Mismas palabras, distinto concepto

Por ejemplo, los católicos afirman que Jesús salva al ser humano. Pero en el fondo quieren decir que lo hace a través de la “madre Iglesia” (con sus sacramentos, dogmas y jerarquía) convirtiéndose en una auténtica administradora –con ventanilla incluida- por la que deben pasar todos aquellos que quieren una relación con el “Jesús católico” que ha creado el Vaticano. Algo muy alejado de la fe con una relación directa, personal, sin intermediario alguno, entre Jesús y el corazón de la persona.

Pero como decíamos, algo parecido está surgiendo en el seno del protestantismo. En una reciente encuesta en Protestante Digital, más del 90% de los que respondieron estaban de acuerdo en que la Biblia –según el principio protestante- es la referencia de fe y conducta.

Sin embargo, con la misma Biblia y principio se establecen en la práctica enormes diferencias (lo que también se ve en algunas de las encuestas, en las que contesta el mismo grupo de personas). Y no hablamos de estilo de culto o de gobierno de la iglesia. Hablamos de la forma de interpretar la Biblia y como consecuencia de la práctica cristiana en aspectos fundamentales.

Dejamos fundamentalismos literalistas aparte (de los que evidentemente nos alejamos) y aceptamos los principios de interpretación históricos y gramaticales: la Biblia es la revelación de Dios al hombre hablando en cada tiempo a través de seres humanos con su personalidad, dentro de su tiempo (de su historia, de su idioma, de su cultura, de su estilo de escribir y entender el mundo y a Dios).

Por esto, aunque toda la Biblia es la Palabra de Dios, hay que saber entender e interpretar lo que realmente quiere decir. Esto es lo que permite la pluralidad en lo no esencial dentro del protestantismo, así como los cambios consensuados que con el tiempo se van produciendo en aspectos determinados del contenido de la Biblia.

Pero la gran clave –en el fondo- es si la Biblia se interpreta a la luz de las corrientes sociales y culturales; o si es a la inversa ¿Es también la Biblia la máxima autoridad a la hora de interpretarla, viendo el conjunto de su enseñanza como divinamente inspirado? O es al revés: la Biblia necesita de lo que la sociedad va opinando a la luz de su experiencia y conocimientos para ser interpretada adecuadamente.

Las mismas palabras, pero distintos conceptos.

En tono de humor, hay un relato de un sabio que tras quitarle una pata a una araña, le dice: “Araña, ¡camina!”. Y la pobre araña sale corriendo, asustada. Le arranca otra pata, y otra, y otra, con la misma frase y la misma reacción de la cada vez más aterrada araña. Finalmente, el sabio le arranca la última pata. “¡Camina!”, repite. Y la araña se queda inmóvil.

El investigador escribe con entusiasmo y convicción en su bloc de notas: “Cuando a un arácnido se le arranca la última de sus patas, queda completamente sordo”.

Estamos ante un mundo que piensa que la Biblia se ha quedado muda, y que es el hombre quien debe hablar, sin tener para nada en cuenta a Dios; salvo para darle la razón a sus propias convicciones humanas.