El insulto como diálogo

Cuando surge un debate y el tema se caldea la temperatura de quienes intervienen sube progresivamente. En ocasiones, parece más una sauna que una mesa de encuentro. Hasta ahí, es aceptable y humano. Lo vivimos a diario en las cartas de nuestros lectores.

Lo que no es admisible es permitir convertir el insulto o la descalificación gratuita en argumento. Y también lo vivimos (entre otros lugares) en las mencionadas cartas de nuestros lectores.

Por ejemplo, si alguien se equivoca (incluso si no dice lo que el otro entiende por verdad) no tiene por qué ser un mentiroso. Basta con decir –decirle- el terrible error que comete a juicio de quien le responde.

O si se contesta a quien se considera descalificado por sus ideas, es suficiente con expresar que quien defiende esa idea a la vez practica o expresa otra incompatible. No es, necesariamente, un fariseo.

Y así seguiríamos tratando términos que tenemos que quitar por alusiones personales en las cartas, y que son de uso común en el lenguaje político actual: cobarde, prepotente, orgulloso, hipócrita, comprado, imbécil, tonto, incompetente… todas ellas palabras que a menudo se usan para defender los propios argumentos. No faltará quien diga que es definir al contrario, pero es un concepto de definición bastante inapropiado. O quien alegue que Jesús utilizó este lenguaje en ocasiones con sus enemigos espirituales, aunque hay que decir que esto iba unido a ser capaz de morir por ellos: que se mire a sí mismo quien haga esta comparación.

Y esto no es cuestión de categorías intelectuales. Ni la más inteligente, influyente o conocida de las personas está libre de esta tendencia. Lo cual, tristemente, debemos condenar y lamentar desde este Editorial.

No nos caracterizamos por paños calientes, que nunca hemos aplicado a ningún partido político, ideología o confesión (ni siquiera la evangélica o protestante).

Pero, en lo que somos conscientes, nunca hemos insultado o descalificado personalmente a nadie. Tampoco ahora lo hacemos, pero sí queremos dejar absolutamente claro que nos desmarcamos y condenamos actitudes como las mencionadas, vengan de quien vengan. Y lo hacemos sin necesidad de insultar. No es tan difícil, ¿verdad?