Esto hacía que Franco apareciese siempre vitoreado en sus arengas públicas, o pescando unos salmones enormes (que -según dicen- en la senectud del Caudillo eran colocados por un buzo, que lo “enganchaba” al anzuelo del Generalísimo).
Así, toda la realidad que se plasmaba en la prensa, los
No-Dos y medios de comunicación en general y particular eran controlados, vigilados y encorsetados por el gobierno del nacional-catolicismo. Bien lo sabemos los protestantes españoles, que sólo desde Tánger comenzamos a tener un medio propio de expresión. de la mano de Juan Antonio Monroy.
Sin duda la libertad de expresión tiene sus riesgos. Uno de ellos es que el contenido de los medios se puede distorsionar, falsear, sesgar, manipular, o mentir acerca de lo que se expresa. También decir la verdad que otros muchos no quieren o no se atreven a decir.
Esto lleva a dos cuestiones.
La primera, que la libertad de autocontrol de un medio –como en la democracia- es el mejor seguro para que el propio medio “navegue” de forma lo más transparente posible. Esto significa, entre otros muchos aspectos, que quienes colaboren en el medio deben representar muy diferentes sectores de opinión, a ser posible con el máximo de representación en su conjunto. Esto se logra fundamentalmente con colaboradores fijos (columnistas) y ocasionales, que con su perspectiva apoyan o cuestionan lo que el propio medio publica y lo que ocurre a su alrededor. Lo ideal es que esta opinión intente ser objetiva, constructiva, y si es crítica consulte a todas las fuentes. Y, desde luego, que nadie controle o dirija lo que los colaboradores dicen o cómo lo dicen.
Y por supuesto, parte de este autocontrol son las opciones a réplica por alusiones personales o institucionales, la referencia a los documentos completos que se citen, y una sección de Cartas de los lectores que -sin renunciar al necesario respeto- permita la diversidad de posturas.
La segunda cuestión es que la credibilidad del medio depende de esta pluralidad. ¿Se imaginan un medio que sólo da información de sus amigos y de aquello que le conviene o interesa, o que silencia todas las voces discrepantes? Sin duda, como el
No-Do de Franco, sería bastante poco creíble.
Y lo peor, si es que alguien desease o pretendiese que los medios de comunicación actuasen de esta forma, es que estamos ante pequeños o grandes dictadores. Y todo dictador –político, religioso, lobby social o ideológico- es un tremendo peligro en potencia.
Nosotros, definitivamente, preferimos alinearnos con la libertad de expresión. Con todos sus riesgos, pero con sus más que necesarias e indispensables ventajas.
Como decía el psiquiatra Erich Fromm en su libro “El miedo a la libertad” el temor a ser realmente libres es una de las cadenas que más atenazan al ser humano. Y como consecuencia a las instituciones que forman. Pero, como también dijo alguien, “la verdad os hará libres”. Atrevámonos a buscar su senda por en medio de las montañas de las medias verdades, los intereses, los grupos de poder y de nosotros mismos.
Eso hizo Jesús. Claro que por este motivo fue crucificado, así que tampoco se extrañe quien por buscar, vivir y expresar la verdad se vea clavado a un par de maderos (o de correos electrónicos, para ser más modernos). Pero la realidad es que esa defensa de la verdad por parte de Jesús es lo que hizo que las “buenas noticias” (es lo que significa “Evangelio”) llegasen nítidas y con poder a todos los rincones del mundo y de los tiempos.
Y encima –dice este mismo medio de comunicación llamado Evangelio- resucitó. Menudo asombro para los “controladores” del poder: liberales saduceos, religiosos fariseos y políticos romanos y judíos de su tiempo.
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