Muchas historias inexplicables yacen en la trastienda (¿de dónde sacan tiempo César Vidal o Juan Antonio Monroy para escribir su columna semanal -dos en el caso de Monroy- en medio de una vorágine de actividad?). Pero en especial, debemos reseñar que hay ahora mismo quienes escriben sus líneas desde dentro del dolor y la enfermedad (Luis Ruiz, Manuel de León), o en medio de una mudanza (dicen que supone una crisis equivalente a un divorcio, y la sufren –la mudanza, no el divorcio- Antonio Cruz y Daniel Jándula).
Y así seguiríamos uno a uno, con los nombres y apellidos de nuestros queridos compañeros de viaje periodístico, pero la extensión sería la de un libro, que quizás un día nos animemos a escribir: cada nombre, un capítulo.
Pero hoy queremos manifestar y resaltar la persona de José de Segovia.
Además de la enorme calidad y profundidad de sus escritos (en nada reñidos, al contrario, con la amenidad de los mismos), realiza un enorme esfuerzo cada martes, que se ha visto acrecentado estas semanas últimas por la enfermedad y fallecimiento de su padre. Porque le conocemos, nos consta que su pérdida ha supuesto para él una dentellada cruel de la vida más allá de los sentimientos, en un vacío que no sólo es irreparable, sino también un seísmo existencial que le llevó a quebrar continuamente la voz en el mensaje que dio durante el acto celebrado el día del entierro, en la capilla de la M30 de Madrid. Una predicación sobre el cielo, la vida eterna y nuestra fe que jamás olvidaremos en lo humano y en lo espiritual.
Porque José es tremendamente humano en su erudición e inteligencia prodigiosas, un genio humilde porque es consciente de ser barro moldeado y sostenido en las manos de Dios.
Esta semana, además, como casi siempre nos ha impresionado su artículo de la columna mARTES, que casi pondríamos como Editorial:
El Holocausto, en el `Camino del cielo´.
EL `CAMINO DEL CIELO´
Nos limitaremos a entresacar algunas de su ideas, que expone a lo largo de la crítica-análisis que hace a una obra de Juan Mayorga, que “
se desarrolla en 1942, en pleno proceso de exterminio judío en la Alemania nazi. Himmelweg (Camino del cielo) es para este dramaturgo, sin embargo algo más que una obra histórica, ya que aunque trata de un asunto tan concreto como el Holocausto, es una indagación en algo tan importante como el problema de la verdad. De hecho, se refiere a “la actualidad, independientemente de que sea una ficción en torno a un acontecimiento localizable en el tiempo” (dice el propio Mayorga).
Himmelweg presenta a un trabajador de la
Cruz Roja que quiere ayudar a la gente. Delegado como observador neutral, entra en un campo de concentración, y aunque siente que algo extrañó está ocurriendo allí, da un informe positivo sobre lo que ha visto. La clave está en torno a una rampa, que tiene al final una especie de hangar. A él le dicen que eso es la enfermería, pero los judíos lo llaman el
Camino del cielo, porque de allí nadie vuelve.
Si se hubiese atrevido a subir por esa rampa, y abrir esa puerta, se hubiera dado cuenta de la gran mentira que ocultaban los nazis.
Mayorga se identifica con ese personaje, que quiere ayudar, pero no se atreve a abrir puertas. Confía en lo que le dicen y en lo que le muestran. Por eso no descubre que el camino del cielo es un camino al infierno.
El personaje de esta obra está en una permanente encrucijada. “Habla de un hombre que se parece a casi toda la gente que conozco”, dice Mayorga. Es alguien “que tiene una sincera voluntad de ayudar; un hombre que quiere ser solidario; al que espanta el dolor ajeno”. Y “sin embargo, también como casi toda la gente que conozco, ese hombre no es lo bastante fuerte para ver con sus propios ojos y nombrar con sus propias palabras”. Ya que”se conforma con las imágenes que otros le dan”.
Esta obra es un texto mayor, que constituye toda una indagación sobre la maldad, que comienza con una implacable y acongojada confesión, pero concluye con un sobrecogedor viaje hacia la muerte. Cuando el protagonista vuelve a aquel escenario de iniquidad…
SEGUIMOS…
Aquí paramos las transcripciones de su texto. Además, seguro que van a leer su
artículo. Nosotros no hemos podido dejar de devorarlo con los ojos y el alma.
Y prometernos, con la ayuda de Dios, de no limitarnos a “mirar sin ver”, sino a atrevernos a buscar la verdad y seguirla. Le guste a quien le guste, y nos cueste lo que nos cueste… sea para rectificar o para mantenernos en nuestras tesis. Lo que no queremos es caer en abandonar la lucha, ceder en el halago, rendirnos a lo cómodo o callarnos ante quien nos quiere comprar o presionar… y de todas esas tentaciones hemos tenido, tenemos y tendremos.
Porque al fin y al cabo, tenemos que saber discernir qué camino apoyamos por acción u omisión, el del cielo o el del infierno, y no debemos dejarnos engañar por los carteles o títulos, sino llegar al fondo de las cosas.
Por cierto, hablando de llegar al fondo. La última obra de José de Segovia yace desde hace años en el fondo de un cajón olvidado de las “publicaciones pendientes” del Consejo Evangélico de Madrid, en una especie de “Alzheimer editorial” con esta publicación, que en teoría está aceptada y siempre pendiente –como Godot- de aparecer. Por el bien de todos, y más en estos momentos, sería una gran alegría que este libro de De Segovia viese la luz. A lo mejor (esperamos) este pequeño empujón ayuda a que así sea (es decir ¡Amén!).
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