha atrevido a presentarse ante un Ministerio Público para levantar una denuncia de hechos.
EL FACTOR NARCOTRÁFICO
Historias incontables y secretas se conocen sobre todo en el norte y centro del país. En estados como Chihuahua, Nuevo León, Tamaulipas, Sinaloa, Guerrero, Michoacán y Oaxaca las bandas de narcotraficantes han llegado a amenazar a quienes prediquen en contra de ellos.
Una de estas historias la cuenta un líder que se dedica a llevar a cabo eventos para niños. En diciembre del año pasado, la asociación «Bolsa del Samaritano» entregaba regalos para niños de escasos recursos en un poblado ubicado en los límites del
Estado de Michoacán y Guerrero, cuando individuos no identificados a bordo de camionetas último modelo descendieron para advertir a los organizadores que deberían pagar «una cuota» para proseguir con su tarea.
«Nos comentaron que ese tipo de actividades está prohibida en la zona donde ellos mandan… Era gente armada que nos pidió que ya no regresáramos porque íbamos a tener problemas, incluso nos perdonaron la cuota que ellos mismos fijaron que era de 15.000 pesos (unos 1.500 dólares)», confiesa el pastor, quien prefiere omitir su nombre por temor a represalias.
En Sinaloa, pastores de varios municipios saben que hablar en contra de narcotraficantes, o tan sólo mencionar sus nombres en el púlpito, podría costarles la vida, o ser secuestrados por alguna de las bandas que operan en la zona.
Existe temor por parte de los ministros de culto, ya que denunciar las amenazas veladas de los narcos ante la autoridad local o federal puede representar una «desaparición forzada» de ellos, o de alguno de sus familiares.
«Esa gente tiene personas infiltradas en nuestras iglesias y si alguno de los pastores predica en contra de los traficantes son capaces de matar a quien sea y eso lo sabemos los pastores de aquí (Sinaloa)», dice un líder de la Iglesia Apostólica.
LISTA NEGRA QUE CRECE
Estos son
algunos ejemplos de los secuestros recientes que se conocen: El 13 de septiembre del 2005 fue secuestrada Naomi Ost, hija del Director de los Centro de Fe, Esperanza y Amor, cuando iba a la Universidad. El 17 de mayo del año pasado, Adriana Cortés Ramos de 21 años de edad, hija de un pastor adventista, fue secuestrada en Puebla. El pastor y empresario Noé Villegas Trejo fue secuestrado el 23 de julio del año pasado en Tamaulipas. Un mes después fue hallado muerto. El joven de 15 años, Cristian Carbajal, hijo de un pastor evangélico, fue secuestrado durante 75 días en Guerrero. El 24 de septiembre del 2008 lo interceptaron varios sujetos en una camioneta. En octubre del año pasado secuestraron en Tijuana al pastor Manuel Tec Domínguez. El pastor Jesús Arena fue secuestrado este año en el municipio de Cárdenas, Tabasco. Tuvo que pagar un rescate de 300.000 pesos, según cuentan algunas versiones extraoficiales. La mayoría de los delitos siguen en la clandestinidad.
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