Si sube el crudo,
la gasolina sube. Si baja casi siempre se queda igual o sigue subiendo. Es decir, alguien sale continuamente ganando, mientras otros perdemos; y nadie desde los ámbitos legítimos del poder establecido hace que esta situación cambie.
Si la economía va bien
los bancos hacen su agosto. Si va mal, el Estado que somos todos pagamos a los bancos sus
agujeros, que además nos pasan todo tipo de cobros por tener nuestro dinero con el que negocian.
Si
las empresas van mal, despiden a sus empleados, con un panorama más que oscuro, especialmente si tienen más de 50 años. Y si van bien, a lo peor -a pesar de tener enormes beneficios, basta mirar a Telefónica- acaban despidiendo a miles de empleados.
Si los pisos suben, pagamos
préstamos hipotecarios astronómicos. Si bajan por la crisis económica, por supuesto seguiremos pagando lo mismo. Con el añadido de que si no podemos pagar la hipoteca nos quitarán el piso y nos exigirán seguir pagando el préstamo.
Y
los jóvenes, atrapados en un país con futuro sin empleo, sin vivienda digna, incluso con una jubilación que ya se antoja utópica, deben vivir en precario, estudiando o buscando trabajo apoyándose en un soporte familiar que -por todo lo dicho- no hace falta explicar que es una carga que hace tambalear a las familias.
Si alguien no paga a Hacienda le abren un expediente que no cesará hasta abonar el último céntimo de euro. Lo mismo ocurre con cualquier multa de tráfico, contribución municipal, o similar. Pero
si un político es un corrupto se diluirá su responsabilidad en una nube de acusaciones y defensas, de manera que si son escasos los que han sido condenados, no conocemos ninguno que haya devuelto lo que ha robado. Por no meternos en que muchos les siguen votando “porque es de los nuestros”.
Y en esto los partidos políticos sin excepción denuncian la corrupción del de enfrente, pero nunca la del suyo. Y pactan
listas cerradas en las que el votante tiene que tragarse patatas calientes de personas que nunca votaría. Y si salen elegidos fundamentalmente les preocupará quedar bien con quien les puede escoger para incluirlos en la lista de las próximas elecciones; pero no con quienes les han votado.
Dicho sea de paso, el peso proporcional del coste de la crisis aplicado por ejemplo a
los sueldos de los funcionarios es inmensamente mayor que el de los propios políticos, que podían haber hecho un ejercicio de ejemplo y dignidad, máxime teniendo en cuenta que los escaños se ven generalmente llenos de huecos en las sesiones de trabajo de sus señorías. Además, la clase política cuenta con jugosas pensiones aseguradas que contrastan con las que se asoman en el horizonte de la mayoría de los españoles.
De
los grandes partidos en España, el llamado progresista sólo impone un nacional-progresismo para el pueblo pero sin el pueblo (confesiones religiosas incluidas, salvo parcialmente la católica por su peso social y político), y el llamado conservador sigue en gran parte controlado en sus hilos y líneas centrales de actuación y pensamiento por la jerarquía católica y sus fuerzas vivas.
Pasando a otra área
los jueces juzgan en los temas de mayor trascendencia según su signo político (¿se imaginan un médico recetando o pidiendo pruebas según el color político del paciente?), de manera que la Justicia sirve intereses partidarios.
Podríamos seguir con esta lista, pero viendo el panorama,
¿no está el ciudadano atrapado en un sistema que es el menos malo de los sistemas, pero manifiesta, necesaria y urgentemente mejorable?
No es fácil encontrar un camino de solución, pero desde luego seguro que la salida no es el conformismo, la pasividad o la espiritualidad que ora et no labora. ¿Tenemos algo que decir quienes nos consideramos cristianos? Creemos que sí,
Como punto de partida les recomendamos una reflexión autorizada, que recogemos en la noticia-reportaje con la opinión del político y Vicepresidente de la Alianza Evangélica Española, X. Manuel Suárez: El 15M no es un movimiento anti-sistema sino anti-degradación de la democracia.
NOTA: La foto de este Editorial es el momento en que un rayo cayó en la Estatua de la Libertad en Nueva York. El fotógrafo Jay Fine pasó casi dos horas esperando, cámara en mano, y tomó más de 80 fotos antes de que por fin este rayo cayera a las 20:45 del pasado 22 de septiembre sobre la icónica estatua. El fotógrafo dice que estuvo esperando 40 años por esta fotografía. Para tomarla usó una Nikon D300s con un lente de 60mm f/2.8 ajustado de la siguiente forma: apertura F/10, velocidad de obturación: 5 segundos, ISO: 200.
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