Sucedáneos

En este sentido, el reciente acuerdo del Vaticano y el Consejo Mundial de Iglesias abre la posibilidad de una cuestión trascendente: ¿debemos renunciar a la exposición de nuestras ideas, por el simple hecho de que quien nos escucha esté bautizado en una u otra Iglesia o sea creyente de alguna manera en Dios?

Si aceptamos que es el sacramento o la pertenencia a una Iglesia o religión lo que salva de la eternidad sin Dios, lo que llena el alma del ser humano, sería absolutamente correcto.

También si se piensa que de una u otra manera el mensaje de Dios está contenido de alguna forma en las diversas creencias (cristianas o no cristianas). Dejémoslo estar, sería la conclusión, ya que como dice el acuerdo debemos tener cuidado con `la obsesión por la conversión´.

Pero el mensaje liberador de las prisiones espirituales presentes y futuras dependen sólo de una persona, Jesús, afirma la Biblia.

Y cualquier iglesia cristiana (incluida la protestante) debe decir -si es sincera- que “no son todos los que están”. Por lo que ¡bienvenida sea la obsesión por la conversión!

Porque es bueno que nos conviertan del sistema de un mundo lleno de sucedáneos al Reino de valores de Jesús. Porque muchos cristianos culturales sólo han experimentado el barniz del poder de Dios, o lo han abandonado dejando vacío su interior. Porque el dejar de anunciar lo que creemos, aceptando cualquier forma de cristianismo, es un cristianismo sin Cristo.

Porque debemos ir por todo el mundo anunciando el Evangelio y haciendo discípulos en todas las naciones. Evidentemente con tacto y respeto, pero sin ningún otro factor alguno a taner en cuenta.

Se ve venir que llegará el momento en que sea políticamente correcto que todas las religiones callen, “respetando” las creencias de los demás, porque nadie tiene derecho a decir que posee o conoce la verdad. Ni siquiera a decir que alguien políticamente incorrecto como fue Jesús afirmó “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por mí”.