Lo decimos al hilo del
debate en España de los crucifijos en las escuelas públicas. Ni los protestantes en general tenemos especial interés en que se quiten de las escuelas, ni nos parece bien que estén ahí colocados, como si de una especie de “denominación de origen” se tratase; dicho con todos los respetos, porque, aunque el crucifijo no se usa en las iglesias evangélicas (por la imagen clavada) sí es muy común ver la cruz como símbolo distintivo.
Pero
la cruz como símbolo de vida cristiana donde hay que tenerla puesta es precisamente en la vida y en el corazón, no en las paredes. Y la presencia histórica y cultural debe estar en la Historia y la cultura, no imponiendo el uso exclusivo del crucifijo en un monopolio de las paredes de otros, como si fuese la única imagen con la que la sociedad se identifica. Por la misma razón podrían ponerse símbolos ya no sólo de otras religiones, sino políticos, futbolísticos, nacionalistas o artísticos. Vamos, que convertiríamos las paredes de los colegios e institutos en un
collage o en la pared de la habitación de un adolescente.
Dicho esto,
hay otra idea que se ha repetido y que es a nuestro juicio absolutamente demagógica: el crucifijo une. Un símbolo une a quienes lo valoran y por lo que significa.
Y
España no es ya mayoritariamente católica. Fieles católicos auténticos que realmente crean y vivan el catecismo y las normas básicas del Vaticano hay pocos, y culturalmente quedan cada vez menos salvo en bautizos, bodas y entierros.
Por otro lado, y
mucho más importante que el aspecto cuantitativo es el cualitativo. Una mujer, un africano o un gitano no tienen menos derechos por ser minoría. Los creyentes no-católicos tienen por lo tanto los mismos derechos, aunque se les llame minoría. Que por cierto es cada vez menos real porque su número –especialmente evangélicos o protestantes y musulmanes- aumenta cada año en España. No se trata de que se nos respete el vivir en paz en un rincón, aunque es de agradecer; sino que idealmente en un país democrático se debe aspirar a cumplir lo que dice la Constitución: que nadie sea menos (¡ni más!) por sus convicciones religiosas.
Finalmente, hay un punto que aquellos católicos que miran obsesivamente su ombligo no pueden ver.
El crucifijo católico en España no es la cruz en la que Jesús murió. Es el crucifijo que llevaban los inquisidores, el mismo que colgaba de los cuellos de quienes expulsaron al exilio a muchos españoles por el simple hecho de ser judíos, protestantes o ateos. El mismo crucifijo de quienes paseaban bajo palio a un Caudillo que aplastó toda disidencia del nacional-catolicismo en connivencia con los portadores del susodicho palio: fusilamientos, cárcel, marginación, expulsión al extranjero, negación de derechos civiles y humanos... y un largo etcétera.
No hay rencor, sino precisamente la misma Historia en la que se amparan quienes quieren seguir imponiendo el crucifijo. Lo curioso es que tras imponerse tantos siglos a través del uso del crucifijo, quieran seguir manteniéndolo como un sello de su poder y como un símbolo –dicen- de paz, amor y encuentro.
El mejor símbolo de paz y amor sería dejar de imponerse a toda la sociedad. Quizás entonces muchos verían el crucifijo y el catolicismo español de una manera diferente.
Por último, simplemente decir que este no es un discurso ni laicista anticatólico, ni que quiera relegar a la fe a la vida íntima. Nadie está más en contra de echar a la fe del foro público que nosotros. Pero precisamente que la(s) fe(s) esté(n) en el foro público implica que se haga desde la convivencia de iguales en respeto. Entre quienes creen y con quienes no creen. Triste catolicismo es el que depende de colgar una imagen en una pared para influenciar y estar presente en la sociedad. Una pared que, además, es de todos.
Y ahora, si tienen el poder para imponerlo, que sigan con sus crucifijos en las paredes que no son suyas, sino de todo el pueblo. No vamos a vivir ni menos felices, ni menos tranquilos. Y tampoco meteremos a todos los católicos en el mismo saco. Gracias a Dios, los hay que en nada se parecen a la
cofradía del ombligo, y que tienen y merecen todos nuestros respetos, incluyendo los crucifijos en sus parroquias, casas, escuelas privadas y actos religiosos.
MULTIMEDIA
- NOTICIA:
«Libertad religiosa: minaretes y crucifijos», Comunicado de la Alianza Evangélica Española
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