El fundamentalismo laico pretende relegar la expresión de la fe a la intimidad (y mazmorra) de lo personal, sin ninguna posibilidad de dimensión pública moral o religiosa. En cambio, los nacional cristianismos (o nacional judaísmos, o nacional hinduismos, o nacional islamismos...) tienen como fin imponer sus creencias y conducta al conjunto de la ciudadanía, tildando todo lo que no es su ideología política de enemigo de la espiritualidad (el franquismo es un buen ejemplo en España, mejor que mil palabras).
En el caso de los nacional cristianismos, éstos pueden ser tanto católicos como protestantes (aunque siendo justos creemos que se dan bastante más en el primer grupo que en el segundo, dada su jerarquía piramidal y su sentido de obediencia al dogma institucional antes que a la conciencia individual).
Pretenden los nacional cristianismos lograr una sociedad mejor como fruto de una moral superior impuesta: sea en forma de enseñanza religiosa, golpes legislativos, costumbres inmutables, o normas de presión social. No caen en que este mismo sistema es el utilizado en los países árabes que aplican un fundamentalismo islámico. Todo vale con tal de vencer con los propios principios. Convencer queda en un segundo lugar.
Y que conste que en ningún caso proponemos un relativismo o indefinición (que es también en sí mismo un gran peligro). En esta publicación, junto con la Alianza Evangélica Española (con quien nos identificamos al cien por cien) hemos ratificado posturas muy concretas en diversos temas de máxima actualidad. Pero nunca se ha impuesto (tampoco se podría imponer) una norma universal obligatoria. Sólo hemos definido nuestra absoluta convicción personal.
Viene toda esta reflexión al hilo de nuestra andadura en Periodista Digital, ese medio con más de 2 millones de visitas mensuales que ha tenido a bien invitarnos generosamente a disponer de una sección (“Protestantes”) que nos ha abierto los ojos al poder leer las respuestas de quienes desean libremente opinar, y entre quienes predomina esta línea del nacionalismo religioso.
Este grupo de “nacional cristianos” ponen la política muy por encima de la fe: hay que ser de una derecha más bien radical para ser buenos cristianos (el resto son “progres” y por lo que se ve indeseables).
Y nos parece esto una auténtica barbaridad. Se puede ser un buen cristiano siendo de derechas o de izquierdas, siempre que la política quede en un lugar secundario ante la fe. Pero hay grandes demagogos: ser de izquierdas es defender el aborto libre y el matrimonio gay (cuando podría responderse, en la misma demagogia, que ser de derechas es defender el capitalismo feroz o el asesinato de niños en Irak). Y toda demagogia es una verdad a medias: la peor de las mentiras.
No defendemos ninguna postura política, ni tampoco estamos en contra de ninguna, siempre que respete la democracia y la libertad de conciencia. Es legítimo y moral ser de derechas o de izquierdas (o no tener posición política definida) siempre que se tenga bien claro que la conciencia y su libertad tienen como única y última referencia personal a Dios y su Palabra.
Lo que sí condenamos son estos nacional cristianismos (de la misma e igual manera que el fundamentalismo laicista) que pretenden encerrar a Dios en una determinada línea política, y sobre todo en una forma de imponer lo correcto (sea acertado o no) a toda la sociedad en su conjunto.
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