Integridad

Lo que parece un fracaso lo interpretamos como un éxito. Necesitamos más creyentes como ella. No por su crisis –que a nadie deseamos, y que comprendemos perfectamente- sino por su integridad.

Necesitamos personas que digan lo que piensan, que actúen en consecuencia a su realidad. Que sean humanas, pero, sobre todo, que sean íntegras. Y la integridad no es siempre ser un triunfador todopoderoso, o un perfecto ejemplo de corrección (casi diríamos lo contrario).

No nos asustan las debilidades personales, los errores, los pequeños y grandes fracasos. Ni en nosotros ni en los que nos rodean. Nos asusta el engaño a medias, el predicar a Jesús pero estarlo utilizando para otros fines propios interesados. El defender la verdad pero permitir la mentira, el abuso, la deshonestidad.

En cambio nos animan muchas personas cristianas que –como Julia- quieren ser consecuentes, que ante sus flaquezas son realistas, sin perder la fe en Jesús. Que ante la incoherencia eligen el camino de la rectitud ética. Que si no pueden vivir algo, lo reconocen y se alejan hasta aprender las lecciones (¡tan duras a veces!) que nos pone la vida delante sin opción alguna a dejarlas a un lado.

Necesitamos menos grandes predicadores de la prosperidad y del éxito desde balcones de marfil, y más predicadoras consecuentes de nuestra realidad y humanidad en Jesús.

Porque tarde o temprano Julia Nicholson –estamos seguros- perdonará y hallará la paz en su corazón. Y entonces, vuelva o no al púlpito, podrá decir: sed imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo. Algo que, en cambio, no podrán decir muchas personas que ocupan y ocuparán posiciones de preeminencia, pero que no han sido íntegras y seguirán enseñando correctamente lo que no creen ni practican.

Dijo Dios a Moisés: “Yo soy el que soy”. Integridad absoluta, sin fisuras ni dobleces. Que, a nuestro nivel, podamos imitarle en nuestra pobre humanidad caída. Hallaremos descanso y paz, mucha paz en medio de los conflictos.