Habla Juan Simarro en este número de la necesidad de
que las personas en general y los cristianos en especial seamos integrales en nuestra ética, aplicándolo a la defensa de la vida. Luchar contra el aborto, sí, porque acaba con vidas humanas que no llegan a nacer y a la vez por las cicatrices dolorosas que recorren el alma de las mujeres que llegan a esta decisión. Pero a la vez, luchar contra todo aquello que le quita la vida a los ya nacidos, adultos y niños, que viven en la miseria social, sanitaria y alimentaria mientras unos pocos (proporcionalmente) disfrutamos de una vida que –a pesar de la crisis- es un millón de veces más holgada, cómoda y segura que la pesadilla que ellos viven. Es para pensarlo, para digerirlo aguantando las náuseas de tanto derroche y despilfarro en que vivimos en el «primer mundo».
En esa misma línea se desarrolla la acusación que queremos destacar ante sus ojos: el comercio humano. No, esta vez no abordaremos
la trata de mujeres y niñas con fines sexuales (otra lacra de nuestro siglo). Es un comercio en el que usted, su familia o sus mejores amigos pueden haber sido utilizados sin ellos saberlo para sacarles el dinero, en un enorme negocio en el que les anunciaban salud pero en realidad corrían una serie de riegos graves que les ocultaban.
Me refiero a
lo que ha hecho el laboratorio Glaxo, lanzando un antidiabético oral como producto estrella, ocultando un estudio que ellos mismo hicieron antes de vender la medicina. ¿Por qué? porque las conclusiones eran que tenían un mayor riesgo de efectos negativos cardiovasculares que los fármacos similares de la competencia. Lo callaron, lo taparon, porque les estropeaban el negocio ¡Qué más da que pudieran morir o enfermar personas en m,ayor proporción que si tomaban otro antidiabético! Ojos que no ven, corazón que no siente. Y mientras tanto, los bolsillos llenándose del dinero de las víctimas inocentes, desinformadas como sus médicos. El vil metal bien vale una vida en holocausto. Unas cuantas.
No es la primera vez que algo parecido ha ocurrido. Experimentaciones con fármacos en África, sin el conocimiento de quienes eran inconscientes conejillos de India; a veces con resultados terribles. Y otras historias más propias del cine o
thriller de terror que de la vida cotidiana.
¿No es una profunda inmoralidad¿ ¿O acaso porque se trata de ladrones de vidas con guante blanco no merecen la condena por sus hechos? La historia relata además que hubo voces que quisieron levantarse para advertir de lo que estaba ocurriendo, pero fueron acalladas. Expulsadas a favor del bien común de la empresa, del dinero que genera puestos de trabajo y nuevas inversiones. En definitiva, una inmolación al dios
Mammon, el dinero, y en contra de la verdad y la más mínima humanidad.
Y surge, como siempre ante estos hechos y otros de muy distinta índole (pederastia, líderes religiosos tiránicos, negocios en nombre de Dios o del Evangelio, partidos políticos atados a lobbys, a intereses económicos y personales…). ¿Quién controla a los controladores?
Cada vez somos más conscientes de la necesidad de coherencia, de transparencia, de actuar sin sótanos ni cajas fuertes ocultas. Que nuestro sí sea sí y nuestro no sea no. Aunque nos perjudique o no nos convenga en algún momento. Pero a la larga es el mejor y único camino de quien quiere ser íntegro.
Miren a su alrededor. Párense a pensarlo, despacio, con rigor. ¿Es ese su camino? Porque sólo podemos ser parte de la solución o parte del problema.
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