Y hablando “de ellas” podemos decir que algunas eran más conocidas fuera del entorno evangélico que dentro. Otras a la inversa. Y sin darnos cuenta, mirando en el equipo que trabaja para crear cada día, cada semana, esta publicación, hay un enorme número de “ellas”.
Por orden alfabético de nombre (que es como las conocemos y llamamos):
- Alba Arroyo
- Asun Quintana
- Beatriz Garrido
- Esperanza Suárez
- Eva Sierra
- Febe Jordá
- Irene Pérez
- Isabel Pavón
- Jacqueline Alencar
- Joana Morales
- Julia Jiménez Echenique
- Lidia Martín Torralba
- María Ballesteros
- Mercedes Zardaín
- Nancy R. Clarneau
- Noa Alarcón
- Noemí Mena
- Paloma A.
- Paqui Capa
- Rosa Chatlak
- Rosa Gubianas
- Verónica Rossato
- Yolanda Tamayo
De una forma u otra, de manera más visible o invisible (esto último algo que a las mujeres poco les importa), y siempre con un toque personal, añadiendo a su aportación las cargas de todo tipo que una mujer suele acumular (laboral, hogar, iglesia…). Muchas veces apuradas, otras, nos consta, entre lágrimas o con sufrimiento. Pero siempre fieles. Sin esperar nada a cambio salvo poder aportar su duna de arena.
No podemos imaginarnos esta revista sin ellas. No sería lo mismo. Perderíamos mucho, muchísimo. Y no es que hagamos de menos a los varones (¡ellos también son/somos necesarios!), sino que calcamos el relato de Génesis 1:27: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”.
Sería imposible reflejar como Iglesia la imagen del ideal de Dios los hombres solos (o las mujeres solas). De la misma forma que el Evangelio, si le recortamos la relación y aparición de mujeres en la vida de Jesús, quedaría con vacíos que ustedes mismos pueden repasar. Las Buenas Noticias las dan, las viven, las expresan hombres y mujeres en armonía con Dios. Por eso nos alegramos de ver esta imagen policromada, expresada de manera natural en Protestante Digital.
Y nos gustaría que esta realidad fuese también la de todas las iglesias. No hablamos tanto de cargos o títulos, sino de reconocimiento y apoyo a quien sirve de corazón y vale para lo que hace. Porque a menudo captamos un callado dolor en estas mujeres que aman a Jesús sin poder desarrollar en la iglesia todo su potencial de entrega, de sensibilidad, de inteligencia; como en cambio sí puede hacerlo cualquier hombre.
Se les pide más y se les perdona menos cualquier error, se les reconoce poco su trabajo, se enseña al varón ese versículo bíblico que afirma que es cabeza de la mujer (por cierto, ¿qué haría una cabeza con un cuerpo maltrecho?), pero no ese otro que le ordena que entregue su vida por ella, como Jesús la dio por su Iglesia.
Y cuando se producen estos vacíos imperdonables se pierde que como comunidad cristiana seamos la imagen de Dios en esta tierra, en una sociedad en la que la mujer sigue siendo en general apaleada, anulada, comerciada, traficada, sojuzgada, despreciada, minusvalorada, desplazada. Todos estos términos son formas de violencia física, psicológica o espiritual.
El mensaje de Jesús debe ser la respuesta clara en forma de una alternativa real que dignifique a la mujer, sin trabas, ni machismos encubiertos.
Los hombres cristianos debemos pararnos. La solución depende en parte de nosotros, y la pasividad ante esta situación es un pecado de omisión. Debemos luchar para que nos importen sus ideas, sus opiniones, sus proyectos, sus sentimientos. Como el Jesús resucitado, que en su primer encuentro eligió a una mujer, y lo primero que hizo fue preguntarle por ella: “¡Mujer! ¿por qué lloras?”. ¡Cuántas iglesias, cuántos líderes deberían hacer esta pregunta de corazón, esperando una respuesta y teniendo oídos para escucharla hasta sus últimas consecuencias!
Por eso
nos alegramos inmensamente de que todas estas mujeres estén aquí con nosotros, en esta revista, con voz y peso propio como personas de valía. No porque ellas nos necesiten, sino porque nosotros las necesitamos a ellas, para reflejar juntos, realmente, el verdadero corazón y rostro del Dios vivo, y no de una religión muerta.
A todas ellas, cada cual en su papel, gracias de todo corazón.
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