Hello, Dios al aparato

Dejando a un lado que el teléfono de Dios podría llegar a estar comunicando (situación más que curiosa), se plantean otros interrogantes: ¿Es Dios más receptivo a la oración que se hace a través del hilo telefónico que al clamor directo de un corazón necesitado? Si usted contesta sí, aquí ha terminado este diálogo virtual (más bien monólogo a dúo).

Suponiendo que usted piense que Dios se conmueve igual (o más) ante la expresión genuina que brota de la persona que clama a él ¿podría tener otro sentido el “contestador espiritual”? ¿Quizás la facilidad de que sirva para acceder a través de él a personas a las que no se podría alcanzar de otra forma? En este caso, entendemos que es mejor un “teléfono de la esperanza” que usar la triquiñuela de Dios como justificación artificial para contactar con la gente.

Por último, la gran pregunta sería ¿no deberían estar los creyentes cerca de las personas, de sus amigos, de sus compañeros de trabajo, de los próximos que se cruzan en el camino? Posiblemente esto sería una forma menos artificial y más humana (Jesús fue tan humano como divino) de relacionarnos con quienes nos rodean; en vez de esperar que llamen al contestador de Dios para luego responderles nosotros.

Y es que lo que falta a raudales en la iglesia, en los creyentes, y en la misma sociedad es la naturalidad sin máscaras, trampa ni cartón. No hay estilos ni técnicas especiales para amar o llevar el Evangelio, salvo las que surjan de un corazón sincero, conscientes de Dios y de nuestra propia humanidad.

Por eso asistimos entusiasmados a la iniciativa de la Alianza Evangélica Española de crear un grupo de Participación en la Vida Pública. No porque se cree una técnica especial, sino porque nos acercaremos también (sin dejar otras áreas) a quienes son los interlocutores sociales: políticos, instituciones, arte…

Esta es la gran necesidad del ser humano actual: la cercanía y la naturalidad que permitan hacer creíble a la persona. De teorías y filosofías ya estamos todos hartos.

No en vano Jesús fue la Palabra hecha carne, para que entendiésemos la letra hecha viva en su propia cercanía; de tal forma que pudo decir “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”.

Pero no pongamos contestadores automáticos de Dios… ¡por favor! Ni en las iglesias, ni en las relaciones personales.