Convivencia y comunión

En el campo social y teológico, se quiere imponer que quien no tiene comunión con el que es diferente es incapaz de convivir, un intolerante, vaya. Consecuencia: la sociedad (o la iglesia) debe permitirlo todo. Nada (o todo) ni es igual ni es lo mismo.
Y es imposible (debe serlo) tener esa unión común con quien piensa muy distinto en cuestiones esenciales. Por alguna razón hay partidos políticos alrededor de la misma Constitución, o iglesias o confesiones diferentes con el mismo Libro sagrado en el punto central.
En el campo político estamos asistiendo a lo opuesto. Se quiere imponer la comunión para convivir. En San Nicolás (México) para convivir hay que ser católico. O comunión o no hay convivencia: expulsión.
Y Chávez, sin argumentos legales, impone lo mismo: o comunión conmigo o no se puede convivir en Venezuela. Eso en los tiempos de Franco se llamaba dictadura.
Jesús pidió comunión con su persona de una forma radical: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos, separados de mí nada podéis hacer”. La comunión es esencial para la vida espiritual.
Pero a la vez Jesús convivió con quienes nada tenían en común con él: recaudadores de impuestos, prostitutas, romanos (¡el imperialismo!), traidores, discípulos, amigos, simpatizantes, fariseos y autoridades. Un ejemplo de convivencia. No sólo no echó a ninguno de la tierra natural, por muy alejados que estuviesen de la espiritual, sino que comía y bebía con ellos.
Curiosamente, el único caso de expulsión fue la famosa escena del látigo y los mercaderes. Con aquellos que aunque convivían alrededor de sus negocios quisieron ofrecer por dinero una falsa comunión (haciendo en el fondo un negocio –poder, dinero- de lo religioso).
Así que, quitando a aquellos que quieren vivir haciendo negocio de la falsa comunión, convivamos en paz, y mantengamos la unión común con quienes realmente exista.
Convivamos, aunque no exista comunión; y tengamos comunión auténtica. Lo demás, sobra.