El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El Museo de Historia de Barcelona recoge la confrontación Reforma-Contrarreforma entre los s. XVI a XVIII a través de una exposición de grabados con motivo del 500 aniversario del nacimiento del protestantismo.
Decía C.S. Lewis, en su recopilación de ensayos El diablo propone un brindis, que “la realidad es iconoclasta”. Y es que la importancia de la imagen no es un invento del presente, ni tampoco un fruto de la cada vez más marcada presión audiovisual sobre la sociedad actual, que tan lejos le queda a Lewis.
Precisamente, la información en formato visual toma impulso en Europa con la Reforma protestante. Por este motivo, y conmemorando el 500 aniversario de este acontecimiento, el Museo de Historia de Barcelona ha organizado la exposición “Imatges per creure” (“Imágenes para creer”), de grabados y libros que reflejan este capítulo del continente entre los siglos XVI y XViII.
“El grabado era la forma en la que la gente llegaba a conocer los hechos, la historia y los personajes”, explica el comisario de la exposición y propietario de 156 de los 260 elementos incluidos en la muestra, algunos provenientes de Alemania, Francia y Suiza, Antoni Gelonch.
“Nos pareció que, en los países donde la Reforma no había triunfado, éste también era un tema a destacar, por tanto queríamos hacer una visión desde el sur de Europa, ya que normalmente estas reflexiones se hacen desde el norte”, señala Gelonch.
El itinerario de la muestra se estructura en cinco ámbitos. El primero, “La fe grabada”, destaca algunos elementos previos al estallido de la Reforma y fruto de la aparición de la imprenta, como por ejemplo un gran tomo de caligrafía alargada que es, nada más y nada menos, un facsímil de la Biblia de Gutenberg.
El segundo apartado corresponde a “Tiempos de Reforma” y recoge grabados de hombres corpulentos, de mirada seria y de aspecto severo. Son los protagonistas del conflicto que cambiará la visión del cristianismo en Europa, y posteriormente en el mundo. “Es difícil encontrar un retrato de Lutero”, dice Gelonch frente al plafón que contiene las obras con los rostros del teólogo alemán, de Zwinglio y de Calvino.
También aparece Erasmo de Rotterdam, cabizbajo, a quien se destaca en la exposición por su actitud crítica hacia los poderes eclesiales pero incapaz de unirse a la ruptura que emprenden otros actores del momento. “Pretendemos dar una visión muy transversal pero al mismo tiempo cuidadosa a nivel histórico sobre cuáles son los hechos y su repercusión. No es una exposición que defiende ni al catolicismo ni al protestantismo”, remarca Gelonch.
Y el mismo Erasmo es la muestra de la confrontación, tal como se puede observar en otro retrato suyo que aparece garabateado más adelante, siguiendo el recorrido.
“Enseñar a creer”, como se titula el tercer bloque, contiene toda la esencia de la guerra de propaganda en la que se enzarzan católicos y protestantes con el objetivo de expandir su visión del cristianismo. Una lucha en la que la imagen se convierte en un vehículo fundamental para transmitir ideas.
De ahí que, tal como apunta Gelonch, los acontecimientos no se conciban solamente como una revolución teológica sino también como una revolución tecnológica. Las personas que visiten la exposición se encontrarán ante la misma batalla propagandística que protagonizaron franquistas y republicanos en la Guerra Civil española, los nazis y los aliados en la Segunda Guerra Mundial y Estados Unidos y la URSS durante la Guerra Fría. Solo que en lugar de misiles y soldados, la dialéctica se concentra en seres celestiales y demonios.
Los maestros del grabado afines al protestantismo, como Dürer o Gerung, comienzan a dibujar a los diferentes papas de la época como si fuesen demonios, máquinas o incluso monstruos deformes de tres cabezas. En esta lucha icónica la Reforma parte con ventaja, pero la reacción católica no se hace esperar demasiado. Y, recordemos, que es un momento de guerra, lo hace con la misma rabia y desenfreno.
Así pues, en la exposición también se puede ver una caricatura de la cabeza de Lutero como si fuese una gaita soplada por un diablo, o también una figura que representa la furia asesinando una especia de gusano en cuya extremidad están las cabezas de Lutero, Calvino y de Théodore de Bèze.
“Es la primera vez que se utiliza la imagen como elemento de propaganda y de confrontación con el contrario. Al principio ganan los protestantes y después el barroco y el neoclasicismo católicos presentan un arte muy interesante, explica el comisario de la muestra, Antoni Gelonch.
En este tercer ámbito, además de los protagonistas del momento, también se plasman algunos procesos contra la herejía para fortalecer la capacidad de la inquisición, y también se observa una clara diferenciación de acentos doctrinales entre grabados protestantes, concentrados en los pasajes de los evangelios relativos a las parábolas, y los católicos, enfocados a los milagros.
Además de puras diferencias estéticas sobre la concepción del cielo tanto por un bando como por el otro. Incluso se pueden contemplar dos pequeños grabados de Rembrandt, aunque mucho más prudentes y que tratan de temas más generales, como la afectividad paterno-filial entre Abraham e Isaac, tal y como exige la fama de un artista de su índole.
Y del ámbito continental se pasa al local, a una Barcelona en la que a finales del siglo XVIII cohabitaban 42 monasterios y conventos. Una ciudad donde entre 1539 y 1803 se hubo más de 800 procesos contra luteranos, ejecutando a 54 personas, condenando a 336 y absolviendo a 431. La urbe no se mantiene ajena a las influencias de la confrontación religiosa en Europa pero lo hace desde el marco del catolicismo.
“Aquí, la historia de la Reforma es muy poco conocida y durante mucho tiempo no solamente ha sido ignorada sino atacada. Queremos dar a conocer la repercusión de estos hechos desde el punto de vista de la imagen y del imaginario colectivo en un país donde ni la imagen ni el imaginario colectivo han existido, en este sentido”, asegura Gelonch.
Es a partir de 1813, con la firma del decreto de abolición de la Inquisición, que el arte del grabado comienza a reflejar la caída de los poderes religiosos establecidos que en un momento concreto de la historia del continente parecieron invencibles. Y, de esta manera, se llega al último apartado de la muestra, el contemporáneo, que trata sobre el triunfo de la Revolución francesa y de la Ilustración a través de obras como Que se rompe la cuerda, de Goya, en la que se ve a un monje sufriendo por mantener el equilibrio sobre una fina y desgastada cuerda.
La historia, entre muchas otras cosas, sirve para desmitificarse a sí misma. “A veces, la repetición de supuestos teóricos algún día formulados tienen que ver muy poco con lo que pasó en realidad”, reitera el comisario de la muestra.
Y junto con los grabados de las hogueras ardiendo en los procesos católicos contra la herejía, la exposición tampoco deja escapar la oportunidad de recordar al médico Miguel Servet, quemado por influencia de Calvino, o la revolución de los campesinos, en parte liderados por Thomas Müntzer, contra la nobleza germana que protegió a Lutero desde su publicación de las 95 tesis.
“Son historias bastante paralelas que no se acaban de encontrar nunca. Y se combaten entre sí. La separación es tan fuerte, y además hay violencias y guerras, que es muy difícil volver a la unidad”, comenta Gelonch. Un capítulo de la historia, en definitiva, que cambió la humanidad y que llega al presente en forma de imágenes que, lejos de polarizarlo todo entre un extremo o el otro, buscan incitar la curiosidad del visitante.
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