De aquellos barros surgieron estos lodos. Un refrán que coincide con aquel otro de que
quien siembra vientos recoge tempestades. Sin duda un hecho incontrovertible. Creemos que esto es especialmente aplicable a las situaciones en las que quien siembra deja sin voz, sin oportunidad siquiera de respuesta, y a menudo aplastado por la maquinaria del sembrador de barro o de viento.
Por ejemplo, la Iglesia católico-romana ejerció un poder
cuasi omnímodo en España (y otros muchos países) desde los Reyes católicos hasta el inicio de la democracia. Había que ser buen católico para ser buen español. La moral era la impuesta como buena desde el dogma católico sin opción ni alternativa a la disidencia, salvo para quienes estuviesen dispuestos a sufrir las represalias del largo brazo de la jerarquía de Roma y sus
ad lateres políticos por acción u omisión.
Al llegar la democracia a España, y surgir con ella la opción a la libertad de pensamiento, la Iglesia católica ha recogido lodos y tempestades. No es justo pero es humano. En parte porque se tiene el miedo –real o no- de que si adquieren de nuevo el poder se retroceda a la situación anterior. Y éste es uno de los estigmas de los que el actual
PP (Partido Popular) debería librarse, desde luego sin negar sus valores políticos que le dan identidad. Sin duda un buen camino ha recorrido últimamente, y en este sentido que un pastor evangélico como Juan José Cortés sea un asesor en materia judicial, o que exista un grupo permanente de discusión con evangélicos del OCI (Observatorio Cívico Independiente) es un paso importante, aunque aún quede un camino por recorrer.
Dicho esto, el problema no está en el catolicismo, sino en el poder ejercido de la manera absoluta antes descrita, y que ahora aplicaremos de manera paralela utilizando el mismo texto antes referido a la Iglesia católico-romana, pero refiriéndonos al
lobby gay.
Así, el lobby gay (una
religión laicista) ejerce un poder
cuasi omnímodo en España (y en otros países) desde el
Partido Socialista (PSOE) y el Gobierno actuales. Hay que ser
homófilo para ser buen ciudadano
(*). Se quiere una moral impuesta como buena desde el
dogma del lobby gay sin opción ni alternativa a la disidencia, salvo para quienes estén dispuestos a sufrir las represalias del largo brazo de la jerarquía del
lobby y sus
ad lateres políticos.
Cuando un día llegue la alternancia al Gobierno y cambie de signo político (algo inevitable y saludable en cualquier democracia), el
lobby gay vivirá las mismas reacciones negativas y dolidas que ahora sufre el catolicismo y que ya se anuncian en los medios contrarios al Gobierno actual, e incluso dentro del mismo PSOE con voz silente.
No vamos cargar toda la culpa al PSOE y al
lobby gay de la falta de diálogo, pero desde luego quien tiene la sartén por el mango es siempre el Gobierno, que es quien impulsa las leyes y busca ciertas complicidades de la oposición, por más o menos dialogante que ésta sea. Y caer en las actitudes de quienes antes se criticaba, gobernando sin escuchar ni tener en cuenta a una gran parte de la población (incluyendo amplios sectores dentro de su propio partido), nunca puede ser positivo.
Aunque existe un vínculo del PSOE con el catolicismo a través de Cristianos socialistas, no hay nada similar con los evangélicos, que en el pasado han sido tradicionales votantes de izquierda por su defensa de la separación Iglesia-Estado. No podemos tener en cuenta en su relación con los protestantes el Grupo socialista de Libertad de Conciencia y Laicidad –con dos evangélicos en el mismo- ya que tiene una actividad menos que simbólica; y las inquietudes reales de los protestantes de a pie no traspasa los muros de la cortesía del Gobierno y del PSOE. Esto, unido a algunas Leyes de carácter moral que entran en clara confrontación con la mayoría de los evangélicos españoles, han hecho que en las últimas encuestas de Protestante Digital sobre la intención de voto se haya girado claramente a la derecha. Quizás también por los pasos dados por el PP -antes mencionados- que curiosamente ha sabido ser más cercano al “pueblo evangélico” que el partido de los trabajadores.
Y para rematar, les preguntamos a los líderes evangélicos o protestantes: ¿estamos construyendo en nuestras iglesias e instituciones desde la imposición y la dictadura o mediante el ejercicio responsable de la autoridad como servicio, unida a un diálogo con los disidentes.
Aclaramos, aunque creemos que queda claro, que el diálogo nunca es relativismo. Al contrario, sirve para definir posturas; pero nunca para silenciar voces, excomulgar a quien piensa diferente, o dividir por decreto la iglesia entre quienes piensan como yo y el resto. Porque cualquier liderazgo que trabaja desde la dictadura o la dictablanda (suaves formas, mismo fondo), al final recogerá los barros y tempestades fruto de su labor.
Terminemos con buen sabor de boca: miremos a Jesús. Pocas personas fueron tan radicales, claras, transgresoras y firmes en sus posturas. Sin embargo, no vemos que jamás dejase de escuchar, dar razones o recibir a nadie (ni siquiera a un traidor como Judas). Tampoco dejó de relacionarse y debatir con todos, como tan bien refleja la comida en casa de Simón el fariseo, escandalizado con Jesús por consentir que una prostituta besase los pies del Maestro (otros se escandalizarían hoy de que comiese en casa de un fariseo). Ricos y pobres, hombres y mujeres, niños y adultos, honrados y usureros, morales rígidos e inmorales. Todos recibieron la misma atención de Jesús.
Y sin embargo, Jesús sufrió mucho más que barros y tempestades. Montañas de violencia y huracanes de odio cayeron sobre su persona. Pero no porque él hubiese sembrado tiranía, sino porque condenó la tiranía que radica en todo corazón humano: el pecado.
Y este ejemplo de Jesús es lo que aquí, en este primer Editorial del nuevo curso queremos intentar seguir, de la misma forma que lo siguen muchos líderes protestantes, que son un estímulo y una enseñanza continua, y a los que estamos agradecidos por conocerles y en muchos casos por colaborar juntos. En “negativo”, condenando la tiranía que el hombre ejerce sobre el hombre, sea por motivos económicos, sociales, políticos o religiosos. Y en “positivo” defendiendo el derecho a exponer las propias ideas de la misma manera que defendemos que se expongan las de quienes no coinciden con nosotros (eso sí, desde el respeto en las formas, algo que intentamos siempre mantener en el contenido de esta publicación).
(*) Para que no haya equívocos, condenamos sin paliativos la homofobia, entendida como el rechazo, maltrato o trato discriminatorio a la persona de orientación homosexual; algo muy distinto a la homofilia como verdad única: tener que defender como única verdad posible que la práctica homosexual es éticamente correcta (de la misma forma que no debería imponerse como verdad única posible que la infidelidad en la pareja heterosexual, o tener o no una determinada religión, es lo éticamente correcto sin que se dé opción a pensar de otra manera y así poder expresarlo con respeto).
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